Bos¨¦ se salv¨® "por los pelos" de las "fans" y de los "fachas"
Los gritos hist¨¦ricos estallaron nada m¨¢s aparecer, flanqueado por cuatro ninfas et¨¦reas, como un ¨¢ngel reci¨¦n llegado del para¨ªso, vestido de colores amarillo y fresa y con su pelo desflecado. Parec¨ªa m¨¢s p¨¢lido y menos sexy que en los posters que se exhib¨ªan por Unicentro, pero mucho m¨¢s fascinante al natural para los centenares de muchachas que esperaban m¨¢s de una hora s¨®lo para verlo. Para ver a Miguel Bos¨¦, el ¨²nico cantante espa?ol que puede competir en fans con los ¨ªdolos extranjeros. M¨¢s de 5.000 admiradoras fan¨¢ticas tiene s¨®lo en Madrid, en su club de fans, capaces de cualquier cosa por ¨¦l.
??Claro que Miguel me gusta m¨¢s que Leif Garret. Es mucho m¨¢s guapo!?, exclamaba con total convencimiento una colegiala de uniforme gris. ?He venido desde Fuenlabrada, aunque no pueda m¨¢s que verlo de lejos porque no he tra¨ªdo dinero para comprar un disco.?Cr¨ªas desgalichadas en la plenitud de la ingrata adolescencia, quincea?eras sofisticadas como peque?os modelos de revista, hasta ni?as de siete o diez a?os que se solidarizaban con el entusiasmo de sus hermanas mayores. Todas gritaron como una sola mujer -?ya quisieran las feministas tales pulmones!- hasta que Miguel atraves¨® la aglomeraci¨®n de chicas apelotonadas en torno a la tribuna-ring y lleg¨® a la mesa donde iba a firmar.
En ese momento un huevo lanzado como proyectil se estrell¨® contra el panel del fondo y salpic¨® a Miguel y a sus acompa?antes que le abr¨ªan paso. La sorpresa congel¨® los gritos. Hubo un instante de silencio. Pero r¨¢pidamente reaccionaron ??Hijos de puta!?, aullaban las chicas contra el grupo de gamberros que hu¨ªa hacia la salida y le dec¨ªan a su h¨¦roe, apenas vulnerado ?Miguel, l¨ªmpiate el pelo?, porque una gota de huevo temblaba en su flequillo.
Miguel se lo tom¨® con calma: ?Me encanta entrar en contacto con la gente, pero a veces ocurren incidentes desagradables, como esto?, coment¨®. Y sin m¨¢s, empez¨® a firmar discos. Las privilegiadas que hab¨ªan podido comprarlo esperaban impacientes que les llegara el turno, que Miguel en carne y hueso les firmara de pu?o y letra, Para Mari... un beso, y se lo diera en la mejilla. Una de ellas no resisti¨® un arrebato de pasi¨®n. Se lanz¨® sobre ¨¦l y le dio un beso en la boca que despert¨® rumores de envidia y desaprobaci¨®n: ?Los ¨ªdolos son sagrados: se miran, pero no se tocan.?
Mientras las muchachas desfilaban dentro de un orden, un grupo de j¨®venes peinados con brillantina y vestidos en plan figur¨ªn, con banderitas espa?olas en la solapa, pululaban por all¨ª: ?Este Bos¨¦ es un rojazo y no tiene derecho a invadir nuestra zona?, comentaban.
?Yo estoy mucho m¨¢s bueno que ¨¦l, y no me traigo a las t¨ªas de cabeza?, dec¨ªa iracundo un bello facha a la moda de los cincuenta. ?No sabe cantar, copia las canciones y, adem¨¢s, es homosexual.? ?No, no es homosexual?, replic¨® otro del grupo, ?que mantiene nada menos que a ocho t¨ªas.?
A pesar del mar de fondo, el acto de las firmas transcurri¨® sin m¨¢s incidentes. La operaci¨®n escapada se llev¨® a cabo con brillantez. Ya cerca de las ocho, hora se?alada como final, Miguel se levant¨® de un salto y sali¨® corriendo hasta un coche que le esperaba con el motor caliente. Las fans que le segu¨ªan rodearon el coche, pero ¨¦ste, salt¨¢ndose un sem¨¢foro en rojo, se fue a toda velocidad.
Sin embargo, las fans pudieron satisfacer su fetichismo: arrancaron los carteles de Bos¨¦, besaron la mesa y la silla donde se hab¨ªa sentado y una consigui¨® un espl¨¦ndido trofeo: el vaso en el que Miguel hab¨ªa bebido una coca-cola, con la se?al a¨²n caliente de sus labios.
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