Las palmas de son dieron cuerda a Curro Romero
Sonaba el clar¨ªn para que saltaran a la arena los toros de Curro, y unos espectadores del tendido bajo del siete se colocaban un casco, para defender la sesera de objetos arrojadizos. La afici¨®n de todo el mundo taurino est¨¢ muy mosca con el ze?¨® Curro. Ocurri¨® que su primer toro, justito de trap¨ªo, ten¨ªa una cabecita astigorda y roma y se escucharon gritos de ??afeitado! ?. Al p¨²blico no le gust¨® el toro ni a Curro tampoco. Hasta tal punto no le gust¨®, que ni le miraba, y si lo hac¨ªa era desde el otro conf¨ªn. ?Picaban al toro en el nueve? Pues el ze?¨® Curro tomaba el sol por el cuatro. ?Andaba el toro por el cuatro? Pues el ze?¨® Curro luc¨ªa el terno verde y oro por el nueve. Ni lleg¨® a abrir el capote. Con la muleta, ya puede imaginarse: carreras y suspiros. La bronca atron¨® la plaza y hubo bombardeo de almohadillas. Los del casco, a salvo.El cuarto, que era m¨¢s toro, podr¨ªa haberle infundido mayor respeto, y quiz¨¢s lleg¨® a suceder as¨ª, pero los de la andanada del ocho, en un arranque de inspiraci¨®n, hicieron palmas de son para animar al artista. Y surtieron efecto de inmediato, porque el palmoteo tuvo continuidad en los tendidos y el ze?¨® Curro, hasta entonces sumido en brumas, arrastrando las zapatillas como penitente cargado con la cruz de zu cino, aliger¨® el pie cual si le hubieran dado cuerda (no tanto como para ir al marathon, las ceisas en su justo t¨¦rmino) y la carrerita le acerc¨® al toro. Tres capotazos a lo punible. Noble el berrocal (o borrego, que tambi¨¦n esta calificaci¨®n cabe), el ze?¨® Curro, en terrenos del ocho, despleg¨® la muleta para un pase por alto y tres pince.ladas con la derecha, que arrancaron otros tantos ol¨¦s, como fragor de mar embravecido. Al natural, tres enganchones, y uno de pecho que habr¨ªa sido soberano, de no derrumbarse el de la cornamenta. Se oyeron protestas en las alturas, que molestaron, y m¨¢s a¨²n molest¨® el viento. Punto y aparte. Ahora, en el cuatro, al pairo de los elementos, otros tres derechazos de los de cante jondo, y de pecho; tres m¨¢s, que son la naturalidad del arte o el arte de la naturalidad, ?y ol¨¦ mi ni?o, c¨®mo pronuncia!. Uno de pecho con la izquierda, lento, interminable. Tres ayudados por alto de una suavidad, un mando y una hondura como acaso no volveremos a ver en la feria, hasta que vuelva el genio y figura. Un trincherazo sensacional y el kikirik¨ª de gracia y torer¨ªa. Y para rematarlo todo, ?ay, ze?¨® Curro!, el bajonazo ech¨¢ndose fuera de rigor, que le quit¨® la oreja, y bien quitada, pues una cosa es el deleite del toreo de sentimiento y la personalidad arrebatadora, y otra el manga por hombro. La plaza fue seria aqu¨ª, estuvo en su justo t¨¦rmino. Ovaciones encendidas y silbidos penetrantes acompa?aron a Curro en la vuelta al ruedo. Era la apasionada discusi¨®n entre aficionados que tanto vivifica a la fiesta.
Plaza de las Ventas
Sexta corrida de feria. Cuatro toros de Mart¨ªn Barrocal, con el trap¨ªo justito, salvo uno -el cuarto-, flojos, sin malicia y sin clase; uno del Jaral (segundo), protestado por afeitado, manso, y un sobrero de Ruise?ada (sexto), tambi¨¦n protestado porque no ten¨ªa trap¨ªo, d¨®cil.Curro Romero: Bronca y almohadillas. Vuelta al ruedo protestada. Paco Alcalde: Indiferencia en los dos. Luis Francisco Espl¨¢, que confirm¨® la alternativa: Saludos, a¨²n no se sabe a qui¨¦n. Palmas.
Y esto hay que contar de la corrida, porque lo dem¨¢s fue filfa. Los toros, justitos de trap¨ªo, flojos, sin la m¨ªnima pujanza y codicia que debe exigirse al ganado de bravo; los toreros -los otros dos- sin garra, con los amaneramientos y la vulgaridad que tienen invadida la profesi¨®n, p¨¦simos rehileteros ambos, y m¨¢s pendientes de los saludos y los ringorrangos que de parar, templar y mandar (esa habilidad de ?antiguos?).
Alcalde, incapaz de torear con el capote e incapaz de sacarles faenas ligadas y aunque s¨®lo fueran aseadas a dos borregos, dio un sainete con las banderillas. En su primero, despu¨¦s de recurrir a los peones, elegir terrenos, ir de un lado para otro, corretear, esperar, y ni se sabe, mientras pasaban minutos y minutos hasta la desesperaci¨®n, s¨®lo pudo poner par y medio. ?Qu¨¦ verg¨¹enza, papi! En el otro renunci¨® a coger los palos.
Espl¨¢ puso tres pares muy meritorios al torito de la confirmaci¨®n. El segundo, por los terrenos de dentro, fue de gran emoci¨®n, y muy bueno, asimismo, el tercero. ?Al fin ve¨ªamos un matador-banderillero! Pero no pudo matar al animalito. Apenas iniciada la faena, se le derrumb¨® y hubo que apuntillarlo. Pero, ?puede creerse que, arrastrado el cad¨¢ver, sali¨® a saludar porque sonaron tres palmas? Quisi¨¦ramos saber d¨®nde qued¨® la verg¨¹enza torera. Estas figuritas prefabricadas, de tan acelerada carrera profesional, est¨¢ claro que no tienen tiempo de hacerse esa solera de torer¨ªa, sin la cual no son m¨¢s que pegapases y no siempre buenos. Es el caso de Espl¨¢. Al sexto, devuelto al corral por falta de trap¨ªo, le sustituy¨® un torito de menos trap¨ªo a¨²n. La bronca y las rechuflas no impidieron, al confirrnado, sin embargo, coger las banderillas, y esta vez cant¨® la gallina de mala manera: puso un palo en la tripa, dos en el suelo y otros dos arriba, pero a cabeza pasada. La faena al borreguito, no pas¨® de superficial aunque fue animosa: muchos pases sin calidad, poco temple. demasiadas vueltas. Y mat¨® a la ¨²ltima.
La corrida acab¨® con otra desilusi¨®n. La fiesta sigue sin ser fiesta en este San Isidro que, d¨ªa a d¨ªa, est¨¢n llevando al fracaso los reventadores. Que no son los aficionados de la andanada, ?qui¨¢!, sino la empresa, que monta estos sinapismos; los ganaderos, con el g¨¦nero que mandan; los apoderados y exclusivistas, con tanto cuidar a los mushashos, y m¨¢s que nadie, quien se lo tolera.
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