La prostituci¨®n masculina ocupa las calles m¨¢s c¨¦ntricas de Madrid
El oficio m¨¢s antiguo del mundo ya no es s¨®lo cosa de mujeres. Cada d¨ªa es m¨¢s frecuente encontrarse en el centro de Madrid -Castellana, Fuencarral, Atocha, Sol- con hombres dedicados a la prostituci¨®n. La mayor¨ªa frecuenta la noche, pero algunos se aventuran incluso de d¨ªa. Muchos no son homosexuales y los hay que reconocen abiertamente que se dedican a esto para poder comer. A veces, este mundo de la prostituci¨®n de hombres est¨¢ muy pr¨®ximo al delito contra la propiedad y m¨¢s de uno utiliza este viejo oficio para poder relacionarse con personas de cierta posici¨®n social a las que poder atracar impunemente.
Un hombre apoyado en una farola. Bordea el carril de ida de la Castellana hacia Cibeles. Casi enfrente, el caf¨¦ Gij¨®n. Pantal¨®n ce?ido y cazadora corta. Un silencioso coche se detiene. Segundos de charla. Frases ambiguas, cortadas. ?Necesito pasta, si quieres, ya sabes?. La llama del mechero perfila la cara del conductor. Corbata, buen traje, cuarenta y pico a?os. ?Sube?.?Yo hago esto por dinero, 2.000 y por adelantado?, dice Paco, veintid¨®s a?os, parado en la subida de la calle de Almirante y atento a cada coche que sube despacio. Vive o malvive de la prostituci¨®n masculina con homosexuales. ?Se vive muy mal, porque todos los d¨ªas no comes; tres d¨ªas te tiras sin nada y le pides a un colega cinco duros para dormir en una pensi¨®n de Sol a doscientas. Otro d¨ªa te sale un rollo bueno de que le gustas a uno y quedas, y a lo mejor tiene pasta y te hace regalos o te coge un apartamento. Va por rachas, pero, en general, se vive fatal?. Esta noche, en Recoletos, pero sin sitio fijo. La zona es la calle ?Casas no hay?. Y el Metro, las calles c¨¦ntricas, Fuencarral, Atocha o Sol, incluso por la ma?ana; los bares de ambiente gay, por la noche.
J¨®venes sin trabajo
De chapero -nosotros decimos me voy a hacer una chapa, en vez de hacer la carrera, como dicen las mujeres?- lleva nueve meses sobreviviendo en Madrid. En general, unas mil pesetas la chapa. Los veinte minutos o pocos m¨¢s pasados en la oscuridad del coche o en alg¨²n portal, o entre los t¨²neles vac¨ªos de peatones acelerados. Unas mil pesetas o simplemente lo que les quieran dar. ?Hay muchos chicos?, sigue Paco, ?que con cualquier cosa que les den se van, porque est¨¢n muertos de hambre, y les invitan a un pincho y a una copa y se van sin que les paguen, simplemente por dormir en un sitio que no tenga fr¨ªo?. Sobre todo, chaperos eventuales, reci¨¦n licenciados de la mili y sin dinero, o j¨®venes sin trabajo, o que llegan a una ciudad nueva y recurren a la chapa para llegar al d¨ªa siguiente.?Esto para m¨ª es la forma de ganarme la vida. Y como trabajo no hay, lo l¨®gico es que cada uno cobre por su f¨ªsico, y quien quiera tener un cuerpo joven que pague, yo no necesito un sueldo, pero algo?, dice Paco, ahora esperando en la calle, pero hace unos d¨ªas con apartamento, su corbatita, el paquete de Winston, y sus 2.000 ¨® 3.000 en el bolsillo, trajeado de una relaci¨®n que no dur¨® apenas el mes. ?Era una carroza con dinero, que presum¨ªa conmigo delante de sus amiguitas. Me presentaba como su marido. Exhibi¨¦ndome y llev¨¢ndome como un corderillo donde ¨¦l quer¨ªa y sin quitarme la vista de encima. Me ten¨ªa en un pu?o, hasta que un d¨ªa estall¨¦, porque estaba harto de sus celos. Me ech¨® del apartamento y me quer¨ªa quitar todo lo que me hab¨ªa regalado, pero no se lo di, se lo hab¨ªa pagado suficientemente. Y si no, que te cuente ¨¦ste?.
Es Alberto, un amigo de Paco. Antes con clientes de calle y desde hace cinco meses con una relaci¨®n estable. De dinero y clase alta. ?El, ante su vida social, es un se?or de negocios y me tiene a m¨ª como querido y la discreci¨®n?. Una relaci¨®n de un nivel superior, de la burgues¨ªa, de no ser el callejero, aunque antes pasase por la calle. ?Yo con ¨¦l podr¨ªa tener millones, pero me quiere siempre pendiente de ¨¦l y siempre atado y no entiende que de cuando en cuando haga una escapada con una mujer o que me vaya por mi cuenta. Y vienen los celos, y si con una mujer se enfada, con un t¨ªo, peor, no me mirar¨ªa a la cara nunca?.
Pocos establecidos
Y si dif¨ªcil es aguantar la relaci¨®n de compra-posesi¨®n, tampoco es f¨¢cil encontrar la persona rica y que ?establezca?. ?Es coger un viejo con pasta y hac¨¦rtelo como muy bueno, en un plan de ir con ¨¦l, de pareja, pero hay muy pocos de montar un piso y todo eso?, dice Paco, y mientras, sigue en la calle con sus relaciones de coche y pedir fuego, de miradas encontradas entre lunas de escaparate. De tel¨¦fonos de oficinistas y empleados de banco, o de casados, de alguna relaci¨®n de fin de semana, que s¨®lo a veces aparece, porque hay que pagar. ?Si alg¨²n d¨ªa encuentro trabajo y un chico atractivo, esto para m¨ª se ha terminado?.-Mira, el mariquita.
Y t¨², qu¨¦. Mucha novia y por las noches te las tragas dobladas.
Las frases saltan entre Paco y MRF, devuelto a la calle despu¨¦s del paseo en R-5. Asperas por parte de los chaperos que no son homosexuales -la mayor¨ªa- a los que lo son, empe?ados en resaltarlo con gestos y actitudes excesivamente varoniles. ?Yo estoy a disgusto, y si me voy con una carroza es por las pelas, y paso de la marica porque no cotiza?.
?Paga el t¨ªo m¨¢s normalito, el ejecutivo de cuarenta a?os. Que igual est¨¢ casado, o por el trabajo o razones sociales no se quiere dejar ver ni meterse mucho en el tomate, y teniendo a uno m¨¢s o menos fijo?, dice Paco, ?no se tiene que mover?. Otro coche sube lento, los ojos insistentes le vienen siguiendo desde hace metros. Y pasa. ?Aunque la mayor¨ªa son carrozas, no todas pagan. Si no ligan, se van al cine Carretas y all¨ª hay chavales de diecisiete a?os, que se meten a dormir por un bocadillo?.
?Aunque no todos llevan navaja, algunos s¨ª. Y a las pocas esquinas recorridas aparece. La navaja. Y la exigencia apremiando contra el coche. El dinero, el reloj. El atraco inmediato o en reserva. Para cuando haya confianza. Y tal vez quedar otra noche con el cliente para ir a su casa y dar antes la direcci¨®n a otros colegas, porque todos se suelen conocer, y una vez que uno est¨¢ dentro, ya es s¨®lo llamar, abrir y empezar a vaciar.
Y raras son las denuncias, porque siempre queda eso de que ?este viejo me llev¨® a su casa y me quiso violar?.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.