Sepulcro en Tarquinia: poes¨ªa viva
Dice Baltasar Graci¨¢n en su Agudeza y Arte de Ingenio que ?v¨ªvese con el entendimiento, y tanto se vive cuanto se sabe?. Al abrir el poemario Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas, nacido en 1946, ¨²ltimo Premio de la Cr¨ªtica, el lector se percibe de inmediato sumergido en un arm¨®nico mundo de honrado conocimiento, donde la germinal ira del lector ante un imp¨²dico decadentismo neomodernista se ve amordazada de inmediato por el sabio empleo de tan sobado utillaje. Ya en los primeros versos del primer poema Colinas nos emplaza, sin equ¨ªvocos, en un ¨¢mbito donde nos va a tener fascinados (y a veces irritados) hasta que termine la lectura: ?Simonetta por tu delicadeza la tarde se hace l¨¢grima ... ? Un universo activo, de ra¨ªces incesantes, envuelve en su crecimiento a lo duradero en pleno vigor est¨¦tico e incorruptible: jardines frente a m¨¢rmoles, alma frente a geometr¨ªa, asombro al ver que ?las pasiones no han criado gusanos en tus labios de piedra?. En el poema de Giacomo Casanova, cuyo comienzo ya har¨ªa las delicias de cualquier veterano degustador ret¨®rico ("Escuchadme, Se?or, tengo los miembros tristes ...") y a lo largo del cual se incrustan im¨¢genes de las m¨¢s logradas, se sintetiza, con versos de profunda potencia evocadora, una existencia fatigada de la que emana -creo que como ¨²nico caso en todo el libro- una ¨¦tica estoica y paciente en la que ?yo s¨®lo deseo salvar mi claridad... mostrar mi firme horror a todo lo que muere?. En la serie de poemas breves que siguen (de Fiesole a Noviembre en Inglaterra) Colinas nos muestra una magistral destreza en el manejo de los recursos ret¨®ricos, aun cuando las afortunadas sinestesias (jardines ¨¢cidos) y prosopopeyas (?Oh noche, cu¨¢nto tiempo sin verte tan copiosa ... ?) alternan con desvitalizados poemas (Vamos, vamos a Europa) cuyo descenso no tiene sentido en poeta de tan buen que hacer y tanto oficio. A trav¨¦s de oto?os ingleses, bandadas de palomas que alzan vuelo y oros demorados en las c¨²pulas al atardecer, es perceptible la digna y bien asimilada ascendencia de Francisco Brines.En el largo poema que da t¨ªtulo al libro se lleva a cabo un proceso de ensanchamiento del tema a trav¨¦s de una t¨¦cnica de reiteraci¨®n obsesiva de las im¨¢genes, que Crecen a la manera de las ondas en la superficie del agua, ampliando el espacio descrito con nueva aportaci¨®n de elementos, donde, no obstante, la emoci¨®n est¨¢ enclaustrada, y entre reiteraciones y gradaciones, el suceso dram¨¢tico principal se alterna intermitentemente con fugaces visiones paisaj¨ªsticas o narrativas, cuya f¨®rmula de retorno, re-observaci¨®n, reiteraci¨®n y morosa delectaci¨®n descriptiva da dinamismo y v¨¦rtigo a la emoci¨®n comunicada. En el pasaje del hurac¨¢n los verbos denuncian un crescendo del tema hacia la ira (tronch¨®, arranc¨®, invadi¨®, mordiendo, brincando, tembl¨®, amordaz¨® ... ) para arribar, en un extremo arriesgado e inquietante, a la pol¨¦mica imagen descascarillada del cisne-juventud ?expirando a los pies de Donizzetti?, m¨²sico por cierto ya resucitado con expresa e ir¨®nica mala conciencia por Guillermo Carnero en su poema L'enigme de l'heure del libro Variaciones y figuras sobre un tema de La Bruy¨¦re.
Sepulcro en Tarquinia,
de Antonio Colinas. Editorial Provincia, colecci¨®n de poes¨ªa. Madrid 1976. 80 p¨¢ginas.
El libro termina con dos admirables ?Poemas con luz negra?, en los que se nos van desgranando en sugeridoras im¨¢genes el temor y la distancia de los antiguos peregrinos, o -nuevamente-, la honda paradoja de la contemplaci¨®n de lo duradero desde nuestra condici¨®n pasajera: el silencio de piedra conmoviendo los ramos de la noche, hasta alcanzar un desasosegante escepticismo de esteticista ?para que la palabra, se propague como piedra infecunda?. Todo un inquietante manifiesto al final y como colof¨®n de un delicioso libro.
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