Antilidia en la novillada de Las Ventas
El puyazo corrido. La suerte de Atienza. La vara saliendo en busca del toro a los medios, y si es necesario hasta la misma boca de riego. As¨ª picaban el domingo en Las Ventas. Y en ninguno de los novillos se privaron las cuadrillas de esa ridiculez, que llaman, en el nov¨ªsimo argot, la tercera suerte,es decir, tras los mantazos de recib¨® (porque todos fueron mantazos, por parte de los peones y por parte de los matadores), llevar a la res al burladero del siete, mientras salen los picadores y se colocan, en todo lo cual tardan una barbaridad pues en su desganado cabalgar parece como si los llevaran a galeras.A veces sonaba el clar¨ªn para esa nada triunfal salida cuando el novillo estaba sin fijar. Ocurri¨®, por ejemplo, con el sexto, al que Jos¨¦ Hern¨¢ndez -dicen que torero de valor acreditado, tiene gracia- no quiso ni ver, amagado en el burladero del cinco. Y ese sexto, claro, se fue sobre el caballo cuando a¨²n estaba por terreno de toriles, y le arrim¨® tal derrote a la grupa, que lo tumb¨®. El picador, que era el Moro, sali¨® lanzado, de cabeza, por las orejas del equino. A partir de aqu¨ª no se sabe si vino la vendetta, o el ardiz del avispado varilarguero, o el exacto cumplimiento de tajantes ¨®rdenes del jefe de cuadrilla, m¨¢s es el caso que el se?or Moro se iba con total desenfado a los medios, sordos los o¨ªdos a la bronca, y le met¨ªa vara al novillo, para que se fuera enterando. Ese novillo, es natural, en el ¨²ltimo tercio no embisti¨®.
Plaza de Las Ventas
Cinco novillos de Carmen Espinal, desiguales de presencia; mal lidiados, por lo que era imposible medir su bravura; serios y con trap¨ªo los tres ¨²ltimos; dieron juego primero, tercero y quinto. Y un sobrero (segundo) del Jaral de la Mira, chico y cornicorto, noble. Jos¨¦ Lara. Tres pinchazos y media estocada tendida (aviso, aplausos y saludos). Metisaca, pinchazo, estocada contraria y dos descabellos (la presidencia le perdon¨® un aviso. Silencio). Manolo Sales. Dos pinchazos, estocada, descabello (aviso) y seis descabellos m¨¢s (aplausos y saludos). Pinchazo (aviso), tres pinchazos m¨¢s, y otro hondo, muy bajo (silencio). Jos¨¦ Hern¨¢ndez, de Valencia, debutante: estocada (escasa y ruidosa petici¨®n y dos vueltas, la segunda, protestada). Estocada delantera atravesada, descordando (vuelta por su cuenta). Presidi¨®, con altibajos, el comisario Mantec¨®n.
En el cuarto de la tarde se hab¨ªa producido otra modalidad: e? puyazo corrido. A veces es puyazo corrido cuando el toro entra al caballo a los vuelos del capote; a veces lo es cuando el toro se quiere ir, y francamente se va, y el picador le acompa?a en la huida, para seguir picando. Pero lo del domingo en Las Ventas fue al rev¨¦s: se iba el caballo, y el novillo le segu¨ªa; de manera que el primer tercio se desarroll¨® en el curso de una cruenta, desairada e injustificada vuelta al ruedo, con bronca y tropel¨ªa. Ese cuarto novillo, es natural, en el ¨²ltimo tercio tampoco embisti¨®.
No digamos que sali¨® brava la novillada (quiz¨¢ fue mansa), pero con que simplemente la hubieran lidiado -en lugar de meterla en ese ajetreo de carreras e incompetencias que constituy¨® una aut¨¦ntica antilidia- habr¨ªa dado m¨¢s juego. A casi todas las reses los picadores les tapaban la salida; los peones recortaban las embestidas con el capote; en banderillas se vieron demasiadas pasadas en plan de huida. Y el viento adem¨¢s, por si algo faltara, cercen¨® las limitadas posibilidades de lucimiento de los espadas que quer¨ªan lucirse.
Porque hubo dos espadas que quer¨ªan lucirse, y -uno -Jos¨¦ Hern¨¢ndez, quien para su presentaci¨®n en Las Ventas se quit¨® su apodo, El Melenas, quiz¨¢ por el viento- que quer¨ªa darnos el pego. Quer¨ªa darnos el pego de su arrojo, tiene gracia, cuando en realidad era un manojo de nervios y pegaba trallazos, cortaba los viajes; escurr¨ªa el bulto en el segundo tercio y, como queda dicho, a su ¨²ltimo enemigo lo vio de cerca para la muleta, y gracias. Al tercero de la tarde lo mat¨® de una estocada fulminante en la que sali¨® volteado, y esa voltereta impresion¨® al impresionable (digo, respetable).
Al ¨²ltimo, de espadazo delantero, atravesado, que casi asomaba por un brazuelo y descord¨®, y le sirvi¨® de excusa para dar una vuelta al ruedo, que el respetable (y ya no impresionado) acogi¨® con lluvia de almohadillas.
Pese a la lidia infame hubo cuatro novillos relativamente claros: el primero, por el derecho, al que Lara dio muletazos estimables dentro de un trasteo innecesariamente largo, en el que sufri¨® una voltereta al aguantar una embestida incierta. El lote de Manolo Sales, que vali¨® para que nos deleit¨¢ramos con unas tandas de magn¨ªficos derechazos y naturales instrumentados con finura y empaque, a los que sobr¨® el alivio del pico. Sales tambi¨¦n prolong¨® demasiado las faenas y mat¨® muy mal. Y el primero de Hern¨¢ndez, que s¨®lo vali¨® para el trasnochado tremend¨ªsimo, en versi¨®n ful.
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