"Papillon" Klee y Mozart
Adolfo Su¨¢rez, que hoy debe leer novelas de Marcial Lafuente en el retiro preprimaveral de Contadora, se jactaba, mientras se hallaba en el ejercicio silencioso del poder, de ocupar sus horas ociosas con la lectura de las aventuras de Papill¨®n, aquel personaje que daba la mano fl¨¢cida y la voz quebrada a los reporteros espa?oles de la predemocracia.Manuel Fraga Iribarne, que lee como Kennedy, pero de pie, obras de literatura hist¨®rica que apoyan sus tesis, de modo que deja a un lado aquellos elementos de la vida intelectual que podr¨ªan cambiarle de car¨¢cter, dec¨ªa hace unos d¨ªas, en el programa televisivo De cerca, de Jes¨²s Hermida, que abandonaba las pel¨ªculas antes que ¨¦stas acabaran, porque tampoco era cosa de dedicar al cine el tiempo que ¨¦ste predestinara..
Ayer inauguraron en la Fundaci¨®n March una importante exposici¨®n de la obra completa de Paul Klee, uno de los grandes artistas de este siglo. Por fortuna para este pa¨ªs, son millares de personas los que acuden cada d¨ªa a acontecimientos de este car¨¢cter.
Aparte de los pol¨ªticos directamente obligados, por su condici¨®n administrativa, a acudir a hechos de este car¨¢cter, pocos se sienten impelidos a abandonar su sill¨®n para sancionar con su presencia la importancia que tiene para Espa?a la consolidaci¨®n de un cierto renacimiento cultural.
No es bueno o¨ªr ejemplos ajenos, porque este pa¨ªs es ancho y propio. No conviene olvidar, sin embargo, que, en Francia, De Gaulle, Pompidou y Giscard han hecho lo posible por acoger en su seno presidencial la asesor¨ªa de la inteligencia; en el Reino Unido, la Thatcher contrarresta la sabidur¨ªa intelectual de su oponente laborista Michel Foot con la presencia entre sus asesor¨ªas culturales de personajes como Hugh Thomas o Norman St. John Stevas; y en M¨¦xico, por darle a esta nota un aire latinoamericano, hacer cultura convierte la c¨¦dula de identidad en un pasaporte diplom¨¢tico de primera magnitud.
En Espa?a ocurre al contrario: ocuparse de la cultura sigue siendo desaconsejado por los que cuidan la imagen; intervenir en la cultura, participar de ella, resulta un peligro, cuando no una frivolidad.
Es temible. Vivimos en tiempos temibles. Hace unos d¨ªas, cuando se produjo iin voraz incendio en Barcelona, el alcalde de, la Ciudad Condal fue hallado disfrutando de un concierto musical. Un periodista producci¨®n art¨ªstica de quien, junta le record¨® anteayer el incidente; le pregunt¨® el informador al edil, poco m¨¢s o menos, c¨®mo consegu¨ªa tiempo para tales menesteres, y Narc¨ªs Serra, que as¨ª se llama el alcalde barcelon¨¦s, como todo el mundo sabe, manifest¨® una reflexi¨®n reveladora: ?Aquellas personas que dicen que su dedicaci¨®n pol¨ªtica les impide acudir al encuentro de su familia, a un concierto a una exposici¨®n me parecen realmente temibles?.
El presidente del Gobierno actual dice arriar a Mozart. Fran?oise Sagan se preguntaba qui¨¦n amaba a Brahms; Calvo Sotelo le ha dado una respuesta esquinada, pero v¨¢lida. Es mejor amar a Mozart que amar a Papill¨®n, dicho sea con el debido respeto para Mozart. Deseemos que el amor a Mozart se traduzca en sucesivos presupuestos y en la adecuada presencia pol¨ªtica en la vida cotidiana de una cultura desasistida y perturbada por la nada m¨¢s miserable.
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