Los viejos y los perros
VA A comenzar la estampida del veraneo. Lo que en otros tiempos era un movimiento sereno y grato, preparado por la colectividad familiar con amor y consenso, en busca de la sombra y el ocio, es ahora una compulsi¨®n. No se va en busca de algo, se huye de algo: de la angustia de lo cotidiano. Pero el viajero la lleva pegada a la piel y ni las aguas de los siete mares se la lavar¨¢n. No importa: es ya un instinto. Huye dejando cad¨¢veres sobre la carretera y abandonando detr¨¢s, como en las grandes retiradas, la impedimenta incluso viva que retrasa su velocidad.Como los viejos y los perros. Los servicios hospitalarios de Madrid denuncian ya algo que sucede todos los a?os: las familias abandonan en ellos sus ancianos. Incluso, dicen las denuncias, dejan direcciones falsas para que, en caso de urgencia, no se les pueda encontrar. La urgencia se sabe lo que es: la muerte. No importa que el anciano muera solo y que sea enterrado donde caiga: lo importante es que no suene un tel¨¦fono con la noticia y se produzca el fastidio del regreso. Despu¨¦s de todo, el anciano est¨¢ condenado, el anciano va a morir: si nada se puede hacer por ¨¦l, conviene que los otros se salven, que reciban su raci¨®n de sol o de aire de monta?a.
Y en las calles se quedan los perros. Los ayuntamientos. advierten que es un peligro p¨²blico, que el perro familiar abandonado en los calores de julio y agosto puede llegar a la hidrofobia y a la agresividad. El cuerpo de laceros se lanzar¨¢ a la calle, y el pobre amigo, s¨ªmbolo antiguo de la fidelidad, ir¨¢ a parar a la c¨¢mara de gas, despu¨¦s de vagar at¨®nito y destrozado por las calles hostiles. Una residencia para perros cuesta cara -entre doscientas y cuatrocientas pesetas diarias- y el presupuesto del veraneo es cada a?o m¨¢s corto. Es m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s barato buscar otro perro al volver y, en el fondo, cualquiera puede dar la raci¨®n de amistad, amor e inocencia que se necesita hasta el verano siguiente.
No importa nada. Lo que importa es correr hacia donde se pueda, lejos de la ciudad propia. Escapar de esta ara?a que hemos creado entre todos, aunque en la tela pegadiza quede el anciano que no puede correr, el perro que no pueda viajar.
Y en los balcones se agostan las plantas, a las que nadie riega. Ya se comprar¨¢n otras, si se puede, al regresar.
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