El cascaron vapor dentro
Cuentan que, al o¨ªr al loro, el gentilhombre espa?ol, reci¨¦n desembarcado en Am¨¦rica, hizo una profunda reverencia y dijo: ?Perdone vuecencia, yo cre¨ªa que era p¨¢jaro?. Ese contar tropical alberga, como germen sarc¨¢stico, el contrapunto chunguero a la imagen solemne de la conquista. Lo peligroso es cuando alguien, por amor a lo ins¨®lito o testimonial, cae en el arrebato de corto vuelo de dejar que sea el loro quien relate la historia. El dramaturgo Alberto Miralles, bienintencionado a la hora de querer demostrar que el descubrimiento de Am¨¦rica no fue sino un burdo espejismo para que los espa?oles se olvidasen de la dura realidad nacional, se mete en esa jaula sin salida, en la que el loro es el cronista desmitificador.As¨ª, a vista y pluma de loro, Col¨®n es evocado como un c¨¢ndido por naturaleza, convertido en astuto por necesidad. Tanto en la corte como en la nave, su histrionismo monocorde se encarga de hermanar los diferentes cambios de car¨¢cter: tarado, cobardica, afectado, megal¨®mano, hundido. La irreverencia papagayesca con la que se castiga tiene mucha sal gorda, hable a Dios por tel¨¦fono, pose para la c¨¢mara fotogr¨¢fica (como en la cena de Viridiana) o se tome por Shakespeare al preguntar en alta voz: ??Me llamo Crist¨®bal Col¨®n o soy Crist¨®bal Col¨®n??.
Isabel la Cat¨®lica es representada como una na?f levemente perversa, con Sara Montiel al fondo como modelo de vida. Fernando el Cat¨®lico va de lo testarudo a lo cruel con patines tamayescos. Marco Polo se lo monta de loca, siempre dispuesta a dar buenos consejos. Beatriz, el amor de Col¨®n, es Pili (Pilar Bayona), ta hermana de Mili. Los restantes personales son piezas de ajedrez, marinos, cortesanos, misioneros, nativos... Todos cantan y bailan bajo la lona circense, a pu?etazos de entusiasmo contra una sonorizaci¨®n hostil.
La propuesta de Alberto Miralles se desarrolla con pretendido aire festivo. Pero aburre. Se aspira a la parodia. Pero uno echa de menos la apolillada versi¨®n original del suceso. Se intentan analizar la clara real y la yema del almirante. Pero el cascar¨®n teatral qu¨¦dase dentro, invisible.
Al t¨¦rmino, el otro huevo de Col¨®n es m¨¢s trivial y tedioso que el que ya todos conoc¨ªamos. Le falta a esta obra el rigor y el empuje necesarios para competir con el mito. O, por lo menos, tal dosis de choteo que la tibieza se hiciera a?icos. En tal sentido, Col¨®n pudo descubrir a Mili al desembarcar en el Nuevo Mundo. Y al regresar a Espa?a, puesto que m¨¢s de una analog¨ªa con el presente queda esbozada en la pieza, en vez de traer metales preciosos y especias, nadie le imped¨ªa presentarse con Mar¨ªa Jes¨²s y sus pajaritos.
Pero el loro, a buen seguro, no quer¨ªa competencias voladoras. Y es una l¨¢stima que tanta abnegaci¨®n haya quedado arrasada por el capricho de un ave. Porque Isabel le dice al so?ador: ?Sois un espejismo para el pueblo?. Un loro menos l¨ªrico tendr¨ªa que decirle al final de esta farsa: ?Sois una pesadilla?.
No obstante, la noche del estreno un espectador se ri¨® mucho cuando una nativa repet¨ªa sin cesar: ?Creo en Dios Padre?. Luego, al bajarse el inexistente tel¨®n, hubo abundantes aplausos.
Babelia
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