Televisi¨®n
Desde hace alg¨²n tiempo, el tema de Televisi¨®n ocupa la atenci¨®n indagatoria general, principalmente por unas movilizaciones de denuncia y de cr¨ªticas desde el Parlamento a la gesti¨®n administrativa. No me parece conveniente entrar en ese tema. Los tres poderes del Estado democr¨¢tico cl¨¢sico, el de los gobernantes, el de los parlamentarios y el de los jueces, dir¨¢n lo que deba decirse en su d¨ªa sobre este asunto. Me voy a referir, exclusivamente, a la televisi¨®n como el m¨¢s poderoso medio de informaci¨®n, de cultura y de entretenimiento global de nuestro tiempo, que deliberadamente, conscientemente, interesadamente, ha sido mal tratado y, por ello, disminuido de inter¨¦s por los m¨¢s altos responsables del antiguo r¨¦gimen, y por los de la democracia actual, que en una buena parte han sido, maravillosamente, los mismos. Y este art¨ªculo quiero que sea directo y aut¨¦ntico de denuncia, refrescando la memoria de los olvidadizos, e informando a las generaciones nuevas de un proceso lamentable al que procede bajar el tel¨®n, y hacer otra cosa.Desde su fundaci¨®n, la Televisi¨®n ha sido dirigida por el Gobierno y, directamente, por el ministro de quien depend¨ªa; l¨®gicamente, fue obligado entonces a podar todos los atrevimientos en lo moral, en lo cultural, en lo informativo y en lo pol¨ªtico, eligiendo para esta operaci¨®n a gentes d¨®ciles si estaban en la ambici¨®n o en la ilusi¨®n de una carrera pol¨ªtica; y a profesionales modestos si estaban en el periodismo o en otras cosas. Hago la excepci¨®n de los t¨¦cnicos, porque ¨¦stos nada tienen que ver con los prop¨®sitos referidos a una programaci¨®n. Empecemos, como dec¨ªan los fil¨®sofos castizos de los sainetes, ?por el principio?. Quien trajo la televisi¨®n a Espa?a, con una anticipaci¨®n afortunada, fue Gabriel Arias-Salgado, padre del ' actual director general, quien tuvo pol¨ªticamente la direcci¨®n de la informaci¨®n y de la cultura, como responsable o como ministro en dos largos per¨ªodos de aquel r¨¦gimen, Gabriel Arias-Salgado fue un pol¨ªtico honesto, con estimable cultura tradicional, beat¨ªsimo y obedient¨ªsimo al general Franco, al almirante Carrero y al cardenal-arzobispo de Toledo Pla y Deniel, que se met¨ªa en estas cosas, textos, escotes, etc¨¦tera. Concretamente, las dos personalidades que observaban los probables pecados de orientaci¨®n de Televisi¨®n eran el almirante y el cardenal. Los directores generales que a lo largo del tiempo fueron pasando por la Televisi¨®n, apenas ten¨ªan nada que ver con el hecho informativo, cultural y art¨ªstico de la televisi¨®n. Se buscaban, afanosamente, entre los no profesionales. Despu¨¦s de Gabriel Arias-Salgado fueron otros los ministros de ese mismo departamento, y no alteraron la imagen de los directores generales. El profesional perturbaba; el pol¨ªtico obedec¨ªa. Hubo abogados del Estado, como Revuelta; o profesores de Derecho Mercantil, como Aparicio Bernal; o interventores del Ej¨¦rcito, como Juan Jos¨¦ Ros¨®n; o abogados sin ejercicio, como Adolfo Su¨¢rez-, o artilleros, como Roque Pro Alonso; o f¨ªsicos, como Sancho Rof, y otros de estas mismas caracter¨ªsticas, y todos ellos seguramente competentes en lo suyo. De esta lista, como se ve, uno es ahora el presidente del Gobierno, y otros dos, como Juan Jos¨¦ Ros¨®n y Sancho Rof, son ministros. Todos estos personajes pod¨ªan tener merecimientos pol¨ªticos indudables, y tan grandes algunos de esos merecimientos que han ascendido -por eso de que la pol¨ªtica dicen que es un arte- desde el antiguo r¨¦gimen a la democracia actual; pero era notorio que carec¨ªan de la disposici¨®n y de la sensibilidad necesarias para dirigir un medio como la televisi¨®n, que es especialmente informativo literario y art¨ªstico. Se dec¨ªa entonces que la elecci¨®n de aquellos hombres era por los deberes de la organizaci¨®n, pero, en la pr¨¢ctica, eran los verdaderos directores del medio. La Televisi¨®n ten¨ªa que estar agarrada por la garganta. Y no cuento ?mi famoso caso? -a t¨ªtulo de ejemplo- por no excederme en la molestia; contar eso ser¨ªa ahora grandioso.
Cuando lleg¨® la democracia, de la mano art¨ªstica de Su¨¢rez -antiguo director general de la Televisi¨®n-, llev¨® a la direcci¨®n general, en primer lugar, a Rafael Ans¨®n, que es un relaciones p¨²blicas y un publicitario, cuando el verdaderamente preparado para ese medio era su hermano Luis Mar¨ªa, actual presidente y director de la agencia Efe. Lo que ocurre es que Rafael fue el jefe o el colaborador administrativo de Adolfo Su¨¢rez en los planes de desarrollo de L¨®pez Rod¨® en la presidencia del Gobierno, y en este pa¨ªs se pagan los favores -aunque no siempre- y se retribuye a los ¨ªntimos; y menos mal que ahora ya no se puede hacer, como en otros tiempos, obispos y otras profesiones del esp¨ªritu. El espect¨¢culo ser¨ªa delicioso. Despu¨¦s de Rafael Ans¨®n apareci¨® como director general Fernando Arias-Salgado, hijo de aquel obedient¨ªsimo ministro de Franco y de Carrero, y que no es otra cosa que un diplom¨¢tico, y tampoco acreditado por nada que se refiera a la informaci¨®n, a las bellas artes, ni siquiera a la pol¨ªtica. Y, por supuesto, con menos talento que su padre. Es otro personaje para ser teledirigido por quien de verdad ha llevado la televisi¨®n siempre, y que no es otro que Adolfo Su¨¢rez, con sus colaboradores pr¨®ximos, sencillamente porque la conoce muy bien, porque estuvo en ella y sabe su provecho. Su¨¢rez est¨¢ m¨¢s cerca de la Televisi¨®n con Arias-Salgado hijo que el almirante Carrero estuviera con Arias-Salgado padre. Y esto tiene lugar en la democracia.
Esta situaci¨®n, de antes y de ahora, no pod¨ªa traducirse en otra cosa que en la b¨²squeda como ?directores profesionales? del medio a personas sin relieve, bien dispuestas para ser mandadas, con escaso brillo en la profesi¨®n y dispuestas a complacer, y hasta sacrificarse, a la hora de los recambios, para seguir manteniendo, por raz¨®n de trabajo y de vida, las n¨®minas perpetuas. Y dentro de todo esto funcionaba el clientelismo personal en los niveles profesionalizados o burocr¨¢ticos. Solamente hay que hacer excepci¨®n, porque ello es justo, de aquellos personajes que elaboraban aisladamente programas de ¨¦xito, y de los que hab¨ªa que echar mano por raz¨®n de su misma popularidad. As¨ª es como surgieron esos Lazarov o esos I?igo, o esos Serrador, o esos Kiko Ledgar, o esos Maqueda, o esos Balb¨ªn, o esos Soler Serrano y otros; o realizadores como Pedro Amalio L¨®pez, y hasta buenos presentadores o locutores que est¨¢n en el ¨¢nimo de todos, y que ofrecen a diario muestras aisladas de acierto.
Tambi¨¦n es justo reconocer que la televisi¨®n ha ido a m¨¢s, a lo largo de estos treinta a?os, pero azarosamente, despacio, en un clima de zozobra, manteniendo fundamentalmente los intereses creados. La llegada de la democracia introdujo un factor nuevo: la idea de utilizar la televisi¨®n como poderoso medio pol¨ªtico. La izquierda parlamentaria -socialistas y comunistas- se dieron cuenta en seguida de que la. televisi¨®n estaba siendo aprovechada pol¨ªticamente por el partido en el poder y que estaba dirigida personalmente por el propio presidente del Gobierno a trav¨¦s de sus gentes de confianza; y entonces aspir¨® a tener sitio en un lugar como ¨¦se, que era tan decisivo para las convocatorias electorales y para el cuidado de la imagen pol¨ªtica de cada cual. Exhibieron con raz¨®n la tesis de que la televisi¨®n no era gubernamental, sino del Estado, y en el Estado la representaci¨®n del pueblo no est¨¢ en otra parte que en el Parlamento; por ello ten¨ªan que ser todos beneficiarlos de la televisi¨®n, y no exclusivamente el Gobierno y el partido en el poder, que es lo que suced¨ªa. Se abri¨® habilidosamente alguna compuerta para dar satisfacci¨®n a esta izquierda, pero el disfrute no era com¨²n. La ¨²nica excepci¨®n ha sido la del reciente debate sobre la ?moci¨®n de censura?. Por eso la televisi¨®n est¨¢ regida por dos presiones: la presi¨®n del poder para no perderla de su cuidado e inspiraci¨®n, y la presi¨®n de las otras fuerzas parlamentarias para entrar en ese disfrute. Nuestra clase pol¨ªtica no tiene otras preocupaciones que ¨¦stas.
La televisi¨®n, sin embargo, no es nada de esto. Lo ideal ser¨ªa abrir la posibilidad de crear otros canales de televisi¨®n privados, con el mismo r¨¦gimen que ha presidido la fundaci¨®n de peri¨®dicos o de emisoras de radio. La verdadera comunicaci¨®n popular de ahora mismo, de la segunda mitad de este siglo, o por lo menos la m¨¢s atractiva, es la televisi¨®n, y la radio a rengl¨®n seguido. La Prensa escrita recupera, su antiguo sitio cultural y de influencia sobre las ¨¦lites, que hoy son m¨¢s numerosas que antes, por raz¨®n de una cultura mayor. Abierta esta competitividad privada de la televisi¨®n, se producir¨ªa, naturalmente, una convocatoria de profesionalidades brillantes, y no de pesebres o de borreguitos, porque quien tiene que hacer la televisi¨®n no son otros que los imaginativos, y no los pol¨ªticos o los bur¨®cratas. Pero, en el supuesto de que se quisiera prolongar -que es a todas luces injusto- el monopolio del Estado, lo que procede es profesionalizar la televisi¨®n y no politizarla, aunque pienso que esto es una quimera. Estamos condenados a que los que est¨¦n en el Gobierno abusen de la televisi¨®n y los que est¨¦n fuera de ¨¦l pasen la vida lament¨¢ndolo.
Todo lo que se refiere a las investigaciones administrativas es siempre saludable, puesto que la democracia tiene que ser transparente; pero no es el verdadero e importante caso de la televisi¨®n, que es un peri¨®dico o un espect¨¢culo -lo que se quiera- de veinte millones de espectadores. Esto podr¨ªa llegar a ser -si se descubriera- un caso m¨¢s de corrupci¨®n, entre otros como se descubrir¨¢n, a no dudarse, en cualquier momento, o andando el tiempo. Pero lo que procede es que el Parlamento, en lugar de andar buscando afanosamente, y exclusivamente, las cuentas de la televisi¨®n -que debe hacerlo- debe tomarse la iniciativa de sacar la televisi¨®n a la concurrencia de la sociedad espa?ola, de abrir una competitividad nada menos que en esos espacios fundamentales para una sociedad, como son la informaci¨®n y la cultura libres, y que despu¨¦s, que cada grupo concreto responda de sus actos ante la opini¨®n p¨²blica o ante quien sea, el Parlamento incluido. Lo que no debe durar es una televisi¨®n como la actual mucho tiempo m¨¢s, que no se diferencia de la anterior ni siquiera en los que la dirijen. Cuando todas las actividades espa?olas se han sometido a otras formas pol¨ªticas de poder, de organizaci¨®n, de representaci¨®n, de actividad y de titularidad, resulta anacr¨®nico -y, ahora mismo, perturbador- mantener la televisi¨®n como si fuera un acueducto. Es un caso de indigencia cultural y de procacidad pol¨ªtica.
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