Adolfo Marsillach abandona definifivamente el Centro Dram¨¢tico Nacional
Adolfo Marsillach est¨¢ menos cansado de lo que cree el director general de Teatro, pero abandona la direcci¨®n del Centro Dram¨¢tico Nacional porque esta entidad carece a¨²n de estatutos oficiales y puede quedar a merced de la manipulaci¨®n de las sucesivas autoridades que se ocupen del Ministerio de Cultura. A Adolfo Marsillach no le consta que esta manipulaci¨®n vaya a ser efectuada inmediatamente, pero considera que no puede seguir aguantando la incertidumbre que la carencia de estatutos otorga a su labor.Han sido un a?o y dos meses dram¨¢ticos de Adolfo Marsillach. Fue nombrado para desempe?arla funci¨®n que abandona por Rafael P¨¦rez Sierra, anterior director general de Teatro. Se va poco despu¨¦s de que tomara posesi¨®n de su cargo Alberto de la Hera.
La dimisi¨®n de Adolfo Marsillach no es nueva. ?Como usted sabe, yo ya hab¨ªa dimitido alguna que otra vez, porque es bastante dif¨ªcil colaborar con la Administraci¨®n. Por m¨²ltiples razones. Una de ellas es porque la Administraci¨®n tiene un ritmo absolutamente distinto al que tenemos los profesionales y eso crea problemas diarios que acaban produciendo una indudable fatiga y un tremendo cansancio. A pesar de todo, este Centro Dram¨¢tico siempre ha tenido una grave dependencia econ¨®mica, pero una notoria independencia art¨ªstica e ideol¨®gica. Esta independencia estaba basada en unos estatutos que redactamos unos cuantos profesionales del teatro a finales de 1977.
Ni Adolfo Marsillach ni los que asumen con ¨¦l responsabilidades en el Centro Dram¨¢tico Nacional han conseguido que tales estatutos fueran publicados en el Bolet¨ªn Oficial del Estado, as¨ª que el actor, director, escritor y esc¨¦ptico socr¨¢tico ha tenido que desarrollar su labor desde el cuarto piso del teatro Mar¨ªa Guerrero de una manera interina, a expensas de lo que la Administraci¨®n decidiera en cualquier momento.
En una nota hecha p¨²blica ayer, la Direcci¨®n General de Teatro insin¨²a que Adolfo Marsillach va a seguir vinculado al Centro. No es cierto. Ayer mismo, el hasta ahora director de la entidad envi¨® una carta a Alberto de la Hera en la que le dec¨ªa que la idea de nombrar un gerente y unos asesores, independientemente de que sea buena o mala, era una idea del director general. El no la comparte. Tampoco aceptar¨¢ montar S¨®crates el pr¨®ximo a?o en M¨¦rida, ni la oferta de que haga algo -actuar, dirigir- en alguno de los teatros nacionales el a?o pr¨®ximo.
El enfrentamiento cordial -Adolfo Marsillach no usa la palabra enfrentamiento- entre el director del Centro Dram¨¢tico y la Direcci¨®n General de Teatro proviene de tesis distintas de lo que debe ser aquel organismo teatral. Marsillach insiste en que el Centro Dram¨¢tico precisa de una entidad jur¨ªdica. Los estatutos no han sido ratificados oficialmente. ?Opino?, dice Marsillach, ?que ese obst¨¢culo ha sido intencionado. ?De d¨®nde vienen esas intenciones? Lo ignoro.? M¨¢s adelante, Adolfo Marsillach nos conf¨ªa: ?El actual director general de Teatro cree que los estatutos no son necesarios. Y de ah¨ª proviene nuestra diferencia de opiniones. Es decir, yo no dudo en absoluto de la buena fe de Alberto de la Hera. Ahora, yo estoy convencido de que si este centro no tiene estos estatutos, que son los que pueden respaldar su independencia, acabar¨¢ convirti¨¦ndose en un instrumento m¨¢s del poder.?
Por parte de Alberto de la Hera no ha habido intromisi¨®n alguna a¨²n sobre la programaci¨®n prevista por Adolfo Marsillach para el a?o pr¨®ximo. Sin embargo, la ha pedido y, de acuerdo con las facultades, puede vetarla, cercenarla, disminuirla o anularla. ?Tiene Adolfo Marsillach la impresi¨®n de que la Administraci¨®n podr¨ªa adoptar tal actitud? ?Sobre eso no puedo tener la evidencia, aunque s¨ª la intuici¨®n. ?Porqu¨¦? La intuici¨®n est¨¢ basada en una serie de s¨ªntomas: la configuraci¨®n de un Gobierno, la configuraci¨®n misma del Ministerio de Cultura. Pero insisto en que no lo puedo demostrar.?
Las obras programadas por Marsillach eran Los ba?os de Argel, de Cervantes; El constructor Solness, de lbsen; una revista bufo-pol¨ªtica del 1900; Mot¨ªn de brujas, de Benet Jornet; Contradanza, de Francisco Ors; Ejercicios para equilibristas, de Luis Matilla, y La velada en Benicarl¨®, de Manuel Aza?a.
Adolfo Marsillach no estaba dispuesto a mover ni un mil¨ªmetro esa programaci¨®n.
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