L¨¢stima, l¨¢stima
Irene tuvo un amor; pero el muchacho la abandon¨® para hacerse cura. Se cas¨® con otro que la descuid¨® para ser diputado, probablemente de UCD, y tratar de ser ministro en alguna remodelaci¨®n oportuna. Como adem¨¢s su madre sufr¨ªa por las infidelidades del padre -se la notaba, sobre todo, cuando tocaba el Claro de Luna al piano- y probablemente provoc¨® el accidente de autom¨®vil en que murieron los dos, Irene se ha vuelto ninf¨®mana.Y dips¨®mana, y lenguaraz, y c¨ªnica. Paga a un ga?¨¢n para que la cubra: naturalmente, en la cuadra, entre el esti¨¦rcol. Empez¨® haci¨¦ndolo a manera de autocastigo, pero instantes despu¨¦s se daba cuenta de que la cosa resultaba muy agradable; m¨¢s que con su marido, pero menos que con el que luego fue cura, al que de nuevo intenta seducir (las campanas de la iglesia le salvan de la aberraci¨®n). Al ga?¨¢n le paga bastante, al parecer. Pero el dinero huele al peculiar perfume de la nueva lady Chatterley, de la nueva se?orita Julia; con esos mismos billetes, el ga?¨¢n, que tiene algunas aspiraciones culturales, paga al maestro del pueblo que le da clases nocturnas; el maestro tiene un olfato privilegiado y el perfume es peculiar, porque lo invent¨® especialmente para ella Christian (??Qu¨¦ Christian??, ?Christian Dior, por supuesto?, se explica) y se da cuenta de todo.
Las orejas del lobo
De Santiago Moncada. Int¨¦rprees: Teresa Rabal, Manuel Tejada, Miguel Ayones, Antonio Iranzo. Escenograf¨ªa de Emilio Burgos. Direcci¨®n de Cayetano Luca de Tena.Estreno: teatro Lara, 30-9-1980.
El maestro es ¨¢crata. Odia a los ricos. Utiliza su descubrimiento como chantaje; quiere acostarse con Irene. S¨®lo, desde luego, para ejercer sobre ella una humillaci¨®n a la clase dominante -ya se sabe c¨®mo son los ¨¢cratas-; pero Irene no llega a eso: una cosa es la ninfoman¨ªa y otra el chantaje y la humillaci¨®n. Se lo cuenta todo a su marido. El matrimonio se rompe tras unas precisiones acerca de los abogados y la pensi¨®n alimenticia; Irene se queda sola en escena, bebe y llora, y suena al fondo el Claro de Luna. Tel¨®n.
Con esta atroz ideaci¨®n, Santiago Moncada ha creado una comedia en la que parece que no pasa nada: mon¨®tona, reiterativa, abundante de un di¨¢logo lleno de t¨®picos y lugares comunes, de ideas mostrencas. L¨¢stima de Teresa Rabal, con voz, dicci¨®n y presencia, diciendo aquellas cosas; l¨¢stima de Antonio Iranzo, en el ¨¢crata resentido y amargado. Pena de Miguel Ayones y de Manuel Tejada. Todav¨ªa sacan alg¨²n chispazo en alg¨²n momento, como en la escena conyugal de Teresa Rabal y Tejada.
L¨¢stima de Emilio Burgos, tan fino escen¨®grafo en otros momentos, y de Cayetano Luca de Tena, con tan importante pasado, metido en estas lides.
Babelia
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