Curro par¨® el tiempo
En Madrid, los relojes no marcan la hora. Se han parado a las ocho y media de la tarde de un mi¨¦rcoles de lluvia que pasar¨¢ a la historia. A la historia de la tauromaquia, por supuesto, pero tambi¨¦n a la historia de esta villa y corte. Aqu¨ª, a esa hora de ese d¨ªa, en la barriada de Las Ventas del Esp¨ªritu Santo, Curro Romero volvi¨® a inventar el toreo.Por esta plaza y por esta feria lian pasado gentes de seda y oro de todos los colores, de todas las hechuras, de todos los gustos y de todas las artes, pero el toreo lo ha hecho Curro. El toreo es Curro. La inspiraci¨®n brot¨® en el cuarto de la tarde, sobre un suelo h¨²medo, parcheado de serr¨ªn. No se sabe c¨®mo brot¨®. El toro era una mole de 638 kilos que hab¨ªa derribado tres veces y hab¨ªa rajado las tripas a un caballo. Era un toro, nadie pod¨ªa dudarlo.
Plaza de
Las Ventas. Vig¨¦sima corrida de feria. Cuatro toros de Juan Andr¨¦s Garz¨®n, de gran trap¨ªo, con poder y manejables. Quinto y sexto de Juan Pedro Domecq, el quinto muy bravo, el sexto manso, ambos muy bien presentados. Anto?ete: tres pinchazos, estocada trasera, rueda de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al iercio). Lesionado, pas¨® a la enfermer¨ªa, de donde no volvi¨® a salir. Curro Romero: dos pinchazos, media estocada tendida baja y estocada (pitos). Tres pinchazos, otro hondo, estocada contraria perdiendo la muleta, aviso Y siete a descabellos (clamorosa vueltaalruedo). Pinchazo hondoydosdesabellos (palmas). Rafael de Paula: cuatro pinchazos y bajonazo descarado (divisi¨®n y saludos). Siete pinchazos y bajonazo (pitos). Lleno. A causa de un fort¨ªsimo aguacero, la lidia se interrumpi¨® durante cerca de media hora, despu¨¦s de arrastrado el segundo toro.
Debieron cruzarse Saturno con Marte, y el plenilunio y un, apunte de aurora boreal. Alg¨²n extra?o fen¨®meno de la naturaleza debi¨® ser. Pero es el caso que el milagro se produjo. Y Curro construy¨® la faena cumbre que este p¨²blico ven¨ªa esperando, que este p¨²blico hab¨ªa so?ado cuando el diestro en cien tardes atr¨¢s, cien, garabateaba el apunte de su sentimiento. Esa faena la llevaba en el coraz¨®n.
El torero se doblaba con el toro, cimbreaba la cintura en la pincelada exquisita del derechazo, embarcaba al natural con caricia de terciopelo. Y el ayudado. Y el pase de pecho en amalgama de hondura y arte. Y la serenidad de aguantar un par¨®n con los pitones a cent¨ªmetros de los muslos. Y el rodillazo en tierra para enroscar al toro en seguimiento del enga?o. Y la muleta en la izquierda otra vez para el natural hondo. Y el trincherazo de nuevo. Y el quiquiriqu¨ª. Y el pase de la Firma. Y el flamear escarlata en el cambio de mano. Y volv¨ªa el toro al enga?o, prendido en sus vuelos. Armon¨ªa, cadencia, embrujo.
Decir del alboroto que se produjo en la plaza es no decir nada. Qui¨¦n enronquec¨ªa con los ol¨¦s, qui¨¦n se echaba las manos ala cabeza qui¨¦n daba saltos de j¨²bilo, qui¨¦n lloraba, qui¨¦n tiraba besos, y all¨ª era la locura.
El acero pinchaba de cualquier forma al toro, son¨® un aviso, pero ni el propio torero pod¨ªa desgarra con sus horrendos mandobles la tauromaquia que hab¨ªa vuelto a inventar. Los relojes de Madrid se hab¨ªan parado a esa hora. El latido de la ciudad detuvo su ritmo. Un ¨¢ngel bendijo la villa y corte para que en ella se consumara el prodigio.
Al toro le dieron la vuelta al ruedo, aunque no hab¨ªa sido bravo, pues de sus brutales tarascadas sal¨ªa suelto, Bravo de verdad fue el siguiente, un precioso colorao, cornal¨®n y astifino de Juan Pedro Domecq, que se arranc¨® desde muy lejos al caballo, le derrib¨® y, ence lado con ¨¦l, no pod¨ªan quitarlo ni con el coleo. Con este toro se descar¨® Curro en las ver¨®nicas aguantando la fort¨ªsima y codiciosa embestida. Lleg¨® congestionado a la muleta y no ten¨ªa un pase. Curro le porfi¨®, con finura metido entre los pitones. En el otro toro que le correspondi¨® -segundo de la tarde- estuvo voluntarioso con capote y muleta. Se le vela muy decidido, intent¨® todas las suertes, pero pocas le salieron bien. Era un Curro cualquiera. No era el Curro de la gloria infinita que llegar¨ªamos a ver despu¨¦s.
Torer¨ªa de la mejor ley exhibi¨® Antofiete en el toro que abri¨® plaza, tanto en los lances de capa como al pasarlo de muleta. Las dobladas, ya en los medios, poseyeron enjundia e hicieron restallar los ol¨¦s. Luego dio distancia y traz¨® series en redondo y trincherazos de impresionante empaque. La embestida era fuerte, y la calidad de los pases baj¨® en el toreo al natural, pero el conjunto de la faena, del m¨¢s puro clasicismo, tuvo el toque inconfundible de la maestr¨ªa. Anto?ete vive un oto?o fecundo.
Para el sue?o del arte estaba tambi¨¦n en el ruedo Rafael de Paula. Pero Paula, con el d¨ªa al rev¨¦s, no se sent¨ªa, trucaba las suertes de aflamencada afectaci¨®n. Los enga?os se le enmara?aban. Quer¨ªa ser ¨¦l, y le sal¨ªa su propia caricatura. En la tarde de toros cuajados, fuertes, nobles, el embrujo del toreo se le desvanec¨ªa. Era in¨²til que los buscara. Ese embrujo s¨®lo estaba en Curro. Y Curro hab¨ªa detenido el tiempo. Era el sino.
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