Aburrimiento subacu¨¢tico

La viej¨ªsima historia del ?vaudeville? o ?vodevil?, con sus correspondientes equ¨ªvocos, adulterios y apresurados cambios de lecho y personalidad, se adereza con el dudoso aliciente de ?una piscina de verdad ? sobre el escenario. Piscina transparente que sirve de pretexto para que un grupo de desnudas ba?istas se sumerjan de cuando en cuando y jueguen a la pelota con el p¨²blico de la sala. El autor, Jean de Letraz, ni siquiera se ha molestado en justificar la presencia de las j¨®venes sobre un escenario en el que el resto de los personajes llevan a cabo sus cometidos arquet¨ªpicos. Marido, amante del marido, mujer, amante de la mujer, inspector de polic¨ªa tonto, criada casquivana, estafador arrepentido y, c¨®mo no, un ?homosexual? (tarado sexual, seg¨²n definici¨®n del autor) que acabar¨¢ convertido en ?normal? gracias a la intercesi¨®n de las bellas de turno.La mec¨¢nica del enredo priva sobre los personajes y la ?inmoralidad? se viste de decencia porque el amor triunfa sobre todas las cosas, salvo sobre la mediocridad, mediocridad de di¨¢logos, situaciones e interpretaciones. Como existe una piscina sobre el escenario los espectadores se limitan a esperar que todos los personajes sufran el correspondiente chapuz¨®n y admirar sus proezas natatorias. El resto del tiempo ha de invertirse en el simple aburrimiento, s¨®lo diluido, en ocasiones, por la gracia, absolutamente desmadrada, de Emiliano Redondo, que con su espect¨¢culo personal acaba devorando di¨¢logos y personajes para lanzarse, con toda clase de trucos tics y ?morcillas?, a un lucimiento personal que se agradece como correspondiente alivio. In¨¦s Morales cumple eficazmente su cometido con Mabel Esca?o y Antonio Alfonso, hundi¨¦ndose el resto de los int¨¦rpretes en el clima general de mediocridad de este engendro, de posible ¨¦xito por sus ?desnudos?, reci¨¦n importado de Lisboa.