La Ryder Cup convoca al verdadero sue?o europeo
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, ning¨²n otro deporte se ha visto mejor representado por la bandera de la UE
Detr¨¢s de la victoria de Europa en la Ryder Cup emerge su valor representativo, asociado al orgullo y la cohesi¨®n de sus jugadores en su enfrentamiento con los estadounidenses en Roma, escenario en esta ocasi¨®n de uno de los principales acontecimientos deportivos de nuestro tiempo. No siempre fue as¨ª. Un torneo tradicional, pero desprestigiado, cobr¨® un nuevo impulso con la irrupci¨®n de Seve Ballesteros a finales de los a?os setenta. Los brit¨¢nicos aceptaron la cruda realidad de su situaci¨®n: sin la ayuda del genial jugador espa?ol y de los mejores golfistas del continente europeo, no ten¨ªan posibilidad alguna de victoria. Desde 1927, fecha de la primera edici¨®n de la Ryder Cup, hasta 1979, la primera con participaci¨®n de representantes del continente europeo, Estados Unidos venci¨® en 18 ediciones, empat¨® una y perdi¨® tres veces (1929, 1933 y 1957).
La Ryder Cup perdi¨® en los a?os 80 su car¨¢cter anecd¨®tico para convertirse en una competici¨®n vibrante, hasta cierto punto contracultural en el golf, un duelo que ha adquirido un impactante prestigio econ¨®mico y deportivo. Abundan las opiniones que colocan la Ryder por encima de los cuatro torneos del Grand Slam ¡ªMasters de Augusta, Open de Estados Unidos, Open Brit¨¢nico y PGA¡ª, consideraci¨®n que irrita a los puristas por varias razones, una de ellas relacionada con su car¨¢cter, m¨¢s cercano a las emociones que desata el f¨²tbol que a la tradicional contenci¨®n en el golf.
Europa, con irlandeses y brit¨¢nicos incluidos, gan¨® por vez primera en 1985. Desde entonces ha vencido 13 veces y ha perdido siete, un giro copernicano con respecto a los 50 a?os anteriores. Las consecuencias son gigantescas. La expansi¨®n global del golf se debe en gran medida al efecto de la Ryder Cup y al fervor de Seve Ballesteros para romper prejuicios, renovar ideas y detectar el futuro que ven¨ªa. Ese futuro trasciende el golf. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, ning¨²n otro deporte se ha visto mejor representado por la bandera de la Uni¨®n Europea.
El capit¨¢n, Luke Donald, y siete de los 12 jugadores eran brit¨¢nicos, representantes de un pa¨ªs que en 2016 decidi¨® abandonar la Uni¨®n Europea. Viktor Hovland proced¨ªa Noruega, un pa¨ªs no integrado en dicha organizaci¨®n. Que la Ryder Cup se disputara en Roma no imped¨ªa pensar en el rechazo a las instituciones europeas de un considerable sector pol¨ªtico italiano. Se discute el mensaje de la Europa unida que un italiano, Alcide de Gasperi, pregon¨® en un continente arrasado en la Segunda Guerra Mundial. Tampoco faltan grietas y fisuras en un modelo amenazado por el espanto de la guerra que se libra en Ucrania, a las puertas de la UE.
Es cierto que Europa no atraviesa su mejor momento, tan cierto como que el golf es mucho m¨¢s que un entretenido deporte con una gran audiencia y clientela. Lo explica la contundente irrupci¨®n de Arabia Saud¨ª en el negocio, dividiendo el mundo profesional del golf, regando con millones de d¨®lares una nueva organizaci¨®n (LIV) y obligando a negociar bajo cuerda a la PGA, que ha preferido la fusi¨®n con los saud¨ªes a la resistencia que hab¨ªa anunciado.
As¨ª que no s¨®lo se habla de golf cuando se habla de la Ryder Cup y de lo que representa. En Roma se apreci¨® la brillante actuaci¨®n de Rory McIlroy, Jon Rahm y Viktor Hovland, de un equipo que jug¨® con una f¨¦rrea cohesi¨®n y transform¨® la victoria en una celebraci¨®n que desat¨® emociones incontenibles. Desde fuera, vimos un equipo unido y feliz en el ¨²nico gran acontecimiento deportivo que pone la bandera de Europa por delante. Puede que s¨®lo se trate de una victoria, resonante sin duda, pero resulta dif¨ªcil disociarla de un significado muy superior al deporte.
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