Una aventura inici¨¢tica
Entre tantos filmes que tratan de ganarnos (enga?arnos) a base de trampas y gui?os que, finalmente, resultan zancadillas, Los restos del naufragio, una honrosa y saludable excepci¨®n. Desde su primer plano todo est¨¢ claro, no puede estar m¨¢s claro: Mateo-Ricardo Franco va amontonando una serie de objetos, libros, fotos, recuerdos, los ¨²nicos salvables, los ¨²nicos restos de un pasado nada satisfactorio, un pu?ado de cosas queridas que han sobrevivido al naufragio, a un total, silencioso y profundo fracaso. Desde este plano Ricardo Franco busca no la complicidad, sino los c¨®mplices: ?si todo esto te gusta, si puedes sentirlo como tuyo -parece decirnos- puedes acompa?arme en este viaje, en esta aventura. Si no, no vale la pena que lo intentes?. Desde un principio todo est¨¢ claro, no hay enga?o. Nadie trata de ponemos de su parte con tramposas concesiones.Los restos del naufragio se atiene con una total fidelidad al esquema tradicional de las novelas de aventuras de car¨¢cter inici¨¢tico, tan certeramente descrito por Fernando Savater en La infancia recuperada, libro genial a cuya sombra parece haber nacido esta pel¨ªcula: ?El adolescente recibe la llamada de la aventura en forma de mapa, enigma, relato fabuloso, objeto m¨¢gico...; acompa?ado por un iniciador, figura de energ¨ªa demoniaca a quien juntamente teme y venera, emprende un trayecto rico en peripecias, dificultades y tentaciones; debe superar sucesivas pruebas y, finalmente, vencer a un monstruo o, m¨¢s generalmente, afrontar la muerte misma; al cabo, renace a una nueva vida, no ya natural, sino artificial, madura y de un rango delicadamente invunerable.? Claro que aqu¨ª el adolescente tiene veintiocho a?os y es un desenga?ado. M¨¢s que de un aprendizaje sin m¨¢s, se trata de una reiniciaci¨®n, tras haber fracasado la primera, la que nos compra con monedas como revoluci¨®n, progreso, justicia, cambio, etc¨¦tera. Si Mateo elige un asilo de ancianos como lugar al que retirarse, es porque se siente acabado, porque quiere ir hasta el final, sin sospechar siquiera que es uno de estos hombres -Pombal- el que le va a ense?ar a vivir. Pombal va gradualmente conquistando con sus fantas¨ªas a un Mateo receloso de embarcarse en cualquier aventura, por muy disparatada que sea. Pombal ense?a a Mateo que hay que crear hasta el final y, adem¨¢s, que hay que vivir las propias creaciones. Si las aventuras de Pombal y Mateo llegan a tener lugar fuera de los muros del asilo es algo de lo que no podemos estar seguros. Lo indudable es que tienen lugar. Aunque no utilice la voz en off de un narrador, ni la C¨¢mara subjetiva, Los restos del naufragio es un filme en primera persona. Vuelvo a citar el libro de Savater, a prop¨®sito de La isla del tesoro, de Stevenson: ?Una primera lectura podr¨ªa dar la impresi¨®n de que es la historia de una figura fabulosa, John Silver -Pombal-; pero despu¨¦s se advierte que el ir personaje realmente desconcertante, el h¨¦roe en todos los sentia dos del relato, es Jim Hawkins -Mateo-, cuya mirada fija en Silver, es la que da a ¨¦ste todo su enigma.? En efecto, todo es cuesti¨®n de mirada: la fascinaci¨®n con que observamos el personaje de Pombal es el propio Mateo quien nos la presta. Es por ello que la bella Adelaida de los relatos de Pombal toma el rostro de Mar¨ªa, la amiga de Mateo. Uno de los aspectos de Los restos del naufrago que han sido m¨¢s criticados -y menos entendidos- es el hecho de que Ricardo Franco interprete a Mateo y el modo en que lo interpreta. La explicaci¨®n es sencilla: Mateo es un personaje gu¨ªa, un personaje al que no debemos mirar, sino que debe nos mirar a trav¨¦s de ¨¦l, ver por sus ojos. Sus atributos m¨¢s elementales -vulnerabilidad total, torpeza, absoluta inutilidad- son la prueba de que est¨¢ en el buen camino, en el camino de la pura imaginaci¨®n, que en la versi¨®n de Franco nos es presentada como la fuerza menos utilitaria que pueda imaginarse, como la ¨²nica fuerza que s¨®lo sirve a quien la posee, luego que no puede ser manipulada. Una de las razones primordiales de la insignificancia de Mateo es el resaltar la exuberancia de Pombal. Franco busca que cuando Mateo y Pombal est¨¢n juntos, sea a Pombal a quien miremos. Era necesario, pues, que Mateo no hiciera sombra, no robara plano a Pombal, con lo que el reparto no es sino un acierto. Todos los viejos del asilo son mantenidos por Franco en un prudente y significativo segundo plano, como difuminados tras la arrolladora presencia de Pombal. S¨®lo el tri¨¢ngulo don Jorge-do?a Elsa-don Emilio se destaca un poco encamando ese lado de la vida (de nosotros) que se niega hasta el final a morir, y (o) a dejar de amar, que viene a ser lo mismo. El filme se cierra con un hermoso, triste e inquietante plano: do?a Elsa -?Adelaida?. ?Mar¨ªa?- sentada al atardecer vieja y sola, ella, ?la mujer por que medio mundo ha ido a la guerra?...
Los restos del naufragio
Gui¨®n y direcci¨®n Ricardo Franco. Fotograf¨ªa: Cecilio Paniagua. M¨²sica: David C. Thomas. Canci¨®n: T¨² me has de querer, de I. Villa, interpretada por Angela Molina. Int¨¦rpretes: Fernando Fern¨¢n G¨®mez, Angela Molina, Ricardo Franco, Alfredo Mayo, Felicidad Blanc y Luis Ciges. Hispano-francesa, 1978. Local de estreno: Azul
Los restos del naufragio es un intento de recuperar un esp¨ªritu de aventura cada vez menos frecuente en el cine actual -?no digamos en el cine espa?ol!-, un intento de ir hacia la aventura, la imaginaci¨®n, la magia, lo desconocido... por la v¨ªa de lo cotidiano.
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