La fuga de Rafael Alberti
Naturalmente, Alberti se ha aburrido. Lleg¨® a Espa?a como una ave espiritada del para¨ªso con ese pelo de huevo hilado, recal¨® en las marismas de C¨¢diz en la primera parada de su vuelo migratorio, y desde all¨ª levant¨® otra vez las alas de su chaqueta fosforescente, lleno de sal marina, votos campesinos y flores salvajes, para aterrizar en el Congreso como un golfo iluminado, con algo de profesor tronado que se ha confundido de symposium.Por lo visto, ¨¦l tambi¨¦n cre¨ªa que aquello iba a ser divertido, las saturnales del verbo, las fiestas b¨¢quicas de la libertad, una democracia transformada en caldo de vid para frotarse las tetillas o tal vez esperaba que el siroco del pueblo, penetrando por los ventanales neocl¨¢sicos, limpiara las mesas de papeles anteriores y barriera las copias del testamento de Franco. El se ve¨ªa como un griego con la cl¨¢mide rebosada de sol, acodado en la escalinata del ¨¢gora en plan P¨ªndaro sometiendo las pasiones sociales a rima, mientras un ganado de cabras puntiagudas ramonea a la esmerilada sombra del d¨®rico en la ladera de la Acr¨®polis. Ha sido una l¨¢stima.
Alberti se ha encontrado con que las Corte estaban llenas de pasillos de corros de contrataci¨®n, de puertas que se abren a salones desiertos y tapizados de ponencias, de dict¨¢menes, de enmiendas, de pol¨ªtica ratonera, tirando a parda, elaborada por j¨®venes p¨¢lidos que tienen los ojos brillantes de sed y el pulso de la sien cruzado por una vena azul palpitante, que entran salen, se cruzan, se saludan como en un tute pol¨ªtico subastado con gui?os que son ofertas, con golpes de ceja que son advertencias, con moh¨ªnes de hocico que son pactos y llevan en el cepo del sobaco un cartapacio de informes. Natural mente, Alberti se ha aburrido por que no entend¨ªa nada.
Tampoco me extra?a. En los d¨ªas de sesi¨®n plenaria yo le ve¨ªa en el bar de las Cortes, en el corrillo de los comunistas, seg¨²n se entra a la izquierda, sentado con la carpeta de los deberes en el regazo, mir¨¢ndose como Narciso en la taza de caf¨¦ con leche y bostezando contra el vac¨ªo como el le¨®n de la Metro. Despu¨¦s, en el hemiciclo, mientras desde el p¨²lpito ca¨ªan los despojos de la batalla de flores o los vers¨ªculos troceados del serm¨®n de la monta?a, el poeta apoyaba el cogote de trigo germinado en la cumbre del esca?o, descolgada la comisura por los efectos del tedio, y atravesando el techo con ojos de sue?o se iba hacia los cielos de Plat¨®n. No es por nada, pero creo que Alberti en las Cortes era un ave del para¨ªso que s¨®lo hac¨ªa juego con las escupideras, que son de balnerario de Silvela, bellas, frescas y blancas, que tienen algo de cacharro para horchata, cosa de gente fina, de esa que juega a la perejila y toma chocolate con an¨ªs.
La paloma se hab¨ªa equivocado. El vericueto de las Cortes est¨¢ dominado todav¨ªa por los delfines herederos del franquismo, alevines orioles, girones en agraz, chicos del SEU con la mirada baja, una red de burocracia org¨¢nica que a¨²n teclea en las oficinas, una trama reformista donde la democracia se enreda con las barbas a diario; todo eso forma un laberinto por donde el Gobierno discurre como un minotauro relajado que se sabe ya la salida al exterior. Esto ser¨¢ mejor o peor, pero desde luego no es lo que se esperaba. De momento esto es el coliseo con las gradas vac¨ªas y los fosos llenos de domadores que vacunan a las fieras con la trivalente.
Visto el asunto, Rafael Alberti se ha fugado por un vitral emplomado. Aprovechando el vac¨ªo creado por los bostezos el poeta comenz¨® a levitar como un astronauta coronado de petunias hacia el aire espeso de la calle. En las Cortes se ha quedado una ponencia que pone enmiendas al Reglamento, art¨ªculo 19, apartado tercero F, bis.
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