?ngel Correa, el jugador n¨²mero 12
Los minutos finales pueden ser las migajas que no quieres, esas sobras que juegas desde la rabia, el enfado o la desidia, o los instantes m¨¢s decisivos
?ngel Correa lo volvi¨® a hacer. Entr¨® al campo, jug¨® lo mejor que supo los ¨²ltimos minutos y marc¨® un gol que dio puntos al Atl¨¦tico de Madrid. Tres, en concreto. En lo que va de a?o, la historia se ha repetido contra el Athletic en San Mam¨¦s (0-1), con el gol de la victoria en el 92 cuando solamente llevaba cuatro minutos sobre el c¨¦sped, y en el derbi ante el Real Madrid para salvar un punto (1-1). Al terminar en Par¨ªs, Simeone lo volvi¨® a elogiar: ensalz¨® su ¡°¨¢ngel¡±, dijo que era ¡°important¨ªsimo¡± para el equipo y le bautiz¨® de jugador n¨²mero 12.
Pero ¨¦l no quiere limitarse a ser eso, aunque bese el escudo y todos sepamos que, probablemente, repita impacto si se repite la ocasi¨®n: le mandar¨¢n calentar, le llamar¨¢n para que salga y mejorar¨¢ al equipo, quede el tiempo que quede. ?l pide los 90 minutos. Quiere el protagonismo de la titularidad. ?La merece? ?Es jugador para ello? De la misma manera que tenemos especialistas posicionales, ?podemos tener especialistas de momentos? ?Tanta diferencia hay entre salir de inicio o jugar minutos siempre?
Es un debate precioso y complejo. Y tiene mucho que ver con la capacidad que tenga un equipo de sentirse equipo y con su visi¨®n del partido como un todo. En los partidos hay un primer plan y, luego, hay infinidad de planes sobrepuestos, seg¨²n los distintos momentos del encuentro. Acci¨®n, reacci¨®n. Prueba, error. Marcas, te marcan, necesitas hacer o rehacer. Ning¨²n partido es el mismo al principio que al final, y la norma de los cinco cambios es una ventana fant¨¢stica para implicar hasta a 16 jugadores en cada encuentro. Tienen que sentirse todos parte, sea para jugar 90, 60, 45, 20 o 3. C¨®mo afrontes ese trocito del todo que te dan, es clave. Correa parece un ejemplo san¨ªsimo de entender tu papel en el vestuario.
Los minutos finales pueden ser las migajas que no quieres, esas sobras que juegas desde la rabia, el enfado o la desidia, o los instantes m¨¢s decisivos. Por los que te desvives. Objetivamente, la segunda parte definir¨¢ m¨¢s el resultado que la primera, aunque algunos marcadores puedan dar a entender que el partido ya est¨¢ resuelto tras el descanso. Salir para terminar el duelo es que te den la llave para cerrarlo. Si tu equipo estaba mal, le puedes corregir e invertir la din¨¢mica. Si tus compa?eras llevan corriendo 50, 76 u 89 minutos m¨¢s que t¨², puedes salir y protegerlas con piernas frescas y alma de salvadora. Es cuesti¨®n de entender que tu papel no es principal o secundario, es un papel dentro de una obra superior que es el equipo. El 12 es el 1 y es el 2.
No es sencillo que los jugadores entiendan eso, porque todos tienden a verse siempre capaces de ser los elegidos. Para todos los rivales, para todos los momentos. No terminan de ver que los partidos son contextos y que no siempre se dan las condiciones para que sus virtudes brillen m¨¢s que las de otro compa?ero. Es normal. No les pertenece a ellos esa mirada m¨¢s amplia, sino al entrenador.
Cuando sucede, es m¨¢gico y el equipo vuela, sobre todo en din¨¢micas ganadoras ¡ªy goleadoras, donde es m¨¢s f¨¢cil introducir cambios¡ª. Que se lo digan a Flick. Es tan consciente de que tiene que mantener ese equilibrio amistoso y competitivo en su plantilla, que, tras el quinto cambio en Belgrado, se acerc¨® a cada uno de los suplentes que ya no iban a tener minutos. No fue un gesto residual, fue incluirlos: ¡°No has jugado, pero tambi¨¦n es tuya la victoria¡±.
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