Mil art¨ªculos
Resulta que yo he escrito unos mil art¨ªculos para este peri¨®dico, lo cual supone unos mil optalidones, unas mil cocacolas, unas mil llamadas de tel¨¦fono, unos dos mil folios, unas mil ideas peque?as (no creo en las grandes: incluso en el gran pensador busco las ideas peque?as), unos mil Pepes Blanco, unas mil ma?anas, unos mil soles, unos mil cielos, unos mil enemigos (tirando por lo bajo).-Se est¨¢ usted quemando, joven.-?Qu¨¦ espera para que ardamos juntos en cueros, se?ora?
Haber escrito mil art¨ªculos (yo he escrito muchos m¨¢s en esta vida) es como haber vivido mil a?os. Pero como siempre se escribe el mismo art¨ªculo, el mismo libro, la misma sinfon¨ªa, desaparece el tiempo y el esfuerzo. El d¨ªa que publiqu¨¦ el primer art¨ªculo m¨¢s o menos comentado, me lo dijo Luis Trabazo (ya dormido para siempre bajo la lluvia clemente de su Orense natal) en el Caf¨¦ Gij¨®n:
-T¨² escribes bien, chaval. Ahora lo que tienes que hacer es meterte en una oficina.
No era s¨®lo la enlaberintada l¨®gica galaica de Trabazo. Es la l¨®gica que se usa en este pa¨ªs con el escritor. Puesto que escribe bien, le hacemos concejal, o director general de algo, o delegado provincial de Informaci¨®n y Franquismo, o director del peri¨®dico, para que no escriba m¨¢s. Me lo advirti¨® un d¨ªa Pepe Garc¨ªa Nieto:
-En este pa¨ªs, Paco, se sale por arriba.
Franco, que no invent¨® nada, que no hizo sino perpetuar viejos usos y consumos espa?oles y preternaturales, no echaba nunca a nadie. Al ministro le daba una pasada de motorista y luego le met¨ªa de presidente en un Banco, como hibern¨¢ndole en la caja fuerte.
La noche en que llegu¨¦ al Caf¨¦ Gij¨®n hab¨ªa muchos chicos m¨¢s preparados que yo, m¨¢s listos, con m¨¢s carnets y cosas. Hoy casi todos est¨¢n dirigiendo revistas del INI, asesorando a los asesores de los ministros o haciendo fichas para don Cierva, a precios de agosto.
El secreto es quedarse en lo de uno, no dejar que tiren de uno para arriba los ministros, los Olarra ni las lagartonas. La econom¨ªa del uno: un art¨ªculo, un amor, un verde. ?Y no teme usted quemarse? En algo hay que arder, oiga: en la literatura, en el sexo, en el periodismo, en lo que sea. Me lo dijo Juan Ram¨®n Jim¨¦nez cuando nos sent¨¢bamos en el Parque del Oeste a ver el crep¨²sculo, como ahora se sientan en el tresillo a ver el palcolor:
-Vaciarlo todo en la vida y en la obra. Cuando venga la muerte, que s¨®lo encuentre un saco vac¨ªo.
Hay que dejarse aqu¨ª hasta el ¨²ltimo verso y hasta el ¨²ltimo orgasmo. Mil art¨ªculos. Las mil y una noches, pero por la ma?ana. Contando siempre el mismo cuento, como Sherezade, y contando siempre de otra forma, para durar, para darle o ganarle tiempo al tiempo, a ver si viene lo que tiene que venir. El sult¨¢n no se da por enterado. Lee el art¨ªculo, escucha el cuento, sonr¨ªe y dormita un poco o reclama la conferencia con Barcelona. Dos palabras repetidas 2.000 veces: libertad y justicia. El sult¨¢n tiene una pipa de oro y plata (que le ha regalado Ferrer Salat) con cincuenta incrustaciones de hojalata.
Los sultanes del petr¨®leo tienen la pasta. Los sultanes blanco/blanqu¨ªsimos de la pasta tienen el petr¨®leo. Oh, Mustaf¨¢, oooh, Mustaf¨¢. Mil art¨ªculos, dos mil p¨¢ginas, unas obras completas, aparte de las que uno tiene escritas e incompletas. El art¨ªculo, la cr¨®nica, la columna: qu¨¦ brillante manera de fracasar. Yo o la fugacidad. Sentirse tan fugaz es sentirse m¨¢s libre. Mil art¨ªculos, mil d¨ªas, mil maneras de decir que no hay manera. Mil caf¨¦s, mil ma?anas azules, grises, lluviosas, como un diccionario- enciclopedia en blanco. Escribir en el peri¨®dico es escribir en la arena, como Cristo, o no escribir nada, como S¨®crates. Mil gracias, lector.
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