El cuadro "La jungla", de Wilfredo Lam, expuesto en Par¨ªs
A principios de los a?os cuarenta, Wifredo Lam, un alto y hermoso mulato cubano -su padre, que lo engendr¨® pasados los setenta a?os, era chino y su madre negra-, regresa a La Habana. Hab¨ªa pasado por Espa?a, donde vivi¨® largos a?os, donde se cas¨® con una extreme?a (?mire usted c¨®mo yo, hijo de colonizados, me fui a encontrar con una descendiente de conquistadores?), donde se le murieron de tuberculosis su esposa y su hijo, y en cuya guerra civil particip¨® ?como un espa?ol m¨¢s? defendiendo al Gobierno legal, y hab¨ªa pasado por Par¨ªs. Aqu¨ª conoci¨® a Picasso, quien, inhabitualmente, le ayud¨® como a nadie; a Mir¨®, a Carpentier, a Bret¨®n y a todos los surrealistas, en cuyo movimiento se integrar¨ªa para ser m¨¢s tarde, junto con Matta y Victor Brauner, uno de los pintores clave de la segunda generaci¨®n del grupo.
Gracias a todo esto, a la influencia -rec¨ªproca, por otr¨¢ parte- de Picasso, y al descubrimiento de las esculturas africanas del Museo del Hombre, de Par¨ªs, Lam pasa de ser pintor acad¨¦mico a plasmar en sus cuadros todos los elementos ¨¦tnicos y geogr¨¢ficos que llevaba en la memoria y que profundizar¨ªa m¨¢s tarde en Cuba.Vuelve a su isla, pues, con fama intemacional, pero ya se sabe que casi nunca la gloria va acompa?ada por un reconocimiento material. En La Habana, Lam sobrevive haciendo retratos mundanos de esposas de potentados, de hijas de ministros o de los propios maridos prepotentes. Para acallar su mala conciencia -?para recuperar mi yo?, dice ¨¦l- comienza a pintar esta Jungla que est¨¢ considerada como el equivalente de Las se?oritas de Avignon de la pintura latinoamericana.
?La pint¨¦ en papel de embalaje porque no ten¨ªa dinero para comprar tela. La pintura es de la que se usaba para las paredes y para las puertas. Por eso se conserva tan bien. Record¨¦ que Picasso hac¨ªa lo mismo. Muchas veces trabajaba con pintura industrial. Y ahora estoy muy contento de haberlo hecho as¨ª, porque adem¨¢s el papel de embalaje le da un color de fondo que perdura a trav¨¦s de los colores, y que juega con ellos.?
Esta obra m¨¢gica, poblada de personajes vegetales, de pies que se convierten en troncos de palmeras, de cocos que pasan a ser senos puntiagudos, y de frutas tropicales convertidas en nalgas, compendio de culturas, fue adquirida en aquellos a?os por un americano que se present¨® en el estudio habanero de Lam. Como era yanqui y estaba cargado de billetes, el pintor le pidi¨® una cantidad ?desorbitada?, 7.000 d¨®lares. Cuando Lam supo -una vez vendido el cuadroque aquel se?or era Mister Rockefeller, se mesaba su abundante cabellera por no haberle pedido el doble.
La Jungla pertenece ahora al Museo de Arte Modemo de Nueva York, que la ha prestado durante unas semanas al Centro Beaubourg, de Par¨ªs. Y all¨ª podemos ver este crisol de culturas: china -?s¨ª, tal vez por su barroquismo oriental?, admite Lam; caribe (?en efecto, son ca?averales. El t¨ªtulo de La jungla -se lo puso un catal¨¢n, Jos¨¦ Prats, pero la verdad es que en Cuba no hay jungla?); africana por sus elementos tot¨¦micos y espa?ola, por su composici¨®n: ?A Picasso le hac¨ªa mucha gracia que un afroasi¨¢tico como yo hablase con un acento madrile?o castizo. Y la verdad es que los a?os que pas¨¦ en Espa?a influyeron mucho en m¨ª. Yo admiro al Greco por la libertad de expresi¨®n que tiene, y aqu¨ª hay muchas influencias suyas, en la ocupaci¨®n del espacio, en la utilizaci¨®n de las formas y de los colores, como notas musicales...?
Estamos ante el cuadro, en el Centro Beaubourg. La composici¨®n de La jungla es vertical, y es en esa verticalidad de la estructura compositiva donde se anudan los elementos tot¨¦micos extra¨ªdos de las culturas africanas, y de su confrontaci¨®n con Picasso.
Sobre unas tablas, actores y poetas recitan versos de varios autores, todos ellos de homenaje a Lam y a su Jungla. Sube Joyce Mansour, sube el letrista Lebel. El pintor soporta imp¨¢vido el desfile de participantes. Est¨¢ sentado en un cochecillo de ruedas. Hace siete meses, a los 77 a?os, sufri¨® un ataque de hemiplejia que le dej¨® medio cuerpo paralizado, as¨ª como la mano izquierda.
?Es un cuadro juvenil. Creo que hoy lo har¨ªa muy diferente. Pero ahora no puedo pintar. Los m¨¦dicos dicen que deber¨ªa hacerlo, pues la mano derecha est¨¢ v¨¢lida a¨²n. Pero siento que me falta el impulso de la izquierda, de medio cuerpo...?
Los ojos se le llenan de l¨¢grimas.
?Tambi¨¦n los m¨¦dicos me dicen que deber¨ªa conformarme con mi nuevo estado, pero yo me niego. Yo quiero curarme. Hago gimnasia todos los d¨ªas, y ya estoy mejor.?
?Picasso -prosigue- le ten¨ªa mucho miedo a la muerte. No pod¨ªa soportar que nadie le hablara de sus amigos muertos. Yo no le tengo ning¨²n miedo. No tengo ning¨²n inter¨¦s en seguir viviendo. He estado mucho en Oriente, y he visto c¨®mo en la India se quemaban los cad¨¢veres y se esparc¨ªan las cenizas en el Ganges. No quieren saber nada de la resurrecci¨®n ni de la reencamaci¨®n. Para ellos, la carne es sufrimiento. Yo tambi¨¦n quiero que me incineren.?
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