El mapa salvadore?o est¨¢ sembrado de pueblos fantasmas
El mapa salvadore?o est¨¢ sembrado de pueblos fantasmas que la guerra ha ido vaciando, cada cual con su historia de muertes, a menudo colectivas. En esos pueblos abandonados, la guerrilla ha instalado sus campamentos S¨®lo se dejan cuando el Ej¨¦rcito golpea con todo y, aun entonces, para regresar apenas se retiran los soldados. Uno de ellos est¨¢ en la antigua colonia Catorce de Julio, a la altura del kil¨®metro 83 de la carretera del litoral. Un jeep militar quemado y las siglas del FMLN (Frente Farabundo Mart¨ª para la Liberaci¨®n Nacional) sobre la calzada avisan que este es territorio de combate.
La voz de "alto" surge autoritaria a la derecha, entre los ¨¢rboles que bordean el camino de tierra. A¨²n no se ve a nadie cuando se oye, inconfundible, el chasquido del fusil al meter una bala en la rec¨¢mara Con su G-3 de fabricaci¨®n alemana, se deja ver al fin un muchacho de unos quince a?os, con el rostro cansado por la larga guardia de veinticuatro horas que est¨¢ a punto de terminar.La carretera de asfalto queda apenas a quinientos metros. Una gran zanja impide el paso de veh¨ªculos por la vereda. Apenas a tres kil¨®metros escasos est¨¢ San Marcos Lempa, sin luz, con una guarnici¨®n militar acosada que no se atreve a abandonar el pueblo.
El joven guerrillero lleva una gorra verde con las siglas FMLN y FARN, la organizaci¨®n que dirige este campamento. "Nosotros somos carne de ca?¨®n", dice, no sin cierta amargura. En octubre se combati¨® duro aqu¨ª, despu¨¦s de que las cargas de dinamita de hasta quinientos cartuchos volaran el puente de Oro, sobre el r¨ªo Lempa
Fue una operaci¨®n bien ejecutada. M¨¢s de un millar de guerrilleros abrieron fuego contra las guarniciones que custodian el puente. Media noche se estuvo disparando, mientras abajo, en los pilares del puente, otros guerrilleros llega dos en lanchas colocaron la dinamita sin que nadie reparase en ellos. Cuando los soldados creyeron haber rechazado el ataque una enorme explosi¨®n hizo saltar el puente.
Un campamento guerrillero
Desde el primer puesto de guardia hasta el cuartel del olivar hay casi una hora de marcha r¨¢pida, a paso de campesino. El guerrillero abre camino. Seguimos en fila india. Debe haber minas. A los lados, campos de algod¨®n quemados. "As¨ª el Ej¨¦rcito no puede sorprendernos". El cuartel est¨¢ sobre una peque?a loma. Una bandera del FMLN, roja, ondea frente a una casa pintada ele un verde desva¨ªdo por la humedad, que por sus dimensiones, superiores a las de una vivienda campesina, debi¨® pertenecer a alg¨²n capataz. Aqu¨ª est¨¢ la comandancia.
La vida del campamento empieza temprano. No hacen falta cornetas para que todo el mundo (al menos 250 personas; de ellas, doscientos hombres) se levante a las cinco de la ma?ana. Mientras que las mujeres empiezan a preparar las tortas de ma¨ªz, los fr¨ªjoles y, a veces, el caf¨¦ del desayuno, los combatientes forman por pelotones para su hora diaria de entrena miento militar. "Hay que mantener una disciplina que nos mantenga siempre preparados". V¨ªctor, unos treinta a?os, uno de los veteranos, combatiente de la guerra con Honduras en 1969, es el estratega.
Reptar, atacar, defenderse en el cuerpo a cuerpo son algunos de los ejercicios, corno en cualquier ej¨¦rcito convencional. Las pr¨¢cticas de tiro son simuladas. Las balas de verdad, que no sobran, se reservan para el ene migo. Despu¨¦s viene el aseo en un peque?o r¨ªo que corre a pocos minutos del olivar. El nuevo m¨¦dico, Jorge, trata de imponer unas condiciones m¨ªnimas de higiene, siempre dif¨ªciles en este lugar. Despu¨¦s del desayuno, siempre con el mismo men¨², la vida del campamento se organiza como la de un peque?o pueblo. S¨®lo los fusiles, siempre al hombro, revelan la situaci¨®n de guerra.
Las mujeres, en la cocina
Las mujeres se mueven en torno a la cocina. "Se han hecho intentos por dividir el trabajo sin tener en cuenta el sexo, pero han fracasado". A la dieta permanente de ma¨ªz y fr¨ªjoles se ha a?adido hoy una raci¨®n de arroz; toda una fiesta. Los muchachos que salieron ayer a la carretera, como tantos d¨ªas, a pedir una contribuci¨®n a los viajeros que a¨²n se atreven a transitar por la carretera del litoral hacia Usulut¨¢n vinieron con unos sacos de arroz made in USA.
La dieta se completa con frutas que crecen en la zona, con alguna paloma que puede cazarse de cuando en cuando con tiragomas y con una especie similar al topo.
Grupos de guerrilleros desarman y limpian por en¨¦sima vez sus fusiles, antes de relevar a las guardias que se esparcen por todos los caminos en un radio de cinco kil¨®metros.
El curso diario de alfabetizaci¨®n, que dura una dos horas, es el esfuerzo m¨¢s duro para muchos de estos campesinos, que nunca fueron a la escuela. "Dej¨¦moslo para ma?ana", dicen ante una maestra que debe mostrarse inflexible. Algunos viejitos que viven en un caser¨ªo cercano se incorporan tambi¨¦n a las clases.
Jorge, el m¨¦dico, atiende mientras tanto a sus cuatro heridos en una casita de adobe con el piso de tierra, que trata de mantener lo m¨¢s limpio posible. Le ayudan algunos brigadistas, campesinos a los que ha ense?ado a practicar primeros auxilios. Cuando el campamento entra en combate, ellos aguardan los heridos a cierta distancia.
"A menudo nos faltan medicinas". Es un problema que no se resuelve a pesar de las incursiones en pueblos vecinos. Los heridos yacen en hamacas. "De nada servir¨ªa tener camas, porque el Ej¨¦rcito las quemar¨ªa en su primera incursi¨®n".
El hospital de campa?a es apenas un peque?o dispensario en el que se puede curar una herida o entablillar una pierna. Cuando hay lesiones m¨¢s graves hay que transportar a los heridos a lomos de mula hasta una zona m¨¢s segura.
Este es un campamento de vanguardia.
Por eso tampoco hay aqu¨ª talleres de sastrer¨ªa o carpinter¨ªa, corno en otros campos situados m¨¢s hacia los volcanes de Tecapa y San Vicente. En Moraz¨¢n, la guerrilla est¨¢ fabricando incluso sus propios morteros. En el olivar se conforman con reparar sus fusiles y producir algunas minas expansivas.
Se almuerza temprano, a eso de las doce: de nuevo fr¨ªjoles con torta de ma¨ªz. Para beber, s¨®lo agua recalentada de las cantimploras y, ocasionalmente, alg¨²n refresco.
Cuando llega el relevo de las guardias, cada quien est¨¢ de nuevo a lo suyo: las mujeres, en la cocina; los campesinos, en sus peque?as tierras, y los combatientes, con sus armas. Al menos dos d¨ªas a la semana hay una hora de instrucci¨®n pol¨ªtica. El responsable, Rub¨¦n, con una cruz al cuello, se define como "cristiano marxista". Muchos de estos guerrilleros adquirieron conciencia desde movimientos cristianos de base. AIgunos apoyaron a Duarte, en 1972, como l¨ªder de la Uni¨®n Opositora. Los fraudes electorales, la represi¨®n, el empeoramiento de sus condiciones de vida en el campo les llevaron a empu?ar las armas.
"La ofensiva general fracas¨®"
No les gusta la palabra negocian. No creen que vaya a servir de nada. "Es mejor ir hacia el final", dicen varios. Alguno cree todav¨ªa que con un militar como Majano cabr¨ªa el entendimiento.
El responsable pol¨ªtico admite que la ofensiva general de enero de 1981 fue un fracaso. "Pero ahora estamos mejor", dice. "Hemos mejorado en coordinaci¨®n". Entonces, las ¨®rdenes llegaban por correos humanos, que a veces se convert¨ªan en pistas para el Ej¨¦rcito. Modernos y livianos equipos de radio japoneses cubren hoy esta laguna.
La cena, de nuevo tortas con fr¨ªjoles, llega temprano, hacia las seis de la tarde, mientras que los transistores conectan Radio Venceremos, que se escucha con devoci¨®n casi religiosa por espacio de una hora.
A la luz de las estrellas se entablan algunas charlas, pero estos campesinos prefieren casi siempre el silencio, ensimismados con sus propios pensamientos
Esta noche no hay ninguna operaci¨®n especial. Si la hubiera, los guerrilleros se habr¨ªan puesto en camino a eso de las siete de la tarde. A falta de helic¨®pteros, la guerrilla es capaz de caminar hasta treinta kil¨®metros en una noche. Esa es una de sus armas. La otra, su fe en la victoria.
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