Se impone otro m¨¦todo de juego
En ocasiones, recibo, cordialmente, algunas reticencias -y excesivos elogios- en relaci¨®n con lo que advierten en mis art¨ªculos ?de cierta obsesi¨®n por Su¨¢rez?. Podr¨ªa parecer verdadera esta obsesi¨®n si no fuera explicada, pero una vez que lo explique, el t¨¦rmino obsesi¨®n resultar¨¢ injustificado.Tengo el privilegio personal e hist¨®rico de haber conocido a Adolfo Su¨¢rez cuando empezaba a andar en una vocaci¨®n pol¨ªtica que no tendr¨ªa fin. Mara?¨®n habr¨ªa escrito de Su¨¢rez ?Patolog¨ªa de una vocaci¨®n?, sin otro ¨¢nimo de indagaci¨®n y de diagn¨®stico como el del conde duque de Olivares. A la pol¨ªtica hab¨ªamos ido algunos por desconocidos est¨ªmulos literarios y de afici¨®n cultural por la Historia. Yo andaba inquieto en mi adolescencia, entre socialistas y cristianos, sin encontrar sitio, y me sonaba mucho la libertad, la justicia y ese vago, y pat¨¦tico, y sublime, y orgulloso de lo espa?ol. Adolfo Su¨¢rez es de Avila, y yo tambi¨¦n, pero el presidente es de tierras altas, y yo soy de la llanura. Mi itinerario era hacia la tierra llana, y el suyo, a la monta?a. Las razones ¨²nicas de Adolfo Su¨¢rez en la pol¨ªtica no eran otras que alcanzar el poder. Ese ha sido su gran itinerario. Mis razones estaban seriamente y emocionalmente implicadas en la literatura, en la Historia y en el pensamiento pol¨ªtico. Naturalmente, Adolfo Su¨¢rez era un pol¨ªtico, y yo un escritor.
Segu¨ª todo su ameno recorrido; su padrino pol¨ªtico fue otra carrera fulgurante hacia el poder en el antiguo r¨¦gimen, pero mejor equipado; en lo profesional corri¨® en poco tiempo desde una fiscal¨ªa modesta, en Castell¨®n de la Plana, a la gran Fiscal¨ªa del Reino, en el Tribunal Supremo; de gobernador de Avila -que era una provincia de entrada- hasta ministro secretario general del Movimiento -con toda justicia-, y si no se hubiera matado en Villacast¨ªn, habr¨ªa desempe?ado un papel decisivo en la transici¨®n hacia la democracia. Adolfo Su¨¢rez estaba a su lado, y a su sombra, en la tensi¨®n de la esperanza hacia su propia carrera pol¨ªtica, y sus relaciones con Fernando eran casi familiares. Adolfo Su¨¢rez descubri¨® en seguida lo que estaba al alcance de todos, yque no era otra cosa que donde estaba verdaderamente el centro del poder no era en Alcal¨¢, 44, la sede del Movimiento, sino en Castellana, 3, el palacio del almirante Carrero y del superministro Laureano L¨®pez Rod¨®. Y en aquella burocracia se incluy¨®, simultane¨¢ndola con la otra. Su gran pasi¨®n -que me parece leg¨ªtima- fue esa, mientras que la m¨ªa, necesariamente, se iba por el periodismo, por la novela y por el teatro. En la pol¨ªtica estuve de otro modo, porque mi profesi¨®n estaba en ella, como est¨¢n los peces en el r¨ªo, pero yo no era el agua.
La literatura me dotaba a m¨ª de sarcasmo, y no me fabricaba para el servilismo o la lisonja. Por eso, en nuestras vidas hab¨ªa afecto y no concurrencia. Yo ten¨ªa de la pol¨ªtica la idea filos¨®fica, y jur¨ªdica, y po¨¦tica, y econ¨®mica, y social, o lo que se quiera, mientras que Adolfo ten¨ªa de la pol¨ªtica solamente el sue?o de ser ministro, y hasta cosas m¨¢s altas. Para m¨ª. la pol¨ªtica era un libro, y para Adolfo, un sill¨®n. Podr¨ªa contar cosas de nuestras relaciones antiguas, que ser¨ªan muy expresivas, sobre la personalidad de Adolfo Su¨¢rez. Eramos los dos parlamentarios por Avila, pero yo, a la manera como lo quiso ser Larra en aquel Gobierno de Isturiz, y Adolfo Su¨¢rez, porque ese era un recorrido necesario para llegar donde se propon¨ªa. Y como no nos estorb¨¢bamos, fuimos amigos.
Cuando alcanza Adolfo Su¨¢rez la cima sorprendente de su carrera pol¨ªtica -sorprendente por lo inesperado y veloz-, yo estaba en la menos involucrada situaci¨®n con cualquier cosa y luc¨ªa verdaderamente mi independencia personal y mi libre juicio de los hechos y de los personajes pol¨ªticos. Ten¨ªa conmigo el privilegio de haber estado muchos a?os sentado en butaca de platea en el antiguo r¨¦gimen, y mis lecturas predilectas hab¨ªan sido las de los dos ¨²ltimos siglos, sin excluir ningunaparcela, y desde entonces no he hecho otra cosa que estar cerca de lo que su ced¨ªa, con el valor y la emoci¨®n de quien tiene una larga afici¨®n a la Historia. A m¨ª no se me pod¨ªa enredar f¨¢cilmente, orientando mis observaciones a pistas falsas, y las gentes del poder -por muy altas que estuvieran- nunca me han deslumbrado. El protagonista de la gran aventura hist¨®rica de 1976 era el Rey; el Rey hab¨ªa ele gido un int¨¦rprete perfecto para lo que quer¨ªa hacer en un tiempo determinado, y ¨¦ste no era otro que Su¨¢rez; ten¨ªa que ser un hombre ?que no pensara? -como dec¨ªa Torcuato Fern¨¢ndez Miranda-; que no tuviera creen cias superiores a la pol¨ªtica, que fuera joven y que tuviera ambiciones; el complemento de todo esto tendr¨ªa que ser que tuviera agrado personal, simpat¨ªa social, capaz de enga?ar al lucero del alba, y aparente humanidad y modestia. En todo esto, Adolfo Su¨¢rez era un arquetipo. Las cosas como son. Por eso fue elegido por el Rey. Otro personaje fue Torcuato Fern¨¢ndez Miranda, que ven¨ªa de la larga compa?¨ªa al Pr¨ªncipe, y al Rey como profesor; en el antiguo r¨¦gimen, solamente el almirante Carrero le consider¨® como merec¨ªa, y tendr¨ªa que hacer el desmantelamiento del r¨¦gimen desde el r¨¦gimen mismo, y para esto era necesario el prestigio y las condiciones jur¨ªdicas e intelectuales del profesor. Y un cuarto int¨¦rprete fue -en la sombra- el Ej¨¦rcito, que es quien garantizaba el cambio desde la legalidad y aseguraba la paz. Su expresi¨®n exterior era Guti¨¦rrez Mellado. El Rey sab¨ªa que recib¨ªa de las Fuerzas Armadas la lealtad, la fidelidad y la disciplina. Y fuera de todo esto, el coro de las tragedias griegas, con personajes de mayor o menor inter¨¦s. Fuera de este cuadro, todo es an¨¦cdota pol¨ªtica, y se sabe -porque es el testimonio de la Historia- que la izquierda fue invitada a entrar precisamente para hacer la democracia. Sin la izquierda no se pod¨ªa hacer. Todo esto, sin perjuicio de que la izquierda estuviera desde hace vanos anos ejerciendo una presi¨®n variada sobre aquel r¨¦gimen, pero sin una sola posibilidad de echarlo abajo, o de destruirlo. Si yo hubiera tenido otra preocupaci¨®n principal que ¨¦sta, y no hubiera sabido d¨®nde estaba localizado el poder de decisi¨®n, habr¨ªa hecho comentarios o cr¨®nicas divertidas -y los he hecho en aglunas publicaciones-, pero la exigencia de un escritor pol¨ªtico serio, s¨®lo en el espacio, a la manera de un lobo solitario, lo que debe saber siempre es la situaci¨®n del cosmos de la pol¨ªtica; escrib¨ªa con la br¨²jula. Si me ocupo frecuentemente de Su¨¢rez es porque est¨¢ jugando en una gran parte el gran papel de la Historia presente. Su Gobierno y su partido son menos importantes que ¨¦l. Le est¨¢ pasando lo que a Franco con el antiguo r¨¦gimen. Las grandes decisiones pol¨ªticas de estos a?os no han pasado por otro lugar que por su despacho, y lo que no he querido ser nunca -por esta convicci¨®n del papel de Su¨¢rez - es un cronista de sociedad. O me ocupo seriamente de su persona, de lo que se ve y de lo que, no se ve, o har¨ªa eutrapelia pol¨ªtica. Frente a las obsesiones er¨®ticas con S¨²¨¢rez, donde la l¨ªbido y la masturbaci¨®n con el presidente se comprueban en algunos periodistas, yo mantengo la obsesi¨®n cr¨ªtica, que no es -como he dicho- la de descalificaci¨®n o de hostilidad, sino sencillamente la de que a m¨ª no me pone cachondo. Yo estoy en mi sano juicio.
Hasta las elecciones al Parlamento del Pa¨ªs Vasco y de Catalu?a, y hasta el 28 de febrero de 1980, en el suceso de Andaluc¨ªa, Adolfo Su¨¢rez segu¨ªa siendo un presidente fuerte, aunque no tan fuerte como el anterior a las elecciones municipales de 1979. Ese d¨ªa perdi¨® una gran parte de su base electoral fabricada en el Ministerio del Interior. Romero Robledo que resucitara ya no podr¨ªa hacer mucho. Su partido, que es quien regenta el poder, ya no tiene tampoco -tras un monumental descalabro- ni Catalu?a, ni el Pa¨ªs Vasco, ni Andaluc¨ªa. Solamente con esto, ya no se puede ser titular del Gobierno de la naci¨®n. Pero, despu¨¦s de la moci¨®n de censura de los socialistas en el Parlamento, recientemente, y sin haber tenido otra asistencia en el Congreso que la de su partido en solitario -que es una minor¨ªa mayoritaria-, su situaci¨®n es de una precariedad angustiosa. En esta situaci¨®n Adolfo Su¨¢rez no puede gobernar, ni es posible hacer el desarrollo constitucional. Esta ya no es solamente una situaci¨®n de precariedad pol¨ªtica o de debilitamiento personal, esta es la situaci¨®n de un n¨¢ufrago, y la repercusi¨®n de este acontecimiento, ya no es solamente personal, sino colectiva. Sus avatares personales -aunque sea tristedebe soportarlos ¨¦l solo, pero no el pueblo espa?ol. Un pol¨ªtico cl¨¢sico habr¨ªa dimitido, pero Adolfo Su¨¢rez es otra especie de pol¨ªtico. Su atm¨®sfera es el poder, y o la respira o se ahoga. Por eso alguien tendr¨¢ que decirle alguna vez que el poder no es el aire, y que debe acostumbrarse a respirar como los dem¨¢s mortales.
Ya estamos afectados todos los espa?oles desde el momento en que la acci¨®n de gobernar resulta iniposible o escasa. Objetivamente, y claramente, estamos ante una situaci¨®n de crisis profunda. Sus soluciones no son m¨¢s que dos: o suspensi¨®n de las Cortes actuales, con todo el descr¨¦dito que supondr¨ªa para la democracia hacerlo a poco m¨¢s de un a?o de las ¨²ltimas elecciones generales, o crear una nueva mayor¨ªa parlamentaria mediante consenso global para hacer el desarrollo constitucional, dejando libre al control de la oposici¨®n los actos de gobierno. Este podr¨ªa ser, entre otros, un mecanismo para seguir adelante.
Se est¨¢n exhibiendo tres temas principales para una acci¨®n pol¨ªtica que no puede demorarse: el hecho auton¨®mico, la situaci¨®n econ¨®mica con todas sus consecuencias, incluida la del paro, y el orden p¨²blico. Entre todas ellas -y con ser las tres muy graves- hay una que requiere la m¨¢xima prioridad y necesitar¨ªa que alguien no tuviera este a?o vacaciones parlamentarias, o de gobierno, para afrontarla y resolverla cuanto antes; me refiero al hecho auton¨®mico. Todas mis noticias son que Jordi Pujol, en su visita a Madrid, se ha llevado afabilidad, o lo que es lo mismo, los pies fr¨ªos y la cabeza caliente. Por eso ha diferido el optimismo hasta m¨¢s adelante. Lo del Pa¨ªs Vasco es mucho peor. Los vascos hace tiempo que est¨¢n echando un pulso al poder central, primero mediante su alejamiento del Parlamento en virtud de una legislaci¨®n aprobada que, seg¨²n sus opiniones, contradice el prop¨®sito de la autonom¨ªa o del autogobierno, y ahora, con otros aspectos referidos a las ¨¢reas financieras. La autonom¨ªa vasca tiene m¨¢s grados que la otra, e incluso su composici¨®n -sus fuerzas, pol¨ªticas- califican la situaci¨®n de muy delicada y grave. Andaluc¨ªa tiene su espina clavada y ulcerada del 28 de febrero, y a continuaci¨®n por las ¨²ltimas votaciones parlamentarias referidas al refer¨¦ndum, mientras que otros proyectos de autonom¨ªa empiezan a cobrar acci¨®n o actividad. Ning¨²n sistema pol¨ªtico, sin el Estado dentro, puede calificarse de tal sistema. No existir¨¢ tampoco democracia si ¨¦sta no fuera m¨¢s que una envoltura de pluralismo y de libertades, y no tuviera el Estado en su seno. En estos momentos, nuestra democracia no tiene Estado, estamos viviendo de las ruinas del Estado antiguo, con unas voladuras y unos parches sobre la marcha que no configuran jur¨ªdicamente la realidad, y establecen el desorden general. Los proyectos de ?Estado de las autonom¨ªas? anunciados por Adolfo Su¨¢rez y por Felipe Gonz¨¢lez en el Congreso, no son otra cosa que meros bocetos, o vagas y apremiantes intenciones. Por lo pronto, ya han sido rechazados por los catalanes y los vascos. Y tampoco han complacido a nadie. Un ?Estado de las autonom¨ªas?, que es el nuevo Estado de la democracia, no puede fabricarse ya de otro modo que sentando a la mesa a la totalidad de las fuerzas parlamentarias representadas por sus jefes directos y sus expertos, y concluir con un pacto que ponga fin a esta situaci¨®n. El ¨¢rbitro y el moderador de esta situaci¨®n, o de ese pacto -en el supuesto de que hubiera discrepancias insalvables-, no puede ser otro que el Rey, de acuerdo con lo que la Constituci¨®n previene. Este es el acontecimiento b¨¢sico para echar a andar. Pero seguramente tendr¨ªa que precederle ese nuevo Gobierno de gran mayor¨ªa que posibilitar¨ªa una mejor disposici¨®n alrededor de esa mesa hist¨®rica. Nuestro pretendido federalismo tiene todos estos inconvenientes: 1) no tenemos tradici¨®n hist¨®rica federal; 2) las autonom¨ªas tienen a tener partidos propios (casos catal¨¢n y vasco), y ello dice que la pol¨ªtica va a estar centrifugada, y no centralizada como en Estados Unidos o en Alemania; 3) cada autonom¨ªa es original, no es parecida a las otras, y entonces el Estado ser¨ªa algo as¨ª como un mosaico morisco; 4) la realidad econ¨®mica no es homog¨¦nea, sino heterog¨¦nea, y as¨ª, la solidaridad carece de f¨®rmulas; 5) la figura del Estado no es el producto de lo que queda tras un desplazamiento de competencias, sino que previamente es una identidad hist¨®rica, un territorio jur¨ªdico y una reserva b¨¢sica de competencias.
Frente a todo esto, el presidente del Gobierno es d¨¦bil, el Gobierno est¨¢ desorientado, el partido en el poder est¨¢ minado, el Parlamento es un campo de batalla y el mundo exterior ha cambiado los abrazos por el desd¨¦n y ha bajado la barrera a nuestros intereses. Se impone otro m¨¦todo de juego. Por donde vamos no hay salida.
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