La paz
La paz se organiza por s¨ª sola, como el buen tiempo, y vivimos estos d¨ªas con mayor fruici¨®n, en Madrid, las aglomeraciones madrep¨®ricas de la paz, fiestas, reuniones, c¨®cteles, mesas culturales, mesas redondas (que siempre son cuadradas), porque el rev¨¦s de la violencia amagada nos lleva a justipreciar la paz reconquistada y en peligro. En el almac¨¦n de maniqu¨ªes de Ram¨®n Areces hemos hecho un ensayo de convivencia necesaria, recibidos en el ascensor por un maniqu¨ª con peluca de cobre, mujer desnuda de pl¨¢stico, y all¨ª, en el estudio/taller, en el empadronamiento desvalido y desvestido de las mu?ecas averiadas por el trabajo, como mujeres, de las mujeres averiadas por el tiempo, como mu?ecas, se ha desencadenado dulcemente la voluntad de paz y di¨¢logo de un pueblo natural muy proclive a olvidarse de guerracivilismos enfanatizados.Luis Berlanga, Garc¨ªa Rico, Sisita Milans del Bosch, Beatriz de Moura, Antonio Colodr¨®n, Michi Panero, Marisa de Borb¨®n, P¨¢ramo, Casado, Gregorio Prieto, Luis Antonio de Villena, Agust¨ªn Tena-Ybarra, Isabel Mara?¨®n y tanta gente. Qu¨¦ pronto se recompone el tejido social tras cada sobresalto psicol¨®gico. Es como la herida de un enfermo sano, que enseguida se seca. La textura social, esa cosa tect¨®nica que uno gusta de verificar todos los d¨ªas, se entreteje de nuevo, f¨¢cilmente, en la convocatoria del crep¨²sculo. Esto me hace pensar que el pueblo passa de rollo, como han pasado en Polonia, que los violentos se quedan solos -ay de los solos- cuando la gente quiere paz en paz.
Hablamos de erotismo a prop¨®sito de un libro m¨ªo, La bestia rosa. El erotismo es el momento peligroso de la sexualidad, como el lirismo es el momento peligroso de la escritura, como el misticismo es el momento peligroso de la fe. Pero la autoridad competente (o la incompetente que ni siquiera es autoridad) no debe entender esa peligrosidad metaf¨ªsica como Peligrosidad Social.
S¨®lo la inquisici¨®n, antes, y Robles Piquer, ahora, lo han entendido -desentendido- as¨ª. Cenamos en El Circo, calle Ortega y Gasset, sitio grato y nuevo donde el erotismo/ludismo d¨¦la comida (del que paso bastante) se hace extensivo a la m¨²sica (piano de Antonio Mach¨ªn) y la convivencia. Qu¨¦ vocaci¨®n de paz en este pueblo tan sometido a guerra psicol¨®gica. Bailamos en Joy Eslava, donde Rosa Garc¨ªa, mujer del espect¨¢culo, ha reunido a sus gentes: Pepe Mart¨ªn, Charo L¨®pez, Charo Soriano, Emilio Guti¨¦rrez-Caba, Ana Garc¨ªa-Obreg¨®n, deliciosa de prisa y minifalda. Viene Beatriz Escudero y me ofrece su nombre y su danza (un preso de Carabanchel me dio hace poco recuerdos para ella). Esta mujer bailando, abierta en el doble gajo de sus neonov¨ªsimos senos, en la doble llama de sus pies descalzos, es el erotismo/ ludismo frente al paludismo de la violencia, la fuerza y el apotegma cruento que quieren imponernos quienes se niegan su propia libertad. Ignacio Yraola, de madrugada, me ha dejado en casa uno de sus cuadros m¨¢s meditados, trabajados e ironizados. En Yraola, las cosas viejas se redimen por el humor y la ternura del artista, que reflorece de titanlux viejos muebles del Rastro, muebles que ya van solos a su casa para salvars.e de imaginaci¨®n, como en Duchamp o Ducasse. Qu¨¦ riqueza creadora, qu¨¦ amor por lo de uno en cada tregua entre golpe y golpe psicof¨¢ctico. Qu¨¦ sano este tejido nacional, siempre recomponi¨¦ndose a s¨ª mismo, tan inventivo.
La larga noche me deja, como met¨¢fora blanca en la memoria, el baile jovenc¨ªsimo de Beatriz Escudero, nuevas generaciones descalzas que en ella- bailan, viven, ilustrando la paz, enriqueci¨¦ndola, como respuesta clara, involuntaria, al mensaje polaco de JaruzeIski, simult¨¢neo y contrario a la danza pagana de la democracia.
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