El retorno de Nicholas Ray
Nicholas Ray, un hombre que a los sesenta a?os trataba de volver a hallar su identidad a las puertas de la muerte, hace cosa de un a?o, ha vuelto ante nosotros, no en su agon¨ªa filmada por Win Wenders, sino en su m¨¢s famoso filme: Johnny Guitar.Es este un relato del Oeste, un western particular, una historia de amor arrebatada, donde el Oeste sobra en realidad y en el que los conflictos se refieren, m¨¢s que a problemas de cosechas y ganados, a asuntos personales. Es una historia en la que los disparos aparecen borrados por los di¨¢logos, en la que las palabras tienen m¨¢s importancia que las balas. Su romanticismo, un tanto delirante, aceler¨® el amor de los adolescentes en los a?os cincuenta, anim¨® a los enemigos de McCarthy e hizo desempolvar a Freud para hacer luz sobre el duelo de sus antagonistas femeninas.
Johnny Guitar
Gui¨®n de Philip Yordan, seg¨²n la novela de Roy Chanslor. Fotograf¨ªa: Harry Stradling. M¨²sica: V¨ªctor Young, Director: Nicholas Ray. Int¨¦rpretes: Sterling Hayden, Joan Crawford, Mercedes McCambridge, Scott Brady, Ernest Borgnine, John Carradine. Western. EE UU, 1953. Local de proyecci¨®n: Alfaville 1.
Este western, realizado cuando ya poco se esperaba del g¨¦nero, lo es de ideas o, por mejor decirlo, de palabras, de frases, m¨¢s f¨¢ciles de recordar que el cromatismo detonante de sus im¨¢genes. Ajeno a la realidad, al menos a la realidad establecida, no s¨®lo en el color, sino en los decorados, es f¨¢cil preguntarse qu¨¦ hubiera sido de un tema as¨ª en manos de cualquiera de los directores cl¨¢sicos, rodando en este saloon decorado como un club social de cualquier urbanizaci¨®n serrana y dominguera; animado por una Joan Crawford disfrazada de pistolero travestido, tan poco convincente como su rival, reprimida y puritana, o el chal¨¦-refugio a la Wright, refugio de la banda, y su portal en forma de cascada. Lo que Ford o cualquier otro especialista nos hubiera ofrecido servir¨ªa para darnos la clave de la distancia entre un falso cuento del Oeste y un western verdadero. Este, hoy por hoy, m¨¢s all¨¢ de su ¨¦xito comercial inesperado, se ha transformado en una historia para intelectuales irredentos, es decir, para amigos y estudiosos del cine. No en balde los cineastas franceses, el ?no va m¨¢s? de la vieja nueva ola, le han dedicado secuencias o alusiones en sus obras, convirti¨¦ndole a la larga en un mito pol¨ªtico-po¨¦tico. El mito est¨¢ aqu¨ª, con su sabor a viejo teatro, en el que incluso los exteriores evidencian su condici¨®n de tales y el viento se adivina empujado por poderosos impulsos mec¨¢nicos. Todo el encanto de la historia reside, como en el cine de su ¨¦poca, en la capacidad de ilusi¨®n de los espectadores; quiz¨¢ por ello perdure como su melod¨ªa, tantas veces repetida desde el instante en que el protagonista abraza en el final feliz a la que pudo ser y es, a la postre, perdida y encontrada compa?era. Su simbolismo pol¨ªtico de perseguidos y verdugos, ese especial crucigrama que, seg¨²n los ex¨¦getas del cine, debe el espectador rellenar con la ayuda de la historia, tiene su soluci¨®n en el perfil de unos a?os que hoy escapan para muchos. Para aquellos otros, aficionados al g¨¦nero, tras conocer su evoluci¨®n desde sus comienzos ¨¦picos a la violencia refinada, destilada seg¨²n modelos europeos, este Johnny Guitar quedar¨¢ como ejemplo particular de un cl¨¢sico anticl¨¢sico, en el que, por paradoja, cuenta m¨¢s que lo aut¨¦ntico su elemental y forzado barroquismo.
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