Necesidad de una nueva pol¨ªtica bibliotecaria
Mala suerte ha tenido en Espa?a la biblioteca p¨²blica, instituci¨®n que brot¨® al mediar el siglo XIX en el mundo occidental, como con secuencia del desarrollo industrial, de la extensi¨®n de la ense?anza a capas cada d¨ªa m¨¢s amplias de la sociedad y de la aparici¨®n de las ideas democr¨¢ticas.Hay un mal de origen en el nacimiento de nuestra organizaci¨®n bibliotecaria, que no surgi¨®, como en los pa¨ªses anglosajones, para satisfacer las necesidades de conocimiento y recreo de la poblaci¨®n en los m¨¢s bajos niveles econ¨®mico y de educaci¨®n, sino para conservar antiguos y valiosos libros que, a causa de leyes desamortizadoras del siglo XIX, hab¨ªan quedado expuestos al robo y a la destrucci¨®n.
Para evitar su p¨¦rdida se cre¨®, en 1856, la Escuela de Diplom¨¢tica, y dos a?os m¨¢s tarde, la organizaci¨®n bibliotecaria espa?ola y el cuerpo facultativo de archiveros y bibliotecarios encargado de regirla. La formaci¨®n human¨ªstica que impart¨ªa la escuela, coincidente con la tem¨¢tica de los libros que hab¨ªan ido a parar a las pocas bibliotecas existentes o a las nuevas provinciales que se hab¨ªan creado, insensibiliz¨®, en general, a los bibliotecarios durante muchas d¨¦cadas en relaci¨®n con las demandas de las clases populares. Es la mentalidad denominada menendezpelayista, porque contribuy¨® a su continuidad el deslumbramiento que la fuerte personalidad de Men¨¦ndez Pelayo produjo en los m¨¢s ilustres bibliotecarios durante los trece a?os en que fue su jefe.
Pero hubo en Espa?a otra corriente de pensamiento bibliotecario, la popular, que ya aparece en Ruiz Zorrilla (1869) cuando declaraba que el afianzamiento de la libertad estriba en el robustecimiento de la inteligencia del pueblo, y que conseguirlo supone la extensi¨®n de la ense?anza y la creaci¨®n de bibliotecas populares. Es una idea guadiana, que se ocult¨® algunos a?os y rebrot¨® en la segunda d¨¦cada de este siglo con los ministros liberales de Canalejas (Jimeno y Alba).
La misma idea volvi¨® a resurgir al llegar la Rep¨²blica, en las bibliotecas de misiones pedag¨®gica y en las municipales iniciadas por la Junta de Intercambio y, despu¨¦s de la guerra civil, inspir¨¢ndose en los destruidos ateneos obreros de Asturias, dio origen a los centros coordinadores de bibliotecas, que facilitaron en los treinta y tantos a?os ¨²ltimos el acceso al libro a bastantes habitantes de los medios rurales, gracias al entusiasmo de un grupo de bibliotecarios con m¨¢s sentido de la solidaridad social que recursos econ¨®micos.
Parec¨ªa que en nuestros d¨ªas el cambio de r¨¦gimen traer¨ªa un desarrollo espl¨¦ndido de las bibliotecas p¨²blicas, como hab¨ªa sucedido cuando se proclam¨® la Segunda Rep¨²blica, porque los partidos pol¨ªticos tienen muy desarrollada la sensibilidad social y desean mejorar la calidad de vida y la capacidad intelectual, especialmente de las personas que integran los estratos m¨¢s necesitados. Sin embargo, no ha sido as¨ª y nuestras bibliotecas siguen languideciendo, como si en el pa¨ªs no hubiera pasado nada.
Papel de los partidos
Probablemente no todo es culpa de los partidos pol¨ªticos, que no han prestado en sus programas atenci¨®n suficiente a la lectura p¨²blica. Pero su proceder es explicable por el hecho de que el pueblo no muestra por ella un inter¨¦s similar al que siente por la ense?anza formal que proporciona t¨ªtulos acad¨¦micos o por contemplar en la televisi¨®n un partido de f¨²tbol o las peripecias de un gran relato.
Este desinter¨¦s; puede deberse al escaso desarrollo del h¨¢bito de frecuentaci¨®n de las bibliotecas, consecuencia de una deficiente formaci¨®n educativa, de la falta de bibliotecas y de defectos de organizaci¨®n de las existentes.
No bastar¨¢n, pues, los recursos econ¨®micos, por muy generosos que sean. Hace falta una nueva mentalidad, una tercera etapa en el pensamiento bibliotecario espa?ol que evite la imposici¨®n de gustos obsoletos o la oferta de informaci¨®n no pertinente.
Es ya urgente que bibliotecarios y pol¨ªticos, en estrecha colaboraci¨®n, y despu¨¦s de o¨ªr a los lectores, elaboren una pol¨ªtica bibliotecaria ¨¢gil e imaginativa, pues ser¨ªa realmente triste que en la descentralizaci¨®n inmediata de las bibliotecas p¨²blicas, que, en principio, debe favorecer la adecuaci¨®n de los fondos bibliogr¨¢ficos al gusto, capacidad y necesidad de los lectores, perduraran los viejos vicios paternalistas y que los responsables de los servicios bibliotecarios en los Gobiernos auton¨®micos sintieran la tentaci¨®n de obrar como r¨¦gulos dictando cu¨¢les son los libros buenos y los malos.
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