El p¨²blico, contra los int¨¦rpretes
Juan Carlos Calder¨®n, Lee Konytz y Clark Terry protagonizaron la pen¨²ltima sesi¨®n de profesionales del Festival de Jazz de San Sebasti¨¢n, el pasado lunes por la noche. Juan Carlos Calder¨®n se present¨® con un amplio grupo intentando rehacer su maltrecha reputaci¨®n como m¨²sico de jazz. El problema para Juan Carlos residi¨® en que el ambiente del polideportivo de Anoeta no era, desde luego, el m¨¢s apropiado para un regreso.Desde un principio se palpaba una profunda hostilidad contra el compositor de canciones comerciales, contra el ¨²ltimo representante de Espa?a en el incalificable Festival de la OTI, contra el tr¨¢nsfuga que intenta combinar prestigio y dinero. Juan Carlos Calder¨®n busca ahora nadar entre dos aguas, y esto es algo muy dif¨ªcil, m¨¢xime cuando ni sus composiciones ni sus solos de piano llegaron a ser algo m¨¢s que apresurados intentos de convencer humildemente de que sigue siendo el que era.
El p¨²blico de San Sebasti¨¢n pit¨® cada uno de esos pobres solos de piano, mientras aplaud¨ªa enfervorizado los de Wlady Bas al saxo alto, porque esto fue casi lo ¨²nico que vali¨® la pena. Juan Carlos se debi¨® sentir frustrado, porque ni tan siquiera se le dio una oportunidad. Pero es que ha hecho demasiado y demasiado malo para que un p¨²blico cualquiera olvide de inmediato los engendros que debidos a su mano nos asaltan desde gargantas tan cantarinas como Sergio y Est¨ªbaliz o Mocedades. Pero en todo caso debe y puede seguir intent¨¢ndolo.
La segunda parte del concierto, y en ausencia de Bill Evans, cont¨® con la presencia de Lee Konytz y Clark Terry. Ambos practican un jazz sutil, y en el caso de Konytz, intimista. El p¨²blico debiera haberse dividido entre aquellos que deseaban escuchar esa m¨²sica y aquellos otros que impulsado s por un primitivo instinto gregario se apuntan a toda ocasi¨®n o lugar donde hay gente, sea un concierto de jazz o una regata de traineras. Porque all¨ª, entre curdas feroces, gritos y asaltos, era muy dif¨ªcil escuchar nada con tranquilidad.
Konytz, el primer saxo alto que surgi¨® tras Charlie Parquer, sin mantenerse en la profunda huella que aqu¨¦l hab¨ªa marcado, realiz¨® unos solos preciosos llenos de sensibilidad, de una expresividad dulce y controlada que no casaba con los berreos indiscriminados con que una parte del p¨²blico decidi¨® incordiar a todo el resto. Exactamente igual ocurri¨® con Clark Terry, trompetista (en este caso utiliz¨® casi exclusivamente el fliscornio), t¨¦cnico, original y contenido cuya m¨²sica refrescante s¨®lo lleg¨® al p¨²blico de forma masiva cuando le dio un poco m¨¢s de la bendita y, al parecer, imprescindible marcha. Ambos instrumentistas fueron acompa?ados por el Tr¨ªo de Jim Rowles; realizaron una sesi¨®n plet¨®rica e intentaron ofrecer una musica enrollante que caer¨ªa en el saco roto de una audiencia demasiado heterog¨¦nea. Fue una l¨¢stima porque fue una bella ocasi¨®n perdida.
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