Esperando a Mae West
Cannes comenz¨® ya su larga y fatigosa carrera en pos de la neurosis cinematogr¨¢fica. Quinientas pel¨ªculas en dos semanas -cerca de 35 diarias- en una peque?a ciudad veraniega absolutamente copada por las gentes del cine, gentes que incluyen a una variada gama de prototipos: desde el comerciante nato, especulador y con mucho menos inter¨¦s. por el cine que por el dinero f¨¢cil, al cin¨¦filo que es muy capaz de ver seis u ocho pel¨ªculas diarias con tranquilidad y sin alevos¨ªa.El Nicematin, diario local, cumpli¨® una vez m¨¢s su tradicional rito: publicar en su primera p¨¢gina la fotograf¨ªa del jurado internacional que, naturalmente, cumple con la parte ritual que se le asigna y sonr¨ªe a la c¨¢mara con amabilidad y, de momento, ya se han paseado por la ?croisette? Romy Schneider, Robert Wagner y su mujer, Nathalie Wood. Se anuncian llegadas espectaculares, pero para los amantes de los mitos del celuloide ninguna tan ansiada como la de Mae West, con sus ochenta a?os a cuestas, el papel protagonista de Sextet y una de las lenguas m¨¢s aceradas de cuantas se recuerdan. Al parecer, lo de la West no es totalmente seguro, al fin y al cabo los a?os pesan para todos, pero el espl¨¦ndido sentido publicitario del festival se?ala la posibilidad de que se acerque por estos pagos el bueno de Bob Dylan e, incluso, David Bowie. Los dos tienen pel¨ªcula en esta XXXI edici¨®n del certamen y, todo hay que decirlo, el t¨ªtulo del filme de Bowie encaja m¨¢s con la leyenda corrosiva que le suele envolver: Soy exactamente un gigolo, dirigida por David Hemings. Ahora s¨®lo falta esperar.
La secci¨®n competitiva del concurso comenz¨® con dos pel¨ªculas muy dispares. La sovi¨¦tica Un accidente de caza, de Emile Lotianou, basada en un cuento de Chejov y que ratifica la convicci¨®n del arriba firmante de que la cinematograf¨ªa sovi¨¦tica se ha convertido en uno de los fen¨®menos art¨ªsticos m¨¢s conservadores de cuantos existen -sin despreciar la proclividad que muestran los realizadores sovi¨¦ticos en emular los filmes publicitarios de la Kodac, con atardeceres maravillosos incluidos y la italiana El ¨¢rbol de los zuecos, curioso filme de Ermanno Olmi. En los corrillos de los enterados se comienza a especular con la posibilidad de que Olmi se lleve alg¨²n premio, pero todo parece indicar que dichos corrillos est¨¢n a sueldo de Roma.
Tres horas menos cinco minutos de documental sobre las vidas y costumbres de los campesinos de la Lombard¨ªa de finales del siglo XIX parece demasiado fuerte para cualquier premio. El filme de Olmi, producido por la televisi¨®n italiana, es un buen reportaje ficticio sobre el campo. Parece que el hombre del siglo XX a?ora la campi?a y como no puede vivir en ella, pues pr¨¢cticamente no existe, es materia de estudio para los etn¨®logos del ma?ana. Correctamente fotografiada, con la colaboraci¨®n de campesinos lombardos y Juan Sebasti¨¢n Bach, que le pone m¨²sica a las tareas propias de los lugare?os, El ¨¢rbol de los zuecos es un digno producto televisivo, pero no un rival de nadie en las aspiraciones por conseguir la Palma de Oro, al menos ese es nuestro criterio.
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