Experimento fr¨ªo, color in¨²til

Las ¨²ltimas obras realizadas por Antonioni estuvieron bien lejos de complacer a quienes le hab¨ªan considerado en los a?os sesenta un renovador del lenguaje cinematogr¨¢fico que confer¨ªa a sus pel¨ªculas una profundidad de an¨¢lisis poco habitual en el cine europeo de la ¨¦poca.Desde que, estimulado por ese ¨¦xito, Antonioni intent¨® trasladar ese punto de vista a la sociedad norteamericana (Zabriskie point) comenz¨® una carrera desigual que sin rechazar la pol¨¦mica qued¨® desconectada de su anterior rigor de juicio. De profesi¨®n: reporter (1974) le revel¨® a muchos como un autor hueco que hab¨ªa perdido su rumbo.

Vuelve ahora el director de Desierto rojo a intentar una recuperaci¨®n de su viejo esplendor con la oferta de un procedimiento de filmaci¨®n a trav¨¦s del v¨ªdeo que revoluciona la t¨¦cnica de tal forma que pueda, al fin, permitir al autor un control completo sobre los matices y detalles que quedaban antes confiados a la intervenci¨®n de laboratorios o t¨¦cnicos especializados.

El misterio de Oberwald se inclina por desarrollar esas nuevas posibilidades en el campo del color. Antonioni ha forzado el cromatismo de forma que cada personaje se identifique en sus emociones o significados antes por el color que por la interpretaci¨®n. El halo violeta que rodea un rostro puede trucarse s¨²bitamente en una tonalidad opuesta que marque as¨ª la novedad de la situaci¨®n o el matiz de los sentimientos.

Ni emoci¨®n ni magia

El resultado es, l¨®gicamente, fr¨ªo; no cabe en ¨¦l la emoci¨®n del melodrama ni la magia de la novedad t¨¦cnica, que agota pronto su capacidad de sorpresa.

Era un melodrama, sin embargo, el texto original de Cocteau en el que Antonioni ahora se inspira y que el propio escritor hab¨ªa llevado al cine en 1947. Cocteau supo entonces trasladar al cine su peculiar concepto de lo on¨ªrico ("el sue?o convertido en realismo irreal") a trav¨¦s de la propia puesta en escena y de una adecuada interpretaci¨®n de Jean Marais y Edwige Feuillere que recitaban el texto haciendo que su posible cursiler¨ªa po¨¦tica se entroncara en la est¨¦tica general de la obra.

Al no profundizar Antonioni en su ambigua intencionalidad, deja desnudo el texto primitivo, su investigaci¨®n del color no aporta el tono m¨¢gico que ser¨ªa necesario para creer- en lo que se ve.

La tragedia de esa reina protagonista, debatida entre el amor y la muerte, queda explicado s¨®lo en largos parlamentos que no ocultan su origen teatral (es un trabajo para televisi¨®n) y sufre, por tanto, de la larga duraci¨®n que una adaptaci¨®n tan simple tiene generalmente en el cine. La imagen, experimentos aparte, no crea un tratamiento cinematogr¨¢fico aut¨®nomo. El drama de la reina, sepultada en recuerdos y renacida s¨®lo para, encontrar el amor, es decir, la muerte, no cautiva, queda descolgado de su ¨¦poca y de la nuestra.