El paralelep¨ªpedo
Los fines de semana escribo en el campo, de madrugada, cerca y lejos de Madrid, viendo un mundo m¨¢s p¨¢lido y m¨¢s puro (Madrid a¨²n m¨¢s siniestro, all¨¢ a lo lejos), dentro de mi paralelep¨ªpedo, que al fin tengo y que es lo que he querido tener siempre: un paral,elep¨ªpedo.Nunca supe, en el colegio, lo que era un paralelep¨ªpedo, que nuca supe geometr¨ªa, y por eso, quiz¨¢, no he podido entrar luego en tanlos sitios, cruzar tantas puertas, aun.que las puertas y los sitios me han cruzado a m¨ª, que viene a ser lo mismo. Sin saber lo que es, lo que era el paralelep¨ªpedo, ya en la infancia sin A?os Internacionales del Ni?o, el paralelep¨ªpedo me sona,ba claro y largo de eles, como una galer¨ªa de cristales, y eso es lo que, tengo ahora, m¨¢s o menos, un paralelep¨ªpedo de cal con un cubo de cielo, una celda rectangular y un cuadril¨¢tero azul como el que gravita sin gravitar sobre las V¨ªrgenes de Salvador Dal¨ª, que siempre son Gala.
Pero no s¨®lo hab¨ªa el parale lep¨ªpedo, sino que adem¨¢s hab¨ªa el paralelogramo, en la precopernicana geometr¨ªa infantil, y el paralelogramo ya me gustaba menos, porque quiz¨¢ fuera un paralelep¨ªpedo con un gramo dentro: ?un gramo de qu¨¦? Un gramo de mostaza, de la mostaza b¨ªblica. que le¨ªamos en la Biblia, un gramo de locura, un gramo de miseria, un gramo de amor, un gramo de gramo. El paralelogramo era ya como un invernadero, una palabra de cristal con su gramo de semilla dentro.
?Y qu¨¦ es lo que veo, quieto en el cielo, en la posici¨®n fetal, qu¨¦ es lo que oigo en mi cubo de cielo, en esa posici¨®n fetal que los chinos pre-Mao dicen que no es sino una actitud de oreja? ?Qu¨¦ es lo que navego, sobrevuelo, entiendo, temo, desde el alto monacato de mi celda, nicho, lucidez de cal (los alba?iles lo llaman lucidura), qu¨¦ es lo que escribo?
Ambos mundos, toda Ia rota variedad de la Espa?as, a la izquierda, all¨¢ abajo, la sierra pobre, un mapa macerado de presidentes de Diputaci¨®n, el concilio de los cardos, la reuni¨®n de pastores que no matar¨¢n ninguna oveja, que las ovejas son todas de un redil pol¨ªtico y han votado derecha y votar¨¢n derecha a su cacique. Y al otro lado, al otro lado Madrid, con un sol puro que seguramente en Madrid no da, en Madrid no se ve, y voy como hasta el asco de sus calles, la repugnancia del agua que piso, del papel que escribo, de la mano que doy o que me dan y que me llevo luego en un bolsillo, como un p¨¢jaro muerto o disecado que acabo de robar y que me sangra ya piernas abajo. Eso es Madrid.
Veo el mapamundi desde mi paralelep¨ªpedo, el Allul de Barreiros enajenando el mundo de armas espa?olas, la investidura tul ilusi¨®n de Su¨¢rez, escucho el taconazo que alguien ha dado en las Cortes (y que no ser¨¢ el ¨²ltimo), asisto a esas brigadas ma?aneras, grupos del despertar, chicos y chicas pegando carteles de izquierda para las municipales, la batalla perdida de Madrid, Madrid vuelve a perderse como en el treinta y nueve, ay Carmela, ay Carmela, voy entrando en Madrid desde mi inm¨®vil zeppelin/ periscopio, por la Casa de Campo, por la Casa de Campo quieren pasar los moros, ya nadie pasa, mamita m¨ªa, ya nadie pasa.
Puente de los Franceses, Puente de los Franceses. Etc¨¦tera.
Era del a?o la estaci¨®n florida. Y cay¨® Madrid. Era del a?o treinta y nueve la estaci¨®n florida y volvi¨® a caer Madrid. Era, es aqu¨ª en el campo del a?o la estaci¨®n florida, cuarenta a?os m¨¢s tarde justamente, y vuelve a caer Madrid, que siempre cae, tierra de Alvarez Alvarez, la tierra de Alvargonz¨¢lez ya cantada y maldita por Machado. Qu¨¦ cerca lo veo desde lejos. No se ve desde Madrid caer a Madrid. Por eso ellos, milicianos de sepia, madrile?os de entonces, Aza?a ya huido, las mujeres del Prado, salvadas en cueros por Alberti, por eso no lo vieron. Desde el campo se ve, desde la sierra pobre o novorrica, desde mi paralelep¨ªpedo, cubo, cristal del alba. Una plaza partida con leones de sombra y palmatorias de velar Espa?a. Nadie de cuerpo presente, boda o investidura, tules telva, Carter en las farolas de la tierra y la ca¨ªda de Madrid, que la veo siempre, entrando en mi Madrid por donde ellos entraron, asesinos, ay Carmela, ay Carmela.
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