M¨²sicos espa?oles en M¨¦xico
Son muchos los temas a tratar en relaci¨®n con la m¨²sica y m¨²sicos espa?oles en M¨¦xico. Algunos espigu¨¦ a lo largo de tareas cr¨ªticas. Hoy quiero detenerme, un momento, en los nombres del exilio musical que escogieron la tierra mexicana como residencia y encontraron en ella posibilidades efectivas para su segunda andadura profesional.As¨ª, Adolfo Salazar, algo m¨¢s que un cr¨ªtico y cosa muy distinta de un music¨®logo. ?M¨²sica y literatura -escrilbe Luis Cernudaigu¨¢lmente, desde un principio, a Salazar: contempor¨¢neo con sus primicias de compositor fue, se,or¨²n ?reo, aquel encantador Ko¨¢'ak de A ndaluc¨ªa?,primer escrito suyo que conoc¨ª, publ?cado en Indice, la espor¨¢dica revista madrile?a editada por Juan. Ram¨®n Jim¨¦nez a principios de la d¨¦cada del 20. ?S¨®lo desde este doble enfoque, literario musical, puede empezar a entenderse la personalidad de Adolfo Salazar, buena parte de cuyas fuerzas se .ir¨ªan en la eterna grena de nuestra vida musical. En M¨¦xico trabaj¨® mucho y bien el antiguo cr¨ªtico de El Sol: los trabajos de urgencia -esa.s tareas cotidianas y, con frecuencia, est¨¦riles o casi, de las que se vive- no le impidieron la construcci¨®n de obras.de largo aliento: la serie de tomos sobre La m¨²sica en la sociedad europea, el dedicado a La m¨²sica en la cultura espa?ola o la M¨²sica moderna, suponen el desarrollo a gran escala de los primeros estudios de Salazar. El. estilo ensay¨ªstico de Ortega encuentra aplicaci¨®n exacta a los fen¨®menos musicales en conexi¨®n con los socioculturales que los determinan y contornean, gracias al pensamiento, la erudici¨®n y el talante de Salazar. En M¨¦xico hall¨®alta y entra?able amistad en la de Carlos Prie'to, por cuyo apellido viene -i las mientes otra figura musical ransterrada: la ovetense Mar¨ª Teresa Prieto, disc¨ªpula en Madi 1 de Garda de la Parra y en Am¨¦: za de Ponce, Chavez y Milhaud. Su m¨²sica sinf¨®nica y de c¨¢mara es apenas conocida en Espa?a aun cuando uno de sus cuartetos recibiera el Premio Samuel Ros y Ataulfo Argenta programase la Sinfon¨ªa breve con la Orquesta Nacional. La disc¨ªpula que por m¨¢s tiempo tuviera Manuel de Falla, Rosa Garc¨ªa Ascot, y su marido, el music¨®logo Jes¨²s Bal y Gay, vivieron tambi¨¦n en M¨¦xico. Rosita era la representaci¨®n femenina en el ?grupo de los ocho? o ?generaci¨®n de la Rep¨²blica?. Se la envi¨® Felipe Pedrell a Falla y, m¨¢s tarde, trabaj¨® tambi¨¦n con Turina. Bal y Gay, colaborador con Salazar de la revista Nuestra M¨²sica, no ces¨® en su tarea que, ya de regreso a Espa?a, ha remontado al publicar el Cancionero Gallego. Otro madrile?o, Gustavo Pittaluga, muerto en Madrid no hace mucho, y el mallorqu¨ªn Baitasar Samper -miembro del grupo barcelon¨¦s coet¨¢neo del madrile?o- se instalaron durante tiempo largo en M¨¦xico. El primero sigue en el recuerdo como autor de la lorqueza Romer¨ªa de los Cornudos; el segundo, de los sensibles y po¨¦ticos Can¨ªos Y, danzas de la isla de Mallorca.En una orquesta impresionista levantina se enlazan los dos sab eres de Samper: el del creador y el del folklorista.
En f¨ªn, la gran figura hispano-mexicana de la m¨²sica espa?ola, junto a Salazar, es Rodolfo Halffier, ?el Halffier de Am¨¦rica?, como le llamaba Salazar para diferenciarlo del ?de Europa?, o sea, Ernesto. Hace a?os que un cordial bipatriotismo trae y lleva, constantemente, a Rodolfo de una a otra orilla del Atl¨¢ntico, Ense?¨®, durante muchos a?os en la capital azteca y ense?a, de manera intermitente, ft Espa?a, cursos en Granada o Santiago de Compostela. Recibe encargos de all¨ª y aqu¨ª, publica ac¨¢ y all¨¢ y funciona como una suerte de embajador-espont¨¢neo de un pa¨ªs al otro. Cre¨® las Ediciones Mexicanas, intervino en diversos quehaceres directivos de la vida musical de M¨¦xico y es homenajeado por los dos pa¨ªses hermanos. Falt¨® de su patria justo en el momento de su evoluci¨®n, desde el ?nacionalismo? a las ?nuevas tendencias?, con lo que el discurrir de la m¨²sica espa?ola se vio privado del necesario eslab¨®n o puente. Roberto Gerhard podr¨ªa haber sido el otro, desde su casi increible discipulaje doble: Pedrell y Schoenberg. Pero tambi¨¦n estaba fuera, en la Ingleterra que le vio morir.
Recordar a estos m¨²sicos exiliados, peregrinos o transterrados, cuando un in ¨²s¨ªco joven, como Cruz chCastro, contin¨²a en la brecha de unir la m¨²sica espa?ola y la mexicana, vale tanto como se?alar antecedentes y consecuencias. Es la demostraci¨®n, por una vez al menos, de que el concepto tantas veces manoseado de la hispanidad puede tener validez real al ser realidad vivida.
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