Cuatro enmascarados secuestraron a Natalia Figueroa durante diez horas
Natalia Figueroa, hija del marqu¨¦s de Santofloro, sobrina de los condes de Romanones, escritora y esposa del cantante Raphael, fue secuestrada en la madrugada de ayer por cuatro enmascarados en su domicilio de Boadilla del Monte. Los secuestradores, tras maniatar al personal de servicio, procedieron a desvalijar la vivienda de objetos de arte y otros que consideraron de valor. Posteriormente, marcharon de la casa en compa?¨ªa de Natalia Figueroa y tras dar varias vueltas por Madrid, sin destino fijo, se dirigieron al domicilio de la abuela de Natalia, viuda del conde de Romanones, en Puerta de Hierro. Existen contradicciones sobre si los secuestradores se dedicaron tambi¨¦n a desvalijar esta residencia o no. Posteriormente, abandonaron esta vivienda y dejaron a Natalia en libertad en la avenida de Miraflores.
A la una de la madrugada de ayer, los delincuentes llegaron a la entrada de la urbanizaci¨®n Montepr¨ªncipe, cerca de Boadilla del Monte, a bordo de un Seat 1.500, robado anteriormente. Con un esfuerzo m¨ªnimo habr¨ªan podido leer en un cartel la leyenda com¨²n a todas las zonas residenciales: ?Se proh¨ªbe el paso a toda persona ajena...? Tampoco advertir¨ªan el objetivo de una enorme c¨¢mara de televisi¨®n en circuito cerrado, ni sabr¨ªan que los peque?os cuerpos de lat¨®n color naranja, dispuestos a ambos lados, esconden dict¨¢fonos que sintonizan con los walkie-talkies de los guardianes. Osados o afortunados, siguieron calle adelante.Si hubieran preguntado por la casa de Raphael a cualquier paseante, sin duda habr¨ªan obtenido una respuesta: ? S¨ª: es el b¨²nker, un chalet de hormig¨®n que parece un fort¨ªn. Se le ve en seguida, al final, a la izquierda.? Y, en efecto, se llega f¨¢cilmente hasta ¨¦l a trav¨¦s de la avenida de los Almendros, la calle de los Tilos y la traves¨ªa de los Rosales, de modo que cuando se descubre junto a la puerta un letrero de hierro forjado con la inscripci¨®n ?Los Martos? se siente una irresistible inclinaci¨®n a leer ?los mirtos?. En el interior estaban Natalia, los tres ni?os, la sirvienta de turno, el ch¨®fer y su esposa. El se?or sigue en Am¨¦rica, dando recitales.
A un profano en secuestros el bunker ha de parecerle inexpugnable. Est¨¢ guarnecido por un pared¨®n mixto de mamposter¨ªa y malla de acero. Si se fuerza la vista, pueden distinguirse, entre las corpulentas encinas, varias columnatas de jard¨ªn, un merendero de mimbre, distintos macizos de flores silvestres, aunque cuidadosamente domesticadas, los rosales que se anuncian en el nombre de la calle y, a unos setenta metros de distancia, una edificaci¨®n de cemento blanco. O mejor dicho, una fortificaci¨®n.
Porque m¨¢s que un chalet, los Martos tienen un palacio desde cuyas ventanas estrechas y verticales podr¨ªa sostenerse ventajosamente un tiroteo. Las esquinas de la casa son redondeadas, pomo el perfil de la torreta de un tanque. Las entradas al edificio, detr¨¢s de varios arcos de medio punto, y los suaves visillos blancos que se aprecian desde el exterior, hacen pensar en unas lujosas interioridades.
Con las defensas del edificio los secuestradores hicieron, poco despu¨¦s de la una de la madrugada, lo mismo que los tanquistas alemanes hab¨ªan hecho con la l¨ªnea Maginot en el a?o 1939: buscar el hueco. Lo encontraron en la parte posterior de la casa. En tales circunstancias, la seguridad de los se?ores estaba en manos de los patrulleros, de los guardeses, de la sirvienta y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, en el colmillo retorcido de un gran dan¨¦s seguramente ap¨®crifo: en manifestaciones de una vecina, ?es un perro que no ladra, pero tampoco muerde. Parece que ha perdido la voz?. Un perro educado para recibir visitas, no secuestradores.
As¨ª, los secuestradores lograron entrar. Luego, deslumbrados por los destellos de los discos de oro y la plata fina, se afanaron en echar al saco todo lo que brillaba. Armados con pistolas, ten¨ªan la impunidad precisa para tomarse las cosas con calma. Seis horas despu¨¦s, sin haber practicado otras violencias que las de descolgar y recoger, resolvieron secuestrar a la se?ora.
A las nueve de la ma?ana sal¨ªa de la urbanizaci¨®n, bajo la c¨¢mara y entre los robots de color naranja, el Ford Fiesta de Natalia, conducido por uno de los delincuentes: en el asiento delantero derecho, la secuestrada; en uno de los traseros, un segundo secuestrador. Les daba escolta el tercer hombre, al volante del Seat 127 del guarda mayor. Camino de la salida, el hijo de los guardeses adelant¨® al segundo de los coches por azar; se fij¨® en la presencia de do?a Natalia, no vio nada sospechoso y permaneci¨® en la misma posici¨®n hasta las proximidades de Madrid. Comenzaron a circular los rumores: que ?los secuestradores han pedido diez millones?, que ?bien poco piden?, que ?de todas maneras a Raphael la broma va a costarle una campa?a en Am¨¦rica?. Nadie acert¨® el siguiente acto del peque?o drama: en aquel momento, todos, secuestradores y secuestrada, iban camino del domicilio de los condes de Romanones, t¨ªos carnales de la v¨ªctima.
Una vez all¨ª, es decir, por Puerta de Hierro, los delincuentes habr¨ªan de superar uno de los trances m¨¢s duros de la ma?ana: la doncella de la casa acced¨ªa a que entrase Natalia; sin embargo, advirti¨® a sus acompa?antes ?que no les dejar¨ªa penetrar hasta que la se?ora condesa no se levantase de la cama?. Sin prestar mucha atenci¨®n, todos pasaron adentro. Seg¨²n la agencia de noticias Europa Press, Natalia dijo: ?Necesito ver urgentemente a mi t¨ªa.? En aquel instante, los secuestradores experimentaron de nuevo la sensaci¨®n de que todo lo que ve¨ªan les gustaba. Trajeron sacos y empezaron a echar en ellos cuadros y otras joyas que, sin duda, no van a poder pulir en el Rastro. Permanecieron durante varias horas en el nuevo palacio y seguidamente salieron fuera con Natalia. La dejar¨ªan libre en la pr¨®xima avenida de Miraflores.
Se considera seguro que los ladrones, inadvertidos de la existencia de las c¨¢maras y de los dict¨¢fonos, tampoco sab¨ªan que todos aquellos artificios entrar¨¢n en funcionamiento dentro de una semana. Si se hubieran retrasado s¨®lo unos d¨ªas, su actuaci¨®n habr¨ªa sido televisada en directo.
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