Los ¨²ltimos proscritos
Cuando se orquestan estruendosas campa?as desde los medios de comunicaci¨®n para despertar nuestra conciencia y hacemos acudir masivamente en socorro de los damnificados en cualesquiera cat¨¢strofes y siniestros; cuando se nos meten por los ojos las aterradoras im¨¢genes de la depauperaci¨®n y el hambre que asolan ciertas regiones del mundo; cuando se levantan banderas contra la pobreza, el analfabetismo, la discriminaci¨®n racial y las guerras; cuando hasta los seres subnormales encuentran apasionados abogados de su causa y cuando, en fin, se proclaman doctrinas y sistemas para la reeducaci¨®n y redenci¨®n de los delincuentes, nadie, en cambio, se acuerda de los pobres locos que, a la vez, son ?locos pobres?. No pretendo insinuar que esos movimientos emocionales no est¨¦n justificados ni sean dignos de nuestro apoyo incondicional. De ninguna manera. Lo ¨²nico que pretendo es resaltar el ignominioso olvido en que viven y mueren los locos -enfermos psiqui¨¢tricos, como se les denomina ahora con cierta piedad sem¨¢ntica- que, aunque cercanos a nosotros f¨ªsicamente, se hallan a distancias astron¨®micas en cuanto a nuestras preocupaciones y afectos y son, de hecho, los ¨²ltimos proscritos de nuestra sociedad.Por desgracia, siguen prevaleciendo, por encima de cualquier otra consideraci¨®n, los prejuicios medievales con respecto a los locos.
La sociedad ve algo misterioso, tal vez demon¨ªaco, en ellos. No lo acepta como seres sufrientes, sino como resultado de no sabe qu¨¦ pecados impronunciables. Y, los aparta de s¨ª, los recluye y los olvida. No siente piedad por ellos, sin, miedo, asco y horror.
Tal comportamiento se aprecia especialmente en la familia. Ya no se oculta al tuberculoso ni al mordido por el c¨¢ncer. Se habla sin rebozo de cualquier enfermedad y en las conversaciones es frecuente casi de buen tono, referir y explicar las operaciones quir¨²rgicas a que se han sometido amigos y parientes, y hasta se exhiben discretemente los hijos mong¨®licos, ciegos o mutilados. En cambio, se tapa a cal y canto el hueco del que desapareci¨® tras la puerta del manicomio. Nadie lo menciona y a cualquier indiscreci¨®n se contesta con un gesto mudo de resignaci¨®n como si se hubiese mentado al criminal o a la ramera de la familia.
Sin entrar ahora en aquellos casos -que los hay- en que el manicomio es la meta de una s¨®rdida conspiraci¨®n de intereses materiales, puede decirse que es el c¨®modo recurso por el que la familia consigue liberarse -eso cree ella, al menos- de las obligaciones y responsabilidades que impone el parentesco. No importa que el manicomio, a los que ahora se llama cl¨ªnicas u hospitales psiqui¨¢tricos, sea un pozo sin salida, pues ?qu¨¦ entiende uno de esas cosas? y ?qu¨¦ otra cosa puede hacerse con un loco? De ah¨ª frases como esta, al encerrar a un pariente en una de esas instituciones: ??Quiera Dios llev¨¢rselo pronto! ?.
Los as¨ª recluidos son prontamente olvidados. Las visitas y las cartas se van espaciando hasta que se suspenden definitivamente. Entonces, el enfermo pierde todo contacto con la familia y con el mundo extrahospitalario y se ve obligado a encerrarse en su mundo ¨ªntimo o, dicho de otro modo, a cocerse en su propia salsa. A veces, mejora y es devuelto a la familia, pero, la hostilidad y la falta de afecto y comprensi¨®n que le rodean, le destruyen y es necesario recluirlo de nuevo para alivio y satisfacci¨®n de todos. Ni la familia ni la sociedad est¨¢n dispuestas a admitirle ni a otorgarle un m¨ªnimo de
Salvo excepciones, no hay un sitio en el hogar ni en el trabajo para ¨¦l. Por eso no es de extra?ar que muchas veces sea el mismo enfermo quien pida su reingreso en el manicomio.
De nada servir¨¢n las nuevas terap¨¦uticas psiqui¨¢tricas si previamente no se provoca un cambio en la conciencia social.respecto al loco, mediante una informaci¨®n amplia, objetiva y veraz, que lo presente tal cual es, un ser enfermo susceptible de curaci¨®n en el 80 % de los casos, y no como un delincuente, un esp¨ªritu maligno o un aborto de la naturaleza.
La terap¨¦utica psiqui¨¢trica no pretende otra cosa que la resocializaci¨®n del enfermo psiqui¨¢trico mediante todos los medios a su alcance y mal puede conseguir su prop¨®sito si la sociedad no se halla dispuesta a colaborar en ese esfuerzo con una actitud abierta, comprensiva y generosa. Suelen alegar los timoratos el peligro que para la comunidad entra?a la reincorporaci¨®n de un ex enfermo mental. Ciertamente, puede sobrevenirle una s¨²bita agravaci¨®n del mal que le arrastre a la comisi¨®n de actos antisociales graves. Pero eso es s¨®lo una verdad a medias, porque, hoy, el tratamiento m¨¦dico es capaz de prever y prevenir en gran medida esas bruscas alternativas. Adem¨¢s, a¨²n admitiendo esa amenaza que queda pendiente en el aire, es preferible afrontarla como uno de tantos peligros que acechan a la persona en la vida comunitaria a condenar indiscriminadamente, a ciegas, a un solo ex enfermo psqui¨¢trico a reclusi¨®n perpetua por su supuesta peligrosidad o, lo que es lo mismo, a legalizar su secuestro indefinido. Si los c¨®digos penales castigan la voluntad de delinquir s¨®lo en el caso de que se manifieste mediante la acci¨®n, ?por qu¨¦ seguir un criterio distinto cuando se trata de un ex enfermo mental? Por otra parte, ?es alguien capaz de prever esas explosivas enajenaciones mentales en individuos sin antecedentes ni s¨ªntornas psicopatol¨®gicos que, de pronto, desencadenan incidentes dram¨¢ticos y aun tr¨¢gicos? ?Qui¨¦n de nosotros, de los que nos consideramos cuerdos, est¨¢ libre de caer s¨²bitamente en el caos mental? Pues si el riesgo es inseparable de la convivencia, no hay raz¨®n alguna para que la sociedad extreme sus preocupaciones con aquellos de sus miembros que, precisamente por sus antecedentes cl¨ªnicos, son m¨¢s susceptibles de ser vigilados y, si su actitud lo requiere, reducidos y neutralizados.
Yo he visto mucho miedo en los ojos de los enfermos mentales y me inclino a pensar que quiz¨¢ sea el miedo el principio desencadenante de su locura. Me imagino al loco como al caracol encerrado en su concha por miedo a los peligros que le acechan. Para conseguir que el caracol se exclaustre hay que crear en torno suyo una atm¨®sfera c¨¢lida, apacible. Por eso creo yo que la mejor terapia psiqui¨¢trica consiste, o debe consistir, en confiar al enfermo mental, hacerle comprender que la vida no es tan ingrata como ¨¦l teme y que puede y debe vencer todos los obst¨¢culos que se le enfrentan, porque quiz¨¢ sea el ¨²nico medio eficaz para decidirle a abandonar su caparaz¨®n y deponer su obstinada actitud defensiva. Pienso, en suma, que la mejor terapia es la mano tendida, el amor.
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