?Qui¨¦n tiene miedo de King-Kong?
Existe la creencia en el cine de que cuanto mayor sea la inversi¨®n y el riesgo, mayores posibilidades tiene el proyecto de batir records de taquilla. La lecci¨®n la ha aprendido a la perfecci¨®n Dino de Laurentis, quien v¨ªa ?Dinocitta?, en Roma, hasta Ca?on Drive, en Beverly Hilis, ha instalado un imperio millonario; copia fiel de lo que una generaci¨®n de Samuel Goldwyns, Louis Mayers o Harry Cohns contruyeran cuarenta o m¨¢s a?os atr¨¢s. Dino de Laurentiis se ha adjudicado el mayor riesgo financiero en la historia de la cinematograf¨ªa, al invertir veinticuatro millones de d¨®lares en la nueva versi¨®n del c¨¦lebre cl¨¢sico King-Kong (1933), que anuncia estreno simult¨¢neo en 2.350 salas de cine alrededor del mundo,el pr¨®ximo 17 de diciembre.
El espect¨¢culo m¨¢s caro del mundo
Dino de Laurentiis nos recibe en su f¨²nebre oficina decorada en rojos y caf¨¦s, escondido casi detr¨¢s de un macizo escritorio atiborrado de tel¨¦fonos, en el que otrora fuera santuario poderoso de los magnates de Paramount, y que a¨²n son lo bastante espaciosos como para soportar un intenso ajetreo del centenar de personas que componen su staff, el que crece diariamente, seg¨²n se acerca la fecha del estreno de King-Kong.
De mediana estatura, de gestos en¨¦rgicos y grandilocuentes, rasgos aquilinos representa el papel de maestro de ceremonias ante la prensa norteamericana y extranjera que viene a conocer qui¨¦n es el hombre detr¨¢s del mito. ?Decido todo personalmente. En este a?o he invertido m¨¢s de cincuenta millones de d¨®lares, en pel¨ªculas. La mayor¨ªa de los grandes consorcios productores pueden darse el lujo de absorber fracasos financieros; yo, en cambio -dice-, perd¨ª una fortuna con la pel¨ªcula B¨²falo Bill y los indios. ?
En estos d¨ªas no son s¨®lo loas y alabanzas las que recibe De Laurentiis. La prensa norteamericana se ha ensa?ado con cr¨ªticas por la pataleta verbal y el consiguiente despido del carism¨¢tico director Robert Altman en medio de la filmaci¨®n de Ragtime, a ra¨ªz del desastre taquillero de su B¨²falo Bill, que ni el talentoso y buen mozo Paul Newman pudo salvar de la bancarrota.
Pero su rostro irradia un malicioso bienestar y comienza a explicar, en un salpicado ?tuttifrutti? de italiano mezclado con ingl¨¦s, que ?un verdadero esp¨ªritu empresarial independiente no se complica con sociedades financieras, estudios cinematogr¨¢ficos o directores a quienes rendir cuentas. Mi ¨²nica responsabilidad -enfatiza- es la de proteger el dinero que an¨®nimos inversionistas colocan a su disposici¨®n?. El deleite se transforma en euforia al anunciar que sus veinticuatro millones de King-Kong est¨¢n finalmente bien envasados y listos para respaldar la fanfarria publicitaria orquestada desde las palancas y batutas maestras de Beverly Hills.
King-Kong, el mono gigante, revive gracias a De Laurentiis. Temido, vituperado, censurado y finalmente fusilado en las pantallas de cine del mundo entero, persiste en la memoria aterrada o en la fascinaci¨®n de muchos. ?l monstruo mec¨¢nico creado por la fantas¨ªa de Hollywood fue una fabulosa m¨¢quina de inversi¨®n y recaud¨® sumas fabulosas para su productor, David O. SeIznick y, de paso, acumul¨® su bagaje de mitos y homenajes est¨¦tico-cinem¨¢ticos (Homenaje a King-Kong, de Roman Gubern).
Desde los comienzos mismos del proyecto de revivir Kong, bastante tortuosos por cierto, Dino de Laurentiis supo aprovechar obst¨¢culos, percances y esc¨¢ndalos, convirti¨¦ndolos en promoci¨®n gratis para su pel¨ªcula. El comienzo fue una querella legal entre los estudios Universal y De Laurentiis acerca de los derechos de paternidad, o m¨¢s bien de ?adopci¨®n?, de la historia. Ambas partes reclamaban compromisos previos con R. K. O., poseedor de los derechos y t¨ªtulos. De Laurent¨²s gan¨® el pleito, pero la Universal se llevar¨¢ una considerable tajada de las futuras ganancias.
?En la carrera competitiva con Universal me propuse dar a luz un King-Kong a toda costa -relata De Laurentiis- y al mismo tiempo solucionar los complicados efectos mec¨¢nicos que son los pilares de la pel¨ªcula . Yo he querido mostrar un mono gigante, s¨ª, pero con una expresi¨®n simp¨¢tica, expresiva.. Gast¨¦ tres millones de d¨®lares solamente en la creaci¨®n del gigantesco mono mec¨¢nico, como yo lo he imaginado.?
?Creo que al p¨²blico de cine se le puede... (y agrega un sabroso y expresivo garabato en ingl¨¦s, acompa?ado de un no menos expresivo movimiento de manos) solamente durante los primeros minutos de filmaci¨®n. De otro modo, ese mismo p¨²blico nos... (repite la expresi¨®n) para siempre. De ah¨ª que yo quisiera mostrar un portento mec¨¢nico, perfecto hasta en sus m¨¢s m¨ªnimos detalles. ?
Y para asegurarse el coraz¨®n y la venta de boletos de esa audiencia la promoci¨®n de la pel¨ªcula marcha a todo vapor.. De Laurentiis no cej¨® hasta que logr¨® el mejor gol publicitario y period¨ªstico que se puede aspirar en Estados Unidos. Cu¨¢nto le cost¨® y c¨®mo lo consigui¨® es tema de especulaci¨®n para doctos y profanos en la materia. En un n¨²mero reciente, la portada de Time muestra un King-Kong, compitiendo en popularidad con el presidente electo, Jimmy Carter, adem¨¢s de incluir un vasto despliegue fotogr¨¢fico a todo color, acompa?ado de largo art¨ªculo que proclama la pel¨ªcula como ?un futuro suceso de cr¨ªtica y taquilla? y la eleva a la categor¨ªa de ?manifestaci¨®n cultural?, aun cuando lo ¨²nico que pudieron- haber le¨ªdo o visto, los cr¨ªticos de Time ha sido, a lo m¨¢s una hora de pel¨ªcula sin terminar.
?La industria deber¨ªa dedicarse a hacer m¨¢s pel¨ªculas que toda la familia pueda ver y disfrutar: sin tanta violencia y sexo. Debiera haber entretenimientos en los que disfruten adultos y ni?os por igual. Por esa raz¨®n quise revivir-el mito de King-Kong. ?
Cuando acaba de mostrarnos su sofisticado mono mec¨¢nico ya est¨¢ metido en otro multimillonario proyecto en que elevar¨¢ a la categor¨ªa de ?estrella? a un B¨²falo blanco. Pero resulta que el gui¨®n de la pel¨ªcula exig¨ªa la presencia de una bestia descomunal, que arremetiera desenfrenadamente a trav¨¦s de la pradera nevada del Oeste norteamericano; con la inconveniencia de que estos animalotes son demasiado est¨²pidos como para ser entrenados, incluso al ?estilo Hollywood?.
Es as¨ª como con una jugosa cuenta bancaria, aparejada con la indomable determinaci¨®n empresarial de un De Laurentiis, han dado a luz un descomunal y mec¨¢nico B¨²falo blanco, que se yergue imponente para quien desee darle una ojeada en los terrenos de la Metro Goldwyn Mayer, dise?ado por el, talento de Carlo Rambaldi, el mismo que ideara Kong.
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