Que no enferme el juego
Si el f¨²tbol no ten¨ªa coraz¨®n cuando era pobre, no vamos a pretender que lo tenga ahora que se ha hecho rico
Simulacro de f¨²tbol. En pa¨ªses con tradici¨®n, el f¨²tbol dialoga con otros saberes porque a 150 a?os de su nacimiento es l¨ªcito incorporarlo a nuestro patrimonio cultural. M¨¢s a¨²n, damos por sentado que el f¨²tbol es un buen simulador de la vida. Dentro de un partido habita la ilusi¨®n, la incertidumbre, el miedo y todas las pasiones humanas sin que las consecuencias afecten a nuestra existencia. Solo afectan al humor. De modo que cuando uno llega a un Mundial espera que, como buen simulador, el f¨²tbol exagere la vida. Lo que jam¨¢s pod¨ªamos imaginar es al f¨²tbol simul¨¢ndose a s¨ª mismo. El ejemplo por antonomasia son las pat¨¦ticas hinchadas que gritan por las calles a cambio de un sueldo. Pero Qatar se quit¨® el disfraz el primer d¨ªa. Su selecci¨®n abri¨® el campeonato con una actuaci¨®n desilusionante, pero eso puede pasar. Lo que es m¨¢s dif¨ªcil de entender es que la hinchada abandone el estadio en el entretiempo.
La falsa moneda. Se entiende. Uno no es rico para aburrirse en un partido ni mucho menos para tener que aguantar el deshonor de una derrota, as¨ª que, cuando se olieron la tostada, se fueron a buscar la fiesta a otra parte. Lecci¨®n magistral de una tendencia que deber¨ªa desatar todas las alarmas: para sanar la econom¨ªa estamos enfermando el juego. Desaparecen tradiciones, ritos, sentimientos colectivos, todo lo que dota al f¨²tbol de identidad e impacto social. En medio de este lujoso ¨¢mbito, los hinchas de las distintas selecciones que llegaron a Qatar son piezas de gran valor entre falsificaciones. Causa hasta ternura la inocencia de esa pasi¨®n. Menos mal que Infantino se siente gay, ¨¢rabe y trabajador inmigrante, si no esto ser¨ªa irrespirable. Aunque ni siquiera aspiramos a tanto. De hecho, nos sentir¨ªamos satisfechos con un poco de decencia.
Que gane el peor. Luego llega el f¨²tbol salvaje pidiendo foco a su manera: enloqueciendo previsiones y multitudes. Si bien los Mundiales validan todas las teor¨ªas, hoy me voy a recrear en la de Rajoy: ¡°No hay enemigo peque?o¡±. De la derrota de Argentina contra Arabia Saud¨ª se dijo de todo, menos que Argentina mereci¨® ganar. Lo mismo se puede decir de Alemania con respecto a Jap¨®n: mereci¨® ganar el que perdi¨®. Si uno no es argentino ni alem¨¢n, se complace viendo a David destruyendo a Goliath. Pero hay una cuesti¨®n cada d¨ªa m¨¢s evidente que no resuelven las revoluciones t¨¢cticas ni los cambios reglamentarios: el f¨²tbol ignora los m¨¦ritos. Son muchas las ocasiones en las que, el que menos hace, se lleva el premio del triunfo. Uno aspira a la elemental justicia de que gane el valiente, el que m¨¢s arriesga. Pero si el f¨²tbol no ten¨ªa coraz¨®n cuando era pobre, no vamos a pretender que lo tenga ahora que se ha hecho rico.
El Mundial no es serio, el f¨²tbol s¨ª. El Argentina-Arabia Saud¨ª se presentaba como el partido de la desproporci¨®n. La superioridad de Argentina era abusiva por el peso del talento, de la historia, del genio que disfruta, del gol que lleg¨® pronto¡ Los errores en la b¨²squeda del desequilibrio eran evidentes y, adem¨¢s, el VAR interfer¨ªa. Pero parec¨ªa tan f¨¢cil que solo era una cuesti¨®n de tiempo. Comenzada la segunda parte bastaron cinco minutos para que los saud¨ªes encontraran la porter¨ªa dos veces, como no lo hab¨ªan hecho antes ni lo volver¨ªan a hacer. Fue entonces cuando las emociones se hicieron cargo del partido para que Argentina recorriera el arco que va de la desesperaci¨®n a la impotencia. Arabia, en cambio, transit¨® de la insignificancia al hero¨ªsmo. El partido revolucion¨® el grupo de tal manera, que Argentina lleg¨® a Qatar aspirando al campeonato y esta noche, en su segundo partido, jugar¨¢ por la supervivencia. Nada mejor para que el Mundial parezca de verdad.
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