Los hijos del f¨²tbol de barrio
Aunque el dinero lo desclase, las pol¨¦micas lo bastardeen, el m¨¦todo intente hacerlo contra intuitivo y la tecnolog¨ªa lo invada, hay algo salvaje que pervive y le da autenticidad en los jugadores de Sudam¨¦rica
El reencuentro
El f¨²tbol, un juego uniformizado por efecto de la globalizaci¨®n, es cada d¨ªa m¨¢s deporte y menos juego; m¨¢s metodol¨®gico y menos instintivo; m¨¢s inteligente y menos astuto. Las tendencias est¨¢n claras, pero en jornadas FIFA, basta con alargar la mirada hacia otros continentes para ver que a¨²n existen rasgos identificatorios que los diferencian. El f¨²tbol sudamericano mantiene su prestigio dispers¨¢ndose por el mundo a trav¨¦s de jugadores que prestan su talento a clubes de distintos pa¨ªses. En Argentina, Brasil y Uruguay, para hablar de las cl¨¢sicas, es excepcional encontrar a un jugador que represente a la selecci¨®n y juegue en su propia Liga. Pero, en la madrugada del viernes, me produjo una especie de emoci¨®n cuando, al ver el Argentina-Uruguay me reencontr¨¦ con algo que, viviendo en Espa?a desde hace casi cincuenta a?os, a¨²n considero genuinamente m¨ªo: la habilidad y el oficio, la picard¨ªa y la fiereza, el orgullo y la personalidad.
Las ra¨ªces
Me separan 9 Mundiales de esta generaci¨®n. Entre ¡°mis¡± campeones del 86 y los campeones de Qatar hay grandes diferencias culturales. Es inevitable preguntarse de d¨®nde sale esta identificaci¨®n que siento mientras miro el partido. Nada menos que de una misma ra¨ªz, de una marca registrada a fuego en la infancia. Al terminar el ¨²ltimo Mundial, Fabi¨¢n D¡¯Aloisio y Juan Stanisci editaron un libro bajo el t¨ªtulo de Semilleros, donde distintos periodistas indagan en el origen de los campeones. Todos se sienten hijos de sus clubes de barrio, donde aprendieron el oficio, el amor al juego, la identidad que los emparenta a todos. Sin sofisticaciones acad¨¦micas ni pretensiones comerciales, cada uno de ellos destac¨® en ese ¨¢mbito en el que cierto orden en libertad les permiti¨® fortalecer una naturaleza que les dio la ventaja inicial. En esos clubes cultivaron, entre amigos, ese talento original. Hoy lo pasean por los mejores estadios del mundo.
La huella
Del libro salimos con la hermosa idea de que el gran f¨²tbol tiene un trasfondo cultural. En esos clubes que hoy son memoria empezaron los grandes sue?os. Memoria y sue?os, dos de los grandes materiales con los que est¨¢ hecho el f¨²tbol. En un maravilloso pr¨®logo, Ariel Scher habla de la celebraci¨®n de las ra¨ªces, que desde la modestia de esos clubes de barrio consagra mundialmente a esos chicos. Despu¨¦s de ver Argentina-Uruguay y de cerrar el libro, me quedo con la sensaci¨®n de que el f¨²tbol est¨¢ a salvo, como todo lo que tiene ra¨ªces profundas. Aunque el dinero lo desclase, las pol¨¦micas lo bastardeen, el m¨¦todo intente hacerlo contra intuitivo y la tecnolog¨ªa lo invada, hay algo salvaje que pervive y le da autenticidad. No es que Sudam¨¦rica, hablando siempre de identidad, refleje un mismo f¨²tbol en la llanura rioplatense que en la cordillera andina, pero hay un ritmo, un sabor, una idiosincrasia que le da singularidad. La Conmebol lo refleja con un logotipo donde la silueta del continente es una huella digital. Significa: somos as¨ª.
Siempre diferente, siempre el mismo
Y as¨ª tambi¨¦n es Europa. El f¨²tbol me llev¨® durante la semana a Girona y a Leverkusen para ver de cerca a dos l¨ªderes inusuales aliment¨¢ndose de la energ¨ªa popular de ciudades que, gracias al ¨¦xito de sus equipos, en estos d¨ªas se sienten especiales. Es un f¨²tbol m¨¢s pulcro y lujoso, pero igual de atractivo y apasionante porque el brillo de la modernidad no oculta la fuerza primitiva de un juego que sigue contentando la trastienda animal que habita en todos nosotros. Por muy amueblado que parezca el partido, siempre acecha el animal salvaje que provoca emociones inigualables. En cada lugar arrastrando su ritmo, su historia, sus ra¨ªces culturales. En todos los lugares con el mismo orgullo.
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