La poes¨ªa, "contestada" por la juventud italiana
Allen Ginsberg, Borroughs y Evtuchenko, en el Primer Festival Intemacional de Poes¨ªa
M¨¢s de cincuenta poetas de todo el mundo, entre los que destacan Allen Ginsberg, Eugheni Evtuchenko, Villiam Borroughs, Sarh Kirsh, Peter Handke, Marcelin Pleynet, Brian Patten y Sanguinetti, han coincidido recientemente en el Primer Festival Internacional de la Poes¨ªa, que se celebr¨® en la localidad de Castel Porziano, cerca de Ostia, en Italia. El festival, que dur¨® tres d¨ªas, y al que asistieron unas 15.000 personas, fue en muchas ocasiones contestado por los j¨®venes all¨ª presentes.
Los cr¨ªticos est¨¢n a¨²n discutiendo si el festival fue o no un hecho positivo. El n¨²mero uno de la poes¨ªa mundial, el ruso Evtuchenko, se fue con nostalgias ?de orden?, porque en este festival hubo de todo: gente que se desnudaba, j¨®venes que arrancaban los micr¨®fonos a los poetas, pancartas que dec¨ªan: ?No queremos escuchar poes¨ªa en la lengua del napalm? (es decir, en ingl¨¦s); fot¨®grafos apedreados, magnet¨®fonos que voceaban mientras intentaban recitar sus poes¨ªas in¨¦ditas los ?grandes? del arte de la palabra. En algunos momentos, el festival se convirti¨® en un debate entre el p¨²blico y los poetas. ?Desnudo, desnudo?, gritaban los j¨®venes ?metropolitanos? a Bellezza. ?Las personas desnudas?, contest¨® el poeta italiano, ?son las m¨¢s hip¨®critas.? La respuesta fue un baile de j¨®venes desnudos que se adue?aron del gran escenario, construido a la orilla misma del mar. A otro poeta que empez¨® diciendo: ?Est¨¢ prohibido prohibir?, le contest¨® voceando un ?comefuego?: ?Tambi¨¦n est¨¢ prohibido morir de hambre. ?Cesare Viviani, con su barba puntiaguda y vestido como un boy-scout, prob¨® la suerte. Empez¨® con estos versos: ?El sabor de una caricia delgada?. Dacia Maraini, veterana de los mejores teatros, no logr¨® ni coger el micr¨®fono, porque una joven rubia, que nadie conoc¨ªa, se hab¨ªa apoderado de ¨¦l para decir: ?Sois absurdos, o sea, sois absurdos, o sea.? Decenas de j¨®venes salieron al escenario y le hicieron corro. Dacia Maraini, mientras desaparec¨ªa, murmuraba: ?Ya lo dec¨ªa yo: que la poes¨ªa no sirve para nada. ?
La jornada de los italianos fue la peor. Algunos escupieron palabrotas sin pudor al p¨²blico. ?Cuando suba aqu¨ª Ginsberg, estar¨¦is callados como idiotas?, exclam¨® Bellezza. Hab¨ªa nacido tambi¨¦n entre los poetas la hierba de la envidia.
Pero lo cierto es que tampoco los extranjeros tuvieron mayor ¨¦xito, aunque en ciertos momentos alguno de ellos logr¨® leer su poes¨ªa. Por ejemplo, el alem¨¢n Erich Fried, que fue aplaudid¨ªsimo cuando dijo: ?Ten miedo de quien te dice que no conoce la duda.? Fue la demostraci¨®n, seg¨²n algunos cr¨ªticos, que los m¨¢s interesados en la poes¨ªa verdadera, la que se cuela dentro, no eran los poetas profesionales, sino la gente ?normal?.
Otro momento de tensi¨®n fue cuando el irland¨¦s Desmond O'Grady, con sus cabellos rojos, empez¨® a recitar una poes¨ªa titulada Belfast. Antes de empezar bebi¨® de una botella. Un grupo de ?indianos? aprovecharon el gesto y se presentaron en el escenario con una olla inmensa llena de guiso que una comuna labradora hab¨ªa preparado para distribuir gratis a los miles de espectadores. Lo hab¨ªa pagado todo el americano Ginsberg. El grupo de cuarenta, olvid¨¢ndose del poeta irland¨¦s, comenz¨® a danzar alrededor de la olla gigante: ?Basta de poes¨ªa. Tambi¨¦n la comida y el vino son poes¨ªa.? Del p¨²blico llovieron sacos de arena. Una chica acab¨® en el hospital m¨¢s pr¨®ximo. El palco estuvo a punto de desplomarse. Para poner un freno a la batalla que se hab¨ªa desencadenado, se presentaron todo el grupo americano, con Ginsberg a la cabeza. Se sentaron en el suelo, en la postura de descanso yoga, y entonaron un canto indio. Pensaba que bastaba el prestigio de su carisma. Pero no fue as¨ª. Los ? metropolitanos ? les imitaron de forma irreverente. Un momento de silencio, cuando el octogenario poeta sicialiano Ignazio Buttitta empez¨® a recitar una poes¨ªa en clave comunista. Primeros aplausos, convertidos en seguida en abucheos, cuando acab¨® atacando a las Brigadas Rojas.
S¨®lo Ginsberg, con una voz maravillosa, por la madrugada, mientras la gente se daba un paseo por la playa, logr¨® leer completa su poes¨ªa sobre el blues por la muerte del padre.
El ?gran? Evtuchenko, que lleg¨® a Roma sin un centavo y sin una camisa, porque la compa?¨ªa a¨¦rea Alitalia le perdi¨® las maletas, no quiso recitar. No sal¨ªa de su asombro ante tanta contestaci¨®n, acostumbrado en Rusia a ser escuchado en religioso silencio por cientos de miles de espectadores. Pero dijo que, a pesar de todo, le gustaba Italia.
Otro poeta que consigui¨® a veces imponer silencio con su t¨²nica india fue Brion Gysin. Se defini¨® a s¨ª mismo como ?una tortilla?. Es ingl¨¦s, vive en Francia, pas¨® una tercera parte de su vida entre los ¨¢rabes, la lengua que habla mejor es el espa?ol y ha sido presentado como americano por su gran amistad con William Borroughs, con quien escribi¨® La tercera mente.
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