Fontecilla
Cuanto perdemos en nitidez de la mirada, habremos de ganarlo en inseguridad. Para preservar, pues, nuestra cordura, las im¨¢genes que nos rodean deben precisar claramente sus contornos, y el espacio que las contiene asegurar¨¢ con su transparencia la relaci¨®n inteligible del texto del mundo. El resto son tinieblas, confusi¨®n y, por fin, terror. Adivinamos as¨ª un enemigo en las brumas que nos hurtan el espacio y sus objetos. La niebla se presenta ante nosotros como un tel¨®n enga?oso. No permite decidir si lo que oculta es superficie o volumen, si lo que de ella procede nos llega de alg¨²n lugar. Tras su velo nada es cierto, ni las coordenadas que limitan el espacio, ni la l¨ªnea que define a las formas. La po¨¦tica del pintor chileno Ernesto Fontecilla se interesa, en lo fundamental, por estas cuestiones.El cuadro es aqu¨ª, primero, plano de color, pero el artista convierte en artificio lo que se supone tan s¨®lo superficie. Las calidades brumosas sugieren un m¨¢s all¨¢, en el que la profundidad no quiere apoyarse en las muletas de la perspectiva. Y sobre este muro inestable surgen, como apariciones, retazos de figuras, para acrecentar nuestros temores. Son rostros extra?os, apenas adivinados, como en las rocas de ciertos paisajes manieristas. Su presencia refuerza la ambig¨¹edad de la atm¨®sfera brumosa, pues afirm¨¢ndola como espacio hace m¨¢s dolorosa su indeterminaci¨®n. Nada sabemos de estos personajes, ni de su procedencia. Deformes, desmembrados, apenas logran romper con su contorno la densidad que los rodea.
Ernesto Fontecilla
Galer¨ªa Juana Mord¨®Castell¨®, 7
Si consideramos a la figura humana y a los objetos como sustantivos de un lenguaje visual, la expresi¨®n nos vendr¨¢ dada por el modo en que las palabras se sit¨²an en un espacio. De tal forma, el discurso de Fontecilla resulta confuso e ininteligible, por invitarnos a la angustia. Las palabras aparecen fragmentadas y a duras penas pueden distinguirse del resto de los vocablos que componen la sentencia o de la superficie en que se imprimen. Guardan tan s¨®lo un punto de equilibrio que los separa del puro ruido.
Frente a la ?informa? que quiere que el espectador proyecte en ella sus propios fantasmas, el pintor toma aqu¨ª de las convenciones realistas justo la materia que precisa para sugerir sus espectros particulares. En sus ¨²ltimas obras, insinuaciones perspectivas vienen a sumarse a esos seres que antes vislumbr¨¢bamos flotantes en la nada. Tal parece como si un mundo fuera materializ¨¢ndose a trav¨¦s de los vapores que se disipan. Pero nada nos asegura que la niebla se lleve consigo nuestros terrores. El miedo que aliment¨¢bamos por ignorancia, bien pudiera trocarse por otro mayor, pues tal vez no es la imprecisi¨®n de las figuras lo que nos atemoriza, sino lo que en ellas adivinamos. Bien puede que intenten decirnos algo acerca de nosotros mismos, que la prudencia nos aconseje deso¨ªr.
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