Una sonrisa t¨ªmida antes de Liverpool
Cuando un equipo re¨²ne a tantas estrellas y a un entrenador capaz de ordenarlas (y esto no siempre ha sido as¨ª), lo ¨²nico que necesita es encontrar un estado de ¨¢nimo
Crecer siempre es una traici¨®n, entre otras cosas, porque uno entonces tiene muy clara la diferencia entre el bien y el mal; luego, con el tiempo, las cosas cambian tanto como para que el bien de ayer, siendo el mismo, sea el mal ahora, pero no tengamos ya ni idea de nada y mejor para nosotros. ¡°En Espa?a hay libros de texto que presentan un relato de buenos y malos¡±, tengo apuntada esta reflexi¨®n que le¨ª hace meses; claro, y en Alemania. Harlan Coben tiene una frase brillante al respecto porque lleva la diferencia entre el bien y el mal al deporte, en concreto al b¨¦isbol y su l¨ªnea de falta. Una l¨ªnea tan delgada y hecha de algo tan f¨¢cil de hacer desaparecer como la cal. ¡°Si la cruzas, realmente comienza a desdibujarse donde lo justo se vuelve sucio y lo sucio se vuelve justo¡±, dice. Ah, la justicia. No sabemos d¨®nde est¨¢ el bien, y vamos a saber d¨®nde est¨¢ lo justo.
El f¨²tbol, como la fe, ofrece algunos asideros inmunes a la erosi¨®n de los a?os. Uno es tan sencillo que asfixia: la pelota siempre hay d¨¢rsela al bueno. El bueno no tiene por qu¨¦ ser el mejor, sino el que hace mejores a todos. A veces el bueno es el mejor, como Maradona. En el Madrid actual puede discutirse qui¨¦n es el mejor, pero del que hace mejores a todos no hay duda: es Jude Bellingham. Bellingham a falta de que G¨¹ler tenga m¨¢s minutos, porque el turco juega al f¨²tbol como si no hubiese hecho otra cosa desde que naci¨®. Con Bellingham en una posici¨®n l¨®gica, no marciana como las que ha venido ocupando en los peores partidos del Madrid, con Mbapp¨¦ enchufad¨ªsimo en la izquierda y con G¨¹ler amenazando desde la derecha, el Madrid gan¨® el partido en los primeros 45 minutos en Butarque. Eso y gracias a la agitaci¨®n de Vinicius (intuitivo y feroz en la recuperaci¨®n del bal¨®n que inici¨® Bellingham para el primer gol), con el que hay que seguir hablando como con los ni?os peque?os; m¨¢s all¨¢ del parip¨¦, pong¨¢monos en modo pragm¨¢tico: ?de verdad no sabe que los campos est¨¢n llenos de c¨¢maras, y que si un rival le da en el pecho y ¨¦l se tira con las manos en la cara no habr¨¢ tarjeta, porque hay VAR, y adem¨¢s tendr¨¢ delante de la tele a terribles periodistas votantes del Bal¨®n de Oro tomando nota?
Los dos ¨²ltimos partidos del Madrid despu¨¦s de la derrota en casa contra el Milan dejan aire a nostalgia. Qu¨¦ pudo ser de ese partido con otra actitud y un cierto ¨¢nimo b¨¦lico, no la desgana exhibida despu¨¦s del sonado 0-4 contra el Barcelona. Cuando un equipo re¨²ne a tantas estrellas y a un entrenador capaz de ordenarlas (y esto no siempre ha sido as¨ª, tendr¨¢n que ver las lesiones o las eternas esperas por los cambios), lo ¨²nico que necesita es encontrar un estado de ¨¢nimo. El Madrid no lo ha tenido esta temporada porque las cuestiones mentales las ha supeditado con tanta violencia al v¨¦rtigo que de repente, en partidos trascendentales, ha hipotecado el resultado a la espera de una heroica impensable. Eso y la punter¨ªa, tradicional nicho de resultados merengues cuando el centro del campo juega roto. Inconstante, tremebundo cuando arrincona con el bal¨®n o sale disparado a la contra, fort¨ªsimo en defensa contra Osasuna y Legan¨¦s pero un flan contra Milan y Bar?a, el Madrid se presenta en Anfield, escenario de una ¨²ltima victoria legendaria (aquel 2-5), con pocas cartas en la mano, pero quiz¨¢ cartas decisivas.
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