Vingegaard tumba a Pogacar y certifica su primer Tour de Francia
El l¨ªder de la carrera, apoyado por un Wout Van Aert descomunal, se impone en Hautacam y descuelga al esloveno, sin fuerzas tras una ca¨ªda y un sinf¨ªn de ataques
Hautacam es una rareza, una falla en un puding geol¨®gico que se desinfla, y se mueve y provoca terremotos que en Lourdes y sus Palacio de los Rosarios, y su bas¨ªlica de las apariciones ante la que parte la etapa, toman por milagros, que las gentes del ciclismo, que saben mucho, llaman ¨¦pica, el valor que da sentido a su deporte, a unas vidas, las de los pobres ciclistas, que se transcienden, y llegan uno a uno a su cima, castigados por los Pirineos, por las cuestas y el calor, por su voluntad de llegar m¨¢s all¨¢, y todos detr¨¢s de Jonas Vingegaard, que gana y solo levanta un pu?o bajo la pancarta, su fuerza, la desesperaci¨®n de Tadej Pogacar, ca¨ªdo, herido, p¨²gil hasta los ¨²ltimos metros, el muslo descarnado y la pierna izquierda llena de sangre.
El combatiente derrotado y hermoso en la batalla de Spandelles, un puerto nuevo que entra ya en la memoria de los siglos, tantos golpes vivi¨®, ca¨ªdas, ataques, y aquellos que pasados d¨ªas, a?os, siglos, vuelva a ver todo lo que all¨ª pas¨® en media hora de subida, 10 minutos de descenso, volver¨¢ a estremecerse. Extenuado en Hautacam, la subida de los daneses. Noqueado en una pelea educada, como dicen que es el boxeo, con reglas impuestas por los caballeros para diferenciarse de los pillos, y librada sin piedad.
Ciclismo.
As¨ª sentenci¨® el Tour un dan¨¦s de 25 a?os; as¨ª pele¨®, hasta quedarse en los huesos, neg¨¢ndose a no dejar de sufrir, un esloveno de 23 que lo hab¨ªa ganado los dos a?os anteriores. As¨ª un belga estupefaciente de verde, Wout van Aert, rey de los adoquines, de los repechos, de las contrarrelojes y del Mont Ventoux, domin¨® la gran etapa pirenaica, y lleg¨® tercero. Los tres mejores corredores del Tour, el verde, el blanco, el amarillo ¨Cy el de lunares, la monta?a, tambi¨¦n se lo lleva Vingegaard--, los tres primeros en la mejor etapa que se recuerda. Los tres dioses del Tour del 22.
¡°Pero no dir¨¦ que he ganado el Tour a¨²n¡±, dice Vingegaard, m¨¢s p¨¢lido que nunca, chaleco helado sobre su piel blanqu¨ªsima, tel¨¦fono en conversaci¨®n permanente con Trine, su chica, y sin dejar de hablar devuelve el abrazo de Pogacar, que reconoce su victoria. El dan¨¦s cuenta en la general con 3m26s de ventaja sobre el esloveno; ocho minutos sobre el tercero, el gal¨¦s Geraint Thomas ¡°Queda la contrarreloj, quedan dos etapas m¨¢s. Hasta que no acabe esto en Par¨ªs, el domingo, no dir¨¦ que he ganado¡±. No es necesaria su declaraci¨®n. Ya lo declara el mundo, y lo proclama.
Si en los Alpes de Italia molan las dolomitas, las rocas p¨¢lidas de sus monta?as, en los Pirineos de estos d¨ªas, dicen los ge¨®logos, brillan las magmatitas, las piedras veteadas que bien pulidas dan para magn¨ªficas encimeras de cocina, y en las que, si se observa bien, subiendo el Aubisque, el m¨¢s primitivo a¨²n de los grandes puertos, sus piedras, sus vacas pastando en los prados, ha quedado grabada la huella de los campeones ciclistas que, entre sus plantas de aubisco y sus nieblas que parecen imposibles estos d¨ªas de calor extremo, asaltan sus curvas como gatos flacos y hambrientos, como Bernard Labourdette, el compa?ero de Luis Oca?a en el Bic que el 14 de julio de 1971 gana bajo el diluvio en Gourette, el ¨²ltimo pueblo en sus laderas, dos d¨ªas despu¨¦s de que su l¨ªder, el espa?ol de Mont de Marsan, se destrozara el maillot amarillo y el alma, y el alma de todos, con su ca¨ªda en el col de Ment¨¦ tras Merckx.
Labourdette muri¨® el mi¨¦rcoles, a los 75 a?os, la v¨ªspera del regreso del Tour a su col, donde le espera Michael Rasmussen, el dan¨¦s que hace 15 a?os, pocas horas de ganar en su cima y descorazonar un d¨ªa m¨¢s a Alberto Contador, abandona el Tour de amarillo, a la fuerza, obligado por su equipo, el Rabobank, por aquel de que dicen que se dopa. Pasados los a?os, Rasmussen lo admite, lo supera y tuitea que as¨ª ha sido, pero que Contador, ganador del Tour tras su retirada, tampoco puede sacar mucho pecho, todos sabemos lo que hab¨ªa y m¨¢s vale asumirlo, y que el espa?ol dio positivo tres a?os despu¨¦s y perdi¨® un Tour. ¡°Nunca he hablado en profundidad con Alberto de aquel Tour¡±, dice en Argel¨¨s-Gazost Rasmussen, comentarista desde hace a?os para un medio dan¨¦s. ¡°De vez en cuando me hace llegar mensajes. En el ¨²ltimo me dec¨ªa que no le hab¨ªa gustado mi tuit¡ Y yo le digo que uno puede blanquear su memoria, pero no enga?arse a s¨ª mismo¡±.
? Y a nosotros solo nos queda aplaudir
— Eurosport.es (@Eurosport_ES) July 21, 2022
? Vingegaard espera a Pogacar tras la ca¨ªda y esto es maravilloso
?? Con @javierares @eduardochozas y Flecha#LaCasaDelCiclismo pic.twitter.com/YpFXDTqllI
En el centro de la sala de prensa Rasmussen da un giro de 360 grados y comprueba que la mayor¨ªa de los periodistas no tiene ni 40 a?os, memoria joven, acumulaci¨®n de lecturas del pasado, la memoria selectiva, tambi¨¦n, de Jonas Vingegaard, su compatriota de amarillo, que, cuando le preguntan si sentir¨¢ algo especial al pasar por el Aubisque, gloria y condena de Rasmussen, responde que la etapa pasa por el Aubisque, pero termina en Hautacam, donde Bjarne Riis otro dan¨¦s, recuerda Vingegaard, gato en los huesos, felino, acab¨® con la moral de Miguel Indurain subiendo con plato grande, y gan¨® su Tour del 96, y a?os despu¨¦s confes¨®, s¨ª me dop¨¦, les dijo a los del Tour, el maillot est¨¢ una caja de cart¨®n, si lo quer¨¦is es vuestro.
Vingegaard quiere ganar para borrar la memoria de sus dos mal amados antecesores. Contra Pogacar, el ¨²nico que lo quiere evitar, cuenta con todos sus jumbos. Cuenta con Van Aert, que vale m¨¢s todav¨ªa. Van Aert no es un gato fam¨¦lico, es un potro bien alimentado, o un toro fuerte, gl¨²teos de granito, y un car¨¢cter, que acelera en el Aubisque, toma la cabeza de la etapa y la mantiene subiendo y bajando Spandelles, y solo la cede, con un sprint final que acaba demoliendo la resistencia de Pogacar herido a 4,5 kil¨®metros del fin de Hautacam, 100 kil¨®metros, y a su rueda no resisten ni los mejores escaladores del mundo. Tampoco Pogacar. Lanza a Vingegaard, y se repliega. Pogacar cede. ¡°Pod¨ªa haber atacado en Hautacam, pero no era necesario. ?bamos muy bien con el ritmo que marcaba Kuss¡±, explica Vingegaard. ¡°Y por la radio me dec¨ªan que Pogacar ya estaba muerto, que iba a ceder de un momento a otro¡±.
Hautacam fue la coronaci¨®n; la batalla real fue la de Spandelles, un puerto debutante en el Tour, descubierto en la Ruta del Sur hace 10 a?os para revelar a un Nairo casi ni?o, de 22 a?os, 10 kil¨®metros al 8,3% y un calor de horno que despierta la solidaridad de todos los ciclistas, y se riegan unos a otros, y por Radio Tour se oye moto fra?cheur, al pelot¨®n, qu¨¦ frescura, que ganas de recordarles que est¨¢n sedientos pero peleones, que todos agotar¨¢n todas sus fuerzas, pero seguir¨¢n. Cuatro veces ataca Pogacar subiendo, aislado, solo, sin m¨¢s equipo que su coraz¨®n y su deseo; cuatro veces responde sereno Vingegaard, que tiene ¨¦quipiers por todos los lados, y a Van Aert, como dios, omnipresente. En el descenso, peligroso, atenci¨®n, gritan en Radio Tour, gravilla en las curvas, prudencia, Pogacar acelera. En una curva a izquierdas, pedalea en vac¨ªo, la bici le hace un extra?o, una cabriola de potrillo mal domado a Vingegaard, que mantiene el equilibrio milagrosamente; Pogacar acelera y patina dos curvas m¨¢s adelante. Cae en la cuneta. Medio cuerpo en la hierba, media pierna, la izquierda, se arrastra por el asfalto, se descorteza la piel, se machaca el muslo. Vingegaard le espera. Pogacar se monta r¨¢pido y le alcanza. Le da la mano agradeci¨¦ndole que no le deje solo. Es el fin de la batalla. El Tour ha terminado. El ciclismo sonr¨ªe.
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