La comisi¨®n de Babel
Hace cuatro a?os, la Conferencia General de la Unesco, reunida en Nairobi, le pidi¨® a su director general, Amadou-Mahtar M'Bow, que emprendiera un estudio a fondo sobre la comunicaci¨®n y la informaci¨®n en el mundo contempor¨¢neo. El se?or M'Bow deleg¨® el espinoso mandato en una comisi¨®n de diecis¨¦is personas, escogidas por ¨¦l mismo seg¨²n su propio criterio, en distintos pa¨ªses del mundo, bajo la presidencia del honorable Sean Mac Bride, antiguo ministro de Relaciones Exteriores de Irlanda, premio Nobel, de la Paz y premio Lenin de la Paz, y quien -al margen de todo esto- ha venido haciendo una gesti¨®n silenciosa y vana para liberar a los rehenes norteamericanos en Teher¨¢n.Los miembros de esta comisi¨®n imprevisible no representaban a ning¨²n Gobierno ni a ninguna persona p¨²blica, ni privada, y no ten¨ªan que obedecer a nadie m¨¢s que a su propia raz¨®n. Adem¨¢s del presidente, hab¨ªa un norteamericano, un franc¨¦s, un zairota, un sovi¨¦tico, un indonesio, un tunecino, un japon¨¦s, un nigeriano, un yugoslavo, un egipcio, un holand¨¦s, un hind¨², dos latinoamericanos y s¨®lo una mujer sola, como siempre: Betty Zimmerman, de Canad¨¢. Uno de los dos latinoamericanos -para mal de mis d¨ªas- era yo.
La comisi¨®n trabaj¨®, durante los ¨²ltimos dos a?os en ocho sesiones n¨®madas: cuatro en Par¨ªs, una en Estocolmo, una en Dubrovnik, una en Nueva Delhi y una en Acapulco. Para m¨ª, que soy un cazador solitario de las palabras, escr¨ª bir un libro junto con otras quince personas, y adem¨¢s tan distintas, era una aventura inquietante. Result¨® ser la m¨¢s extra?a: nunca me hab¨ªa aburrido tanto ni me hab¨ªa sentido tan in¨²til; pero creo que nunca hab¨ªa aprendido tanto en tan poco tiempo. Al final, s¨®lo me qued¨® la amargura de no haber logrado demostrar que la telepat¨ªa, los presagios y los sue?os cifrados son medios de comunicaci¨®n naturales que es necesario rescatar del oscurantismo cient¨ªfico.
La comprobaci¨®n terminante del drama de la comunicaci¨®n en este mundo, la tuvimos desde el primer d¨ªa en tomo de nuestra mesa. Nos entend¨ªamos en tres idiomas oficiales -ingl¨¦s, franc¨¦s y ruso-, pero la mayor¨ªa pens¨¢bamos en nueve lenguas maternas, algunas tan extra?as como el bahasa, que es una de las incontables de Ocean¨ªa; el swahili, que se sigue hablando en muchos pa¨ªses de Africa, y el hindi, que es uno de los doce idiomas oficiales y los ochocientos dialectos de la India. Michio Nagal, el miembro japon¨¦s de la comisi¨®n, sinti¨® una alarma leg¨ªtima cuando se encontr¨® ha blando en ingl¨¦s con Moclitar Lubis, el miembro indones¨ªo, que naci¨® a pocas horas de vuelo del Jap¨®n, y en la misma orilla. ?El imperio romano contin¨²a?, protest¨® Nichio Nagai. Con igual derecho hubi¨¦ramos podido pro testar los dos latinoamericanos. En efecto, el rozagante y tenaz Juan Somav¨ªa, que es chileno, hablaba siempre en ingl¨¦s durante las sesiones, y yo lo escuchaba en franc¨¦s por el sistema de traducci¨®n simult¨¢nea. Aunque las int¨¦rpretes eran eficaces y bellas en sus jaulas de vidrio, yo ten¨ªa la impresi¨®n de entender todo lo que los otros dec¨ªan, pero no lo que pensaban.
Lo ¨²nico en que todos estuvimos de acuerdo desde el principio, fue en la certidumbre de que el flujo de la informaci¨®n de este mundo circula en un solo sentido: -de los m¨¢s fuertes hacia los m¨¢s d¨¦biles. La mayor¨ªa pens¨¢bamos -y yo lo sigo pensando- que la informaci¨®n y la comunicaci¨®n se han convertido en instrumentos de dominio de los pa¨ªses ricos sobre los pa¨ªses pobres, y esto causa otra desigualdad universal que es necesario coriregir. En los dos extremos del dilema, por supuesto, se encontraban el colega de Estados Unidos y el colega de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
El norteamericano era Elie Abel, un gringo inteligente y cordial, que durante muchos a?os fue decano de la escuela de periodismo de Columbia University, considerada la mejor del mundo. El sovi¨¦tico era el director de la agencia Tass, Sergei Losev, cuyo estado de tensi¨®n permanente le imped¨ªa parecer tan simp¨¢tico y con tanto sentido del humor como lo era en realidad. Para Abel era imposible concebir cualquier intento de intervenci¨®n estatal en la informaci¨®n. Para Losev era imposible concebir la m¨¢s m¨ªnima intervenci¨®n privada. El jam¨®n de este sandwich sin soluci¨®n ¨¦ramos los nativos del Tercer Mundo. Unos y otros parec¨ªamos convencidos de la urgencia de democratizar la informaci¨®n; pero era evidente que, alrededor de la mesa, hab¨ªa diecis¨¦is maneras distintas de entender la democracia.
El resultado no pod¨ªa ser otro: un informe de compromiso, que el se?or M'Bow entreg¨® la semana pasada a la Conferencia General de la Unesco, reunida esta vez en Belgrado. "No es un trabajo sistem¨¢tico en la exposici¨®n de los diferentes, temas que aborda, y a veces le falta un estilo plenamente coherente y met¨®dico" como lo dejamos establecido en una nota personal los dos inierribros lat¨ªn oamericanos. Pero, con todos sus defectos y sus enormes posibilidades de controversia, es el mejor informe posible sobre el drama de la comunicaci¨®n sin regreso y la informaci¨®n pervertida en esta olla de grillos can¨ªbales del mundo contempor¨¢neo. No es, no pod¨ªa ser, ni pretend¨ªa serlo, una f¨®rmula m¨¢gica para salvar el alma, sino una gu¨ªa espiritual para santos y forajidos. Su validez tendr¨¢ que ser distinta fe acuerdo con quien la lea, y seg¨²n su tiempo y su lugar. A fin de cuentas, la dernocracia es urgente en todas partes; pero no ser¨¢ igual en ninguna, tal como lo sent¨ªamos de diecis¨¦is maneras distintas en aquellas jornadas quim¨¦ricas de nuestra mesa de Babel.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.