Madrid tiene una vocaci¨®n: hacer cola
Las colas son agrupaciones eventuales y espont¨¢neas. Suelen nacer delante de las ventanillas y mueren de muerte natural en el ¨²ltimo segundo de oficina, como los bostezos. Son un hecho y han sido durante muchos a?os el ¨²nico derecho de reuni¨®n inmune al Tribunal de Orden P¨²blico, quiz¨¢ porque en ellas siempre se respet¨® una ley, la del riguroso turno, y un orden, el de llegada.Cada d¨ªa, varios kil¨®metros de madrile?os se distribuyen en colas perfectamente diferenciables. Hay colas tristes en la antesala de los velatorios, colas sobresaltadas en los departamentos de reclamacio nes, colas imp¨¢vidas frente a las oficinas de empleo, colas estiradas y reverentes ante el despacho del nuevo subsecretario, y colas incr¨¦dulas que hacen guardia ante los despachos de caf¨¦ y sue?an con un milagro del 25%. Hay casi tantas clases de colas como estados de ¨¢nimo.
Sin embargo, si hubiera que hacer una clasificaci¨®n simple, podr¨ªa decirse que hay dos tipos opuestos: el progre y el retro, como en la vida pol¨ªtica misma. Corresponden, respectivamente, a la cola corta, ef¨ªmera y m¨®vil, y a la cola eterna, enorme, permanente, destinadas a hombres cuya vocaci¨®n es esperar.
El esp¨ªritu de las colas es epitelial y, por tanto, puede identificarse a primera vista: en las de las oficinas de empleo se distinguen perfectamente dos clases de hombres, los que confian en que los ¨ªndices de paro sean una exageraci¨®n de los periodistas y los que ya est¨¢n de vuelta; aqu¨¦llos recitan su nombre de carrerilla cuando les llega el momento, y ¨¦stos se limitan a decir ??Qu¨¦, seguimos igual??. Las largas colas de parados son un conjunto de optimismos y pesimismos, irregularmente distribuidos, pero hay colas uniformes; resignadas o vehementes, seg¨²n que est¨¦n destinadas a pagos o a cobros.
Y hay colas que definen incluso a una ciudad: el esp¨ªritu de Madrid est¨¢ en la de los que piden la dimisi¨®n de De Arespacochaga, y una vivienda mejor, por la que ya han pasado m¨¢s de 70.000 vecinos y es una especie de premonici¨®n de elecciones municipales.
Las colas tienen un lenguaje propio y gran facilidad para la difusi¨®n de rumores: las devaluaciones de moneda, las bodas del siglo, los reajustes de Gabinete ministerial y las interpelaciones al que infringe el orden de llegada son algunos de los productos en circulaci¨®n. Alguien dice: ?A ver, ese, que se est¨¢ colando?, entre lista y lista de futuribles, y alguien contesta siempre: ?Si esos que se cuelan est¨¢n pagaos: lo hacen para desmoralizar al personal. ?
Gracias a las colas son posibles los reventas, esos ciudadanos que viven de la impaciencia y del despiste. En el mejor de los casos son una tentaci¨®n frustrada para el que espera, un intento de escapar que se nos malogra. A pesar de ellos, a¨²n no se ha instituido el oficio de guardar cola, una ocupaci¨®n cuyos profesionales podr¨ªan muy bien llamarse colistas de a pie, para no ser confundidos con los fabricantes de goma de pegar o los proxenetas, y tendr¨ªan la responsabilidad de guardar turno mientras el titular emplea su tiempo en lugar de perderlo.
Definitivamente, las colas son el lado m¨¢s kafkiano y, por consiguiente, m¨¢s triste, de la vida de las grandes ciudades, Para formular una tragedia basta decir:
?Madrid hace cola cada d¨ªa.?
Los soci¨®logos deber¨ªan comenzar a preocuparse por una enfermedad a¨²n no catalogada: el s¨ªndrome del colista. Cuentan que, hace unos d¨ªas, un hombre lleg¨® apoyado en otro a la Ciudad Sanitaria La Paz; iba buscando urgencias y presentaba s¨ªntomas alarmantes de infarto.
Apenas salv¨® la puerta de entrada, abri¨® los ojos, y al reparar en el gent¨ªo, pregunt¨®: ??Qui¨¦n tiene la vez??
Al parecer, esas fueron sus ¨²ltimas palabras.
Centralismo en el centro
Las colas hacen caer a Madrid e su propia trampa: el centralismo. Un alto porcentaje se localiza en el centro de la ciudad, donde se concentran centrales bancarias, cines de estreno, Ayuntamiento, Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia y otras entidades oficiales.Alrededor de un n¨²cleo muy comprimido se distribuyen largas colas en las delegaciones de Hacienda, para pago de contribuciones municipales, o en la propia central, para declaraciones de la renta. Los centros m¨¦dicos de la Seguridad Social ofrecen aut¨¦nticas cifras r¨¦cord de aglomeraciones de ciudadanos, si bien la Ciudad Sanitaria La Paz ocupa holgadamente el primer puesto.
Las oficinas de empleo, los ministerios a final de mes (d¨ªas de cobro), la central de Correos, las ventanillas dedicadas en los bancos a cobros de subsidios, y los institutos y universidades en ¨¦pocas de matr¨ªcula completan un primer reguero de l¨ªneas negras en las que los madrile?os invierten horas, d¨ªas, a?os. O, mejor dicho, los pierden.
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