La representaci¨®n barroca
Quevedo es un hombre del barroco o, m¨¢s bien, un hombre de estructura an¨ªmica y existencial completamente, barroca, y su obra no es distinta de esta su contextura humana, como nos lo muestra mejor que nada su poes¨ªa llamada metaf¨ªsica -no acierto a entender por qu¨¦-. Esta poes¨ªa bien puede ser la proyecci¨®n de su yo nihilista y enamorado de la ceniza y de la nada, aunque tambi¨¦n puede ser pura representaci¨®n barroca este su mismo yo. Pero, en cualquier caso, no nos proporciona un desvelamiento o descubrimiento po¨¦tico de que la vida sea nada, o el ser del hombre est¨¦ amenazado por la muerte, o sea una nada que apenas si hace pie en el ser; es decir, no nos da la vuelta al tapiz de la vida para mostrarnos su inane urdimbre, sino que simplemente nos dice que la vida es nada y el hombre es nada, y la mujer, acaso peor que nada: un saco de inmundicias que amenazan. Quevedo, entonces, nos dice lo que nos dice cualquier predicador del tiempo y lo que piensa el hombre barroco y, en general, con no menor forcejeo, aunque menos afortunado, claro est¨¢, en los conceptos y en las palabras. Y nos dice que Espa?a es nada o ni siquiera existe, y s¨®lo ruina es su existencia.Quevedo se desvive y contorsiona, desde luego, para decirnos todo esto: la inanidad de la vida, la mentira del amor humano, el montaje sociopol¨ªtico, la miseria y el oto?o del imperio. Tuerce y retuerce el vocablo, nos hace muecas de ingenio o muerte, garabatos de ideas o crueles burlas, y nos enfrenta con lo excrementicio y lo escatol¨®gico como signo de muerte, ya que la representaci¨®n misma de lo infernal se le escapa y rueda a lo demasiado chusco y cat¨®lico. De la subcultura cat¨®lica del Medievo.
?Tambi¨¦n representa Quevedo cuando acude a la escatolog¨ªa? Tambi¨¦n representa. Las palabras con que describe el lodazal inmundo que est¨¢ bajo la piel de la mujer, objeto de amor, o las hediondeces y orinas entre las que nace el hombre est¨¢n en el De contemptu mundi, de Inocencio III, un papa pol¨ªtico y metido hasta el codo en los negocios de este mundo, como Quevedo lo estuvo en la pol¨ªtica de su tiempo haciendo hasta de doble confidente, y Huizinga, a prop¨®sito del primero, se permiti¨® dudar con raz¨®n de la honradez de su desprecio de la vanidad mundana. Incluso la frase m¨¢s atroz que sali¨® de la boca quevedesca acerca de las mujeres: ?Declaramos que dan ¨¦stas a aquellos -los hombres- tres d¨ªas o tres noches buenos, que es: la del desposorio, la primera vez que paren y cuando se mueren?, Quevedo la ha tomado de Palladas, un alejandrino del siglo IV de nuestra era. La ha le¨ªdo y le ha hecho gracia. La suciedad es alabada por estas naturalezas barrocas y cat¨®licas como virtud y como condici¨®n humana de miseria, como resignaci¨®n a la mortalidad y complacencia en ella. Estamos a mil leguas de Rabelais o del risue?o juego de lo sexual y de lo excrementicio como signo de libertad en el Medievo. Estamos en plena seriedad barroca, en pleno materialismo barroco envuelto en ret¨®rica cat¨®lica, pero anticristiano. Ruiz de Alarc¨®n quiz¨¢ se percat¨® de ello cuando le llam¨® ate¨ªsta a Quevedo: ?podr¨ªa significar otra cosa su nihilismo si no fuera representaci¨®n? ?Podr¨ªa encarnarse de otro modo su radical desprecio del hombre a comenzar por s¨ª mismo, que en la teor¨ªa pol¨ªtica reaccionaria expuesta en su Pol¨ªtica de Dios, gobierno de Cristo?
Este cristiano viejo que es Quevedo, capaz de re¨ªrse de quienes arden en las hogueras inquisitoriales y que sah¨²ma la casita del pobre G¨®ngora, que ha adquirido a bajo precio para exorcizar todo olor judaico, no conoce de la Biblia sino la letra, y, cuando dedica un libro al problema de Job, parece que habla de S¨¦neca o de Marco Aurelio: est¨¢ condenado al moralismo. Como en el plano de lo novelesco est¨¢ condenado o se condena ¨¦l mismo a la parodia. En El busc¨®n, como muy bien ha visto Serrano Poncela, todos sus personajes son par¨®dicos de los de las novelas picarescas anteriores, y todo es parodia, que no s¨¢tira ni iron¨ªa. ?Son tambi¨¦n parodias sus poemas amorosos? ?Qu¨¦ queda de ellos, salvo literalidad o conceptos de Le¨®n Hebreo, Ficino, Bembo o Castiglione? Por lo menos es l¨ªcito preguntarse esto: si realmente Quevedo siente a la mujer y al amor como excrementales, ?c¨®mo es que puede, luego, platonizar con Lisi en sus poemas amorosos?
Todas las antinomias, incluidas las de su propia vida y la de su ser escritor, las resuelve con su verbo, con la tortura a que lo somete y lo hace alumbrar nuevas palabras artificiales y par¨®dicas, sin embargo. Tambi¨¦n en esto es esencialmente barroco.
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