Los fil¨®sofos y sus complejos
Especie amenazada, a extinguir, por cuya improbable supervivencia no es seguro que merezca la pena luchar, los fil¨®sofos actuales -hablo fundamentalmente de Espa?a- han encontrado un parad¨®jico modo de prolongar su agon¨ªa: el cultivo sistem¨¢tico de sus complejos. En el reino de la mutilaci¨®n obligatoria, el masoquismo puede llegar a convertirse en un seguro de vida, l¨¦ase en un certificado de buena conducta. El fil¨®sofo no pretende ya otra cosa. Dos son fundamentalmente los complejos -de corte cl¨¢sico y conservador, como cuadra al personaje- que le devoran por do m¨¢s pecado hab¨ªa: el de inferioridad y el de culpabilidad. Son las dos bolsas de tinta de este modesto calamar de gabinete, las cortinas de humo de este acorazado listo para el desguace. Cumplen su ¨²til funci¨®n, no nos enga?emos: le permiten elevar su tr¨¦molo algo desafinado en el concierto de los sabios y le garantizan la peque?a parcela de poder pedag¨®gico con la que alimentar su cuerpo y su alma. Reservarse un poquito de poder, he ah¨ª la cuesti¨®n: participar, siquiera sea m¨ªnimamente, en la tarea omnipresente del dominio y calentar en ese fuego helado su m¨ªsera altivez de sofista degradado a acad¨¦mico. Los complejos del fil¨®sofo son esencialmente orientados, se esgrimen siempre contra alguien. El de inferioridad, por ejemplo, es el que hay que ponerse si se va uno de cient¨ªfico, es un preservativo de modestia que desarma la triunfal exhibici¨®n de habilidades pr¨¢cticas y positivas del brujo t¨¦cnico: ??Cuando llegaremos nosotros a su riguroso m¨¦todo admirado colega, si es que me autoriza a llamarle as¨ª! ?C¨®mo formaliza usted criatura! No crea, yo puedo echarle a usted una manita en cuestiones muy generales, cosas de l¨ªmites, de metodolog¨ªa, lo que haga falta. Y, si no, puedo ir a buscar probetas a la farmacia ... ?. Con tan astuta exhibici¨®n de humildad, el fil¨®sofo sencillamente busca mantenerse. Convencido de que, antes o despu¨¦s, s¨®lo lo cient¨ªfico, es decir, lo que se ha revelado ¨²til a la producci¨®n, ser¨¢ subvencionado o incluso tolerado por el Estado, se proclama modesto colaborador del t¨¦cnico te¨®rico a fin de que ¨¦ste le conceda su privanza cuando llegue la quema de haraganes conceptuales. La cosa tiene su l¨®gica, aunque diversos acontecimientos -la reforma Haby en Francia, por ejemplo- parecen indicar que los tecn¨®cratas cientifistas no consideran a los fil¨®sofos ni siquiera como tontos ¨²tiles, sino m¨¢s bien como tontos perfectamente in¨²tiles. Y no les falta raz¨®n. No menos oportuno es el complejo de culpabilidad, uniforme de gala que el fil¨®sofo se calza cuando se avecina alg¨²n militante de la revoluci¨®n instituida. Oyendo excusarse al pobre hombre cuando el militante ajusticia sus vacilaciones con s¨®lida doctrina o le reprocha su complicidad con el imperialismo, se dir¨ªa que la CIA ya no emplea para sus tenebrosas operaciones m¨¢s que tristes especialistas en el ser y la nada. Humill¨¢ndose ante cualquier mameluco pisacerebros que le aporrea con sus dogmas en espera de poder utilizar medios de persuasi¨®n m¨¢s contundentes, confundiendo cualquier bander¨ªn de enganche con el pend¨®n de la libertad, el fil¨®sofo cambia su vocaci¨®n cr¨ªtica -o el nebuloso recuerdo de la tal- por el plato de lentejas averiadas de una mala conciencia arrepentida que no es m¨¢s que conformismo con la alternativa burocr¨¢tica que el orden prepara para s¨ª mismo.Cuando el guerrero de carn¨¦ le dice: ??Con que Leibniz, eh? ?Y d¨®nde estabas t¨² cuando lo de Chile o lo de Vitoria??, el fil¨®sofo no se atreve a contestar: ?En el retrete o en el bar, probablemente lo mismo que t¨²?, porque presiente que quien pertenece a una organizaci¨®n redentora est¨¢ siempre donde debe estar, aunque no se mueva de casa, por el dogma de la comuni¨®n de los santos. Ubicuidad gratificadora que el fil¨®sofo envidia. Pero, ante todo, el fil¨®sofo acepta su culpabilidad para que le perdonen y para irse situando. Su privilegiado o¨ªdo de lacayo es sensible al chasquido del l¨¢tigo de los amos futuros; sabe que con una misma pleites¨ªa conquista su refrigerante identidad revolucionaria y un seguro de empleo para cuando toque inculcar otra ideolog¨ªa desde los p¨²lpitos universitarios. Claro que tambi¨¦n en esto puede equivocarse y es probable que los nuevos due?os se sientan tan poco inclinados a alimentar especuladores, por d¨®ciles que sean, como los tecn¨®cratas, pero ¨¦l habr¨¢ pretendido al menos perseverar en su ser, que es la primera obligaci¨®n de todo lo que existe, seg¨²n dice Spinoza.
Particularmente clara exhibici¨®n de esta conciencia infeliz se dio en la ¨²ltima Convivencia de J¨®venes Fil¨®sofos. celebrada en C¨¢diz durante la Semana Santa, que result¨® ser un congreso especialmente acomplejado. Un tema de tanta raigambre filos¨®fica como ?El sentido de la historia? no suscit¨® pr¨¢cticamente pensamiento alguno. Los coloquios se redujeron a leer la cartilla ideol¨®gica al vecino o apresurarse uno mismo a recitarla antes de que el otro nos la leyera. Cuando algunas intervenciones derivaban por osad¨ªa s o error hacia cuestiones filos¨®ficas, el infractor era severamente llamado al orden. Por fortuna el caso no se prodig¨® en demas¨ªa. Escuchando los coloquios se habr¨ªa dicho que los congresistas hab¨ªan decidido limitar voluntariamente su erudici¨®n a media docena libros. siempre los mismos, al modo en que Jardiel escrib¨ªa alguno de sus art¨ªculos presidiendo de una de las vocales. Naturalmente, lo que en Jardiel era habilidad, en C¨¢diz sonaba a indigencia. La sesi¨®n de claura escuch¨® diversos llamamientos a "ocuparse de la realidad" y a participar en "las luchas concretas del pa¨ªs". Se pronunt la palabra ?realidad? como si fuera particularmente real, tal como cierto poeta en prosa que colaboraba en ABC utilizaba enf¨¢ticamente el t¨¦rmino ?poes¨ªa? como privilegiadamente po¨¦tico. La "lucha concreta" consist¨ªa en discutir el plan Su¨¢rez o la reforma de la Ense?anza Media en lugar de perder el tiempo con el infinito o la muerte, pues mientras lo primero es cuesti¨®n litigiosa en cambio de esto ¨²ltimo bien claro est¨¢ lo que hay que pensar. Lo ¨²nico que tiene trascendencia pol¨ªtica es lo que el poder mismo considera imporrtante: el resto es vana especulaci¨®n, es decir, filosof¨ªa. De este modo, los j¨®venes fil¨®sofos siguieron reproduciendo, conservando y consolidando el discurso del dominio, tal como hicieron sus mayores desde la derecha durante estos ¨²ltimos cuarenta a?os.
A fin de cuentas, los complejos del fil¨®sofo no remiten tanto a la crisis vocacional de un rebelde como a los trapicheos de un funcionario acosado. Cuando el pensamiento, que debiera alzar una voz cr¨ªtica ante la manipulaci¨®n, envidia o imita a los manipuladores es porque hace mucho que ha renunciado a su funci¨® liberadora y se aviene a despreciar su designio espec¨ªfico.
?Todo sea por el escalaf¨®n! Pero, ?de d¨®nde nos vendr¨¢n las voces sin complejos que se nieguen a identificar la conciencia de los l¨ªmites con los l¨ªmites de la conciencia?
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