La crisis italiana y el "eurocomunismo"
LA DIMISION de Giulio Andreotti como presidente del Gobierno italiano, previsible desde hace unas semanas, se produce pocos d¨ªas despu¨¦s de que el Departamento de Estado norteamericano hiciera p¨²blica su opini¨®n adversa a la ¨²nica f¨®rmula que podr¨ªa cerrar la crisis pol¨ªtica italiana por un largo per¨ªodo. Ni que decir tiene que la propia Democracia Cristiana italiana tambi¨¦n se ha mostrado contraria, en frecuentes declaraciones p¨²blicas, a la entrada de ministros comunistas en el Gobierno. Pero la situaci¨®n italiana es lo suficientemente grave (una crisis econ¨®mica a la que no se ve inmediata salida, un progresivo deterioro del orden p¨²blico y de la moral c¨ªvica, una p¨¦rdida acelerada de autoridad por el Estado) y su clase pol¨ªtica es lo bastante experimentada y h¨¢bil como para que puedan descartarse las posibilidades, a corto o medio plazo, de un Gobierno de coalici¨®n en el que participe, de forma algo m¨¢s que simb¨®lica, el partido de Enrico Berlinguer. No se trata de que la Democracia Cristiana quiera gobernar con el PCI; lo que ocurre es que no puede hacerlo ya sin su concurso.La convicci¨®n de que el acuerdo entre democristianos y comunistas se halla impl¨ªcito en la marcha de los acontecimientos desde las ¨²ltimas elecciones generales, y de que l¨ªderes como Andreotti y Moro, consciente de que se enfrentan con una necesidad hist¨®rica, s¨®lo esperan la maduraci¨®n de las condiciones dentro de su propio partido para hacerlo expl¨ªcito, explica suficientemente la brusca y arrogante intervenci¨®n estadounidense, destinada a hacer abortar una f¨®rmula de consenso que lleva largos meses de gestaci¨®n y cuyo parto est¨¢ pr¨®ximo.
El Partido Comunista ocupa en Italia un espacio pol¨ªtico, administrativo, sindical y social de amplias dimensiones y s¨®lidos fundamentos (cuenta con 1.700.000 afiliados). En las ¨²ltimas elecciones generales obtuvo el 34,4 % de los votos (m¨¢s de doce millones), frente al 38,7 % de la Democracia Cristiana. Las grandes capitales -Roma, Mil¨¢n, Tur¨ªn, Venecia, N¨¢poles, G¨¦nova, Bolonia, Florencia- est¨¢n administradas por ayuntamientos en los que son hegem¨®nicos los comunistas, que, adem¨¢s, controlan otros 2.000 municipios. La gran fuerza sindical italiana es la CGIL, a la que pertenece la gran mayor¨ªa de la fuerza de trabajo sindicada (m¨¢s de tres millones y medio de afiliados), y que es controlada por el PCI. El fuerte voto comunista en las elecciones de 1976 amenaz¨® con bloquear el funcionamiento mismo del sistema pol¨ªtico, ya que resultar¨ªa impensable un normal desenvolvimiento de las instituciones parlamentarias y administrativas si los comunistas fueran encerrados en un ghetto y obligados a adoptar una actitud de sistem¨¢tica oposici¨®n. La soluci¨®n, que mostr¨® la flexibilidad y el talento de unos y de otros, fue la negociaci¨®n, por todas las fuerzas del arco constitucional, de un programa de Gobierno ejecutado por un Gabinete monocolor democristiano, y el reforzamiento de posiciones en las dos C¨¢maras de la minor¨ªa, con la consecuencia de que Pietro Ingrao preside el Congreso y otros diputados y senadores comunistas, importantes comisiones parlamentarias.
A esa pr¨¢ctica pol¨ªtica corresponden planteamientos te¨®ricos y estrat¨¦gicos bastante congruentes. Tras el golpe militar que derrib¨® al presidente Allende en Chile, Enrico Berlinguer hizo p¨²blica la oferta del ?compromiso hist¨®rico?, que resume y articula esa ?larga marcha? emprendida por los comunistas italianos desde el viraje de Salerno dado por Palmiro Togliatti, en 1943. El convencimiento de que la toma del poder sin mayor¨ªa electoral, o con una mayor¨ªa escasa, llevar¨ªa a los comunistas a una segura derrota o la remodelaci¨®n de la sociedad seg¨²n patrones dictatoriales y polic¨ªacos, no deja otra salida que la alianza con la Democracia Cristiana, la otra gran fuerza pol¨ªtica del pa¨ªs, que, adem¨¢s, asegurar¨ªa alguna forma de acomodo con el Vaticano.
As¨ª pues, a la vez que se hace progresivamente evidente que el sistema pol¨ªtico italiano podr¨ªa Regar al colapso a medio plazo, si se continuara manteniendo fuera del Gobierno a los comunistas, que controlan gran parte de la periferia del poder, la ideolog¨ªa y el programa del partido de Berlinguer descansan nominalmente sobre el respeto a las instituciones democr¨¢ticas.
A diferencia de sus hom¨®logos espa?oles, los comunistas italianos tienen un fuerte apoyo electoral (proporcionalmente mayor del que dispone en nuestro pa¨ªs el PSOE), una gran experiencia administrativa en el terreno municipal, una posici¨®n claramente hegem¨®nica en el campo sindical, y una prolongada trayectoria de reacomodo a la vida democr¨¢tica, que les ha permitido madurar org¨¢nicamente su ruptura con las pr¨¢cticas estalinianas y renovar los cuadros dirigentes con personalidades que no se encuentran marcadas por un pasado comprometido con otras ideas y otros m¨¦todos. Si el eurocomunismo tiene su m¨¢s arrojado y pol¨¦mico propagandista en la figura de Santiago Carrillo en realidad, los planteamientos te¨®ricos, estrat¨¦gicos y organizativos que forman su n¨²cleo han surgido, como la generalizaci¨®n de la pr¨¢ctica hist¨®rica y pol¨ªtica, del partido fundado por Gramsci.
En Italia, pues, es donde se juega una de las m¨¢s interesantes y arriesgadas partidas de la pol¨ªtica contempor¨¢nea, cuyo resultado final ayudar¨¢ a despejar varias importantes inc¨®gnitas. Primero, esclarecer si la correlaci¨®n de fuerzas internacional, basada sobre el equilibrio de los bloques y el acuerdo t¨¢cito entre EEUU y la URSS de mantenerlo, permitir¨¢ a los eurocomunistas acceder al Gobierno en Italia, no al frente de unas carteras de consolaci¨®n al estilo de los ?Gobiernos de salvaci¨®n nacional? de la posguerra o del que propone en Espa?a el PCE, sino como participantes de pleno derecho. Segundo, si los comunistas, una vez en el interior del aparato del Estado, cumplir¨¢n sus compromisos de respetar las leyes y los usos de los sistemas pluralistas de democracia representativa. Tercero, si el desgaste del poder no conducir¨¢ a la p¨¦rdida de sustanciales apoyos electorales y sindicales del Partido Comunista italiano, en beneficio de los grupos situados en la izquierda extraparlamentaria y de las disgregadoras corrientes neoanarquistas, que comienzan a engrosar sobre el trasfondo de la crisis civilizatoria de las sociedades industriales, de la p¨¦rdida de autoridad moral del Estado y del incremento del desempleo y la subocupaci¨®n entre la juventud universitaria y trabajadora.
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