Kant en Madrid
Corr¨ªa el a?o 1897. Un grupo de ilustres representantes de la filosof¨ªa acad¨¦mica de Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Estados Unidos fundan la revista Kantstudien, que hasta hoy ha mantenido su prestigio. Como muestra de la universalidad que habr¨ªa alcanzado el pensamiento de Kant, se preparan algunos trabajos sobre su recepci¨®n en los distintos pa¨ªses europeos. Para aquellos buenos se?ores la frontera entre la "civilizaci¨®n" y la "barbarie", entre las naciones fuertes y, las destinadas a ser colonizadas, pasaba por el conocimiento de la filosof¨ªa y de las ciencias modernas, en las que Kant constituir¨ªa su eje central.El se?or Lutoslawski se encuentra en Madrid con el encargo de preparar un art¨ªculo sobre la repercusi¨®n de Kant en Espa?a. Su pretensi¨®n es modesta: elaborar una lista de las publicaciones espa?olas sobre Kant aparecidas a lo largo del siglo XIX. El gusanillo de saberse pionero en campo nuevo de investigaci¨®n no le deja tranquilo: en efecto, nadie en la lejana Alemania sabe nada del destino que Kant haya tenido en Espa?a.
A los pocos d¨ªas, la realidad bibliotecaria de nuestro pa¨ªs le convence de lo imposible de la empresa. En Espa?a no se han confeccionado bibliograf¨ªas generales ni especializadas y mucho menos sobre un tema tan concreto. Los ficheros por materias resultan inservibles; pero su asombro no tiene l¨ªmites cuando comprueba que la Biblioteca Nacional, que le han asegurado que es la mejor de Espa?a, ¨²nicamente posee, de la variada y extensa obra de Kant, un ejemplar de la Cr¨ªtica de la raz¨®n pura de 1794. Las obras de Kant en su lengua original no hubo modo de localizarlas, ni en la biblioteca de la universidad, ni en la del Ateneo, ni en las dem¨¢s bibliotecas p¨²blicas. Todo lo m¨¢s, alguna traducci¨®n al franc¨¦s, o incluso del franc¨¦s al espa?ol.
El se?or Lutoslawski no se decide a regresar a Alemania con la inveros¨ªmil o escalofriante noticia de que Kant no habr¨ªa atravesado los Pirineos. Se le ocurre pensar que tal vez la indigencia p¨²blica no fuese necesariamente se?al de colectiva ignorancia: bien quedar¨ªamos los espa?oles si alguien supusiese que todo lo que no se encuentra en nuestras bibliotecas lo desconocen nuestros sabios profesores. Para encontrar a Kant en Madrid, seguro que es m¨¢s pr¨¢ctico preguntar por ¨¦l a algunas personas que, por la funci¨®n que desempe?an o el prestigio que gozan, es de dominio p¨²blico que le conocen. Se convirti¨® as¨ª el rat¨®n de biblioteca en entrevistador extempor¨¢neo.
En el informe que Lutoslawski escribi¨® de su viaje justifica tan peculiar modo de proceder, insinuando mal¨¦volamente y sin menor fundamento que los espa?oles no gustan de leer ni de comunicar por escrito el resultado de sus cavilaciones; todo lo que aprenden lo hacen de o¨ªdo, y tambi¨¦n verbalmente vuelven a transmitir su sapiencia. De ah¨ª que recomendase al que quisiera indagar lo que ocurre en cualquier ¨¢mbito, o busque a cualquier persona, incluso si se trata de Kant, no pierda el tiempo en las bibliotecas, pocas, vac¨ªas y destartaladas, sino lea la Prensa y, sobre todo, acuda a los mentideros de moda.
En la universidad un bedel le informa que, efectivamente, existe en Espa?a la filosof¨ªa, y a¨²n Madrid tiene dos catedr¨¢ticos que "imparten la asignatura". Ayudado de una peque?a propina, averigua el domicilio particular de los dos catedr¨¢ticos, con los que concierta una cita. Primero visita al profesor Ort¨ª y Lara, que vive en la calle de Jorge Juan, 23, piso principal. Se presenta d¨¢ndole noticia de la aparici¨®n de una nueva revista filos¨®fica en Alemania dedicada por entero a los estudios kantianos, y pone especial ¨¦nfasis en el inter¨¦s que tiene el mundo acad¨¦mico alem¨¢n por conocer la influencia que Kant haya podido ejercer en Espa?a. Cuando Ort¨ª y Lara se recupera de su asombro, le recrimina tan vana curiosidad. No siente la menor inclinaci¨®n por esta man¨ªa, por lo dem¨¢s tan germ¨¢nica, de confeccionar bibliograf¨ªas. A ¨¦l s¨®lo le atrae la filosof¨ªa original, la que produce cada individuo con su fuerza creadora. "Mire usted: el interesarse por comentarios de un fil¨®sofo ajeno me parece tan rid¨ªculo como coleccionar fotograf¨ªas de una misma obra de arte". En vano intenta el b¨¢rbaro del norte convencerle de las virtudes de la historia de la filosof¨ªa, pero al no descubrir en el horizonte ning¨²n punto de acuerdo posible, le ruega le d¨¦ por lo menos, algunos nombres de fil¨®sofos espa?oles que hayan trabajado alg¨²n aspecto de la obra de Kant. Tan indiscreta pregunta levanta la natural indignaci¨®n en el catedr¨¢tico espa?ol. C¨®mo se atreve a proponerle que, con semejantes informaciones, contribuya a extender un pensamiento de suyo reprobable y perjudicial. Bastante mal hab¨ªan producido ya los errores modernos para que ¨¦l le diera la menor pista sobre los pocos descarriados que en Espa?a cultivan la filosof¨ªa kantiana.
Al d¨ªa siguiente, Lutoslawski se acerca a la casa de don Nicol¨¢s Salmer¨®n, en la calle de Montalb¨¢n, n¨²mero 5. Sobre Salmer¨®n hab¨ªa obtenido los mejores informes, una verdadera figura nacional, gran tribuno, parlamentario, abogado en ejercicio, catedr¨¢tico de metaf¨ªsica en sus ratos libres, que incluso hab¨ªa llegado en 1873 a ocupar, por pocos meses, la presidencia de la Rep¨²blica. Nadie tan polifac¨¦tico se conoc¨ªa en Alemania. Despu¨¦s de esperar larga antesala, don Nicol¨¢s se disculpa alegando sus muchas ocupaciones; pero con una sonrisa tan cordial, que el visitante se atrevi¨® a preguntarle las razones por las que ejerc¨ªa tres profesiones a la vez. "Lamentablemente, no puedo abandonar ninguna. Mi actividad pol¨ªtica nace de un compromiso moral irrenunciable; mi despacho de abogado me da para vivir y la c¨¢tedra es mi verdadera vocaci¨®n, pero con 6.000 pesetas de sueldo anual, habr¨ªa que unirla a los votos de castidad y de pobreza". Salmer¨®n no tuvo ning¨²n reparo piara confesarle que hab¨ªa le¨ªdo poco a Kant, siempre en franc¨¦s, y que dudaba viviese alguien en Madrid que lo hubiese le¨ªdo en su lengua original. Aunque reconoc¨ªa la importancia de Kant, tambi¨¦n era consciente de sus graves errores, como diferenciar el fen¨®meno de la cosa en s¨ª, y como su visitante, apoy¨¢ndose en este juicio, lo tildase a la ligera de positivista, Salmer¨®n elev¨® la voz, diciendo que no se dejaba encajar en ning¨²n ismo -"maldita costumbre germ¨¢nica esta de clasificar a la gente como a mariposas"-, que su filosof¨ªa era suya y muy personal, y que si se empe?aba en llamarla de alguna forma, podr¨ªa denominarla monismo. Salmer¨®n empez¨® a explicar con gran detenimiento, aunque no mucha claridad, qu¨¦ entend¨ªa por monismo, pero un correligionario entr¨® exigiendo apresuradamente su presencia. "Qu¨¦ sentido tan raro tienen estos fil¨®sofos espa?oles de los verdaderos valores", pensaba Lutoslawski, cuando qued¨® estupefacto al escuchar de don Nicol¨¢s que la guerra de Cuba no iba bien y que en estos ¨²ltimos d¨ªas hab¨ªan crecido los rumores de golpe militar.
En el Ateneo le recomendaron visitase a don Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo, si lo que realmente quer¨ªa hacer es una lista bibliogr¨¢fica, porque, en trat¨¢ndose de libros, don Marcelino lo sab¨ªa todo. Men¨¦ndez y Pelayo recibi¨® a Lutoslawski en la Academia de la Historia, y, en efecto, por vez primera no qued¨® defraudado. Por fin alguien le daba una respuesta concreta a una pregunta concreta. Don Marcelino le asegur¨® que se hab¨ªa publicado un trabajo muy interesante sobre Kant en el Memorial Literario, no recordaba el autor ni el a?o, pero ten¨ªa que ser entre 1784 y 1800. En la Biblioteca Nacional, nuestro hombre recorri¨® cuidadosamente 39 vol¨²menes del Memorial Literario, entre 1784 y 1797, sin encontrar la menor referencia a Kant. Seguro que el art¨ªculo que le hab¨ªa indicado Men¨¦ndez y Pelayo se encontraba en alg¨²n volumen posterior, pero, desgraciadamente, ni en la Biblioteca Nacional ni en ninguna otra biblioteca madrile?a pudo encontrar un solo n¨²mero posterior a 1797. Un bibliotecario del Senado le asegur¨® incluso que en aquella fecha hab¨ªa dejado de publicarse la revista.
Lutoslawski regres¨® a Alemania sin la deseada bibliograf¨ªa, pero con una enorme duda. Entre las muchas y siempre muy cari?osas personas que conoci¨® en Madrid la que m¨¢s le impresion¨® fue don Francisco Giner de los R¨ªos, catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho, dedicado por entero a la ense?anza, que adem¨¢s conoc¨ªa el alem¨¢n.
Pues bien, este hombre inteligente, abierto, trabajador, se refer¨ªa continuamente a Krause, un kantiano casi desconocido, sin haber llegado, aunque no hubiese sido m¨¢s que por el af¨¢n de conocer a los precursores del maestro, a estudiar a Kant a fondo. ?Por qu¨¦?
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