Los episodios nacionales
Las sesiones del proceso se reparten de la siguiente forma: comienzan ajas diez de la ma?ana y terminan, habitualmente, a las seis de ,la tarde (algunos d¨ªas se producen prolongaciones horarias). En la ma?ana siempre hay un receso al filo de las doce, de unos quince minutos. Despu¨¦s dos horas, de dos a cuatro, para almorzar, y, ya de cuatro en adelante, hasta las seis sin interrupci¨®n. Pues ayer, por vez primera en m¨¢s de dos meses de juicio, este presidente africano que se olvida de los d¨ªas de descanso y despacha otros asuntos del Consejo a las siete de la ma?ana para no parar la marcha de Campamento, poco m¨¢s all¨¢ de las cinco ordeno diez minutos de descanso. Buena parte de la ma?ana y toda la tarde estaba siendo consumida por Angel L¨®pez Montero, defensor del teniente coronel Tejero, acumulador de expedientes en su Colegio de Abogados, botarate, perill¨¢n, dicen que camorrista y, por lo escuchado ayer, historiador aficionado: una luz de la jurisprudencia y, en cualquier caso, un esp¨ªritu superior y refinado. Besteiro le habr¨ªa tenido por disc¨ªpulo muy querido.En l¨ªnea con su alteza de miras no pidi¨® la venia a la Sala, sino a Espa?a. Este muchacho s¨®lo informa para la patria y la posteridad. Con sombrerazos para casi todos (Tribunal, familias de encausados, familia militar, ... ) di¨® comienzo a una pieza oratoria mentalmente mortal de necesidad. Periodistas y familiares repet¨ªan en la Sala los ejercicios de ruptura de sue?o del general Odre Wingate en Birmania para poder seguir avanzando por la selv¨¢tica floresta argumental de este letrado. Escapadas generalizadas al patio exterior en procura de caf¨¦s y desafiando los elementos (ventolera que arriaba las carpas de los carromatos de intendencia, llovizna, friolencia) para poder soportar la inclemencia de este martillo de dem¨®cratas. Lo dicho; hasta un presidente cuya ¨²ltima madurez se curti¨® en la dureza de Saguia el Hemra y R¨ªo de Oro (Sahara espa?ol) orden¨® diez minutos de descanso extraordinarios para soportar a este abogado que quiere entrar en la Historia con rictus de Bogart de guardarrop¨ªa.
Comenz¨® con un exordio interminable sobre el ferviente amor a Espa?a de su defendido, su patriotismo, su respeto a los valores tradicionales, para abocar en la imagen de amistad perdurable que le unir¨¢ a Tejero. Citando a Unamuno ("Callar a veces es mentir") se remiti¨® al Tribunal de la Historia y nos arrastr¨® la Historia hasta la Sala de este Tribunal. Julio Merino, periodista del carromato del golpe, director de va y ven de El Heraldo Espa?ol, se supone que le ha facilitado esta primera parte de su defensa, interminable enumeraci¨®n de la historia de las asonadas en Espa?a de las que este periodista es aprovechado historiador.
Entrado en tal jard¨ªn L¨®pez Montero busc¨® un golpe de efecto tan f¨¢cil como incorrecto y lamentable. Hablaba de un general que se present¨® ante el Rey y le adujo que el Consejo de Ministros no ten¨ªa mejor destino que el de ser arrojado por la ventana. Estupefacci¨®n generalizada ante aquellas revelaciones de palacio. G¨®mez de Salazar, presidente en funciones, parpadeaba incr¨¦dulo ante lo escuchado, hasta que reaccion¨®:
-Lo que usted est¨¢ afirmando son hip¨®tesis.
-Esto es una p¨¢gina de la Historia de Espa?a y le fue dicho a Su Majestad Alfonso XIII en 1923.
-Bien, pero usted nos ha confundido a todos.
Argucias de colegio con las que se pretende dignificar una toga.
Y a continuaci¨®n Los episodios nacionales. L¨®pez Montero nos ilustr¨® sobre el golpismo en este pa¨ªs casi desde don Favila y el oso hasta nuestros d¨ªas. No perdon¨® nombre de general sublevado, nominaci¨®n de regimiento en armas contra sus leyes, conspiraciones palaciegas contraconstitucionales, an¨¦cdotas rendicionales entre generales enfrentados, Dao¨ªz y Velarde, la gesta en general del 1808, la interminable historia militar de este pa¨ªs de desenvainar el sable y esconder la mano, componendas, pactos entre generales ("Hoy por t¨ª ma?ana por m¨ª"), los antepasados levantiscos de Milans, las maldades abominables de Fernando VII, experto en darse golpes de Estado a s¨ª mismo y para su mejor provecho y mejor garrote para sus enemigos.
Toda la n¨®mina de espadones del XIX espa?ol fue puesta como ejemplo de como las constituciones son en este pa¨ªs papel mojado ante el ruido de los sables o ante el capricho de algunos monarcas de la Casa de Borb¨®n. Este nuevo Gald¨®s -redivivo en Campamento- s¨®lo ha podido dar comienzo a su defensa (continuar¨¢ hoy, acaso con aut¨¦nticas argumentaciones jur¨ªdicas) con el prop¨®sito de pretender demostrar que la Historia es una larga traici¨®n o una infinita concatenaci¨®n de infidelidades. Particularmente de los reyes hacia sus m¨¢s dilectos s¨²bditos. Particular entendimiento de la Historia que retrata al letrado y al cliente que permite tal defensa. Pero su erudici¨®n hist¨®rica con templa una laguna, quiz¨¢ intencionada: la de Montes de Oca, nombre de un marino rom¨¢ntico, secretamente enamorado de la reina Mar¨ªa Cristina y t¨ªtulo de uno de los episodios de P¨¦rez Gald¨®s. Se sublev¨® y fue derrotado y preso. No tuvo otra preocupaci¨®n final que la de discutir con su confesor si el mandar su propio piquete de fusilamiento implicar¨ªa caer en el suicidio. Porque fue digno en su desgracia figura en los anales. Otros, con ayuda, no se est¨¢n ganando la misma estimaci¨®n.
La jornada se inici¨® con la defensa que del coronel Manchado hizo el teniente general Chamorro, uno de los co-defensores militares. No ha sido de los peores entre sus iguales. Pr¨¢cticamente (al margen de lo ya sabido) se limit¨® a aducir que Manchado no ocup¨® el Congreso y que, posteriormente, tras las ¨®rdenes del teniente general Aramburu, de presentarse ante el hotel Palace y rendir cuentas de la actuaci¨®n all¨ª de hombres suyos, nada pudo hacer al impedirle el tr¨¢fico llegar a tiempo. Es una vieja historia, de este juicio, que mueve a la sonrisa. El letrado L¨®pez Silva (su defensor civil) prosigui¨® en la misma l¨ªnea embarullando su intervenci¨®n con circunloquios mareantes sobre el convencimiento que Manchado deb¨ªa tener del mandato real en funci¨®n del convencimiento que a su vez te?¨ªa Tejero del mismo, La misma historia estomagante: "Me dijeron que dec¨ªan que lo mandaba el Rey..." No merece la pena continuar.
Por lo dem¨¢s reflexiones envenenadas campean por Campamento. Esta historia se prolonga al menos dos semanas m¨¢s. Alguien aduce que este Gobierno prefiere llegar a las elecciones andaluzas con el proceso abierto para trabajarse el empleo comunitario del voto del temor. Otros estiman que el Tribunal se est¨¢ endureciendo en favor de la m¨¢s absoluta de sus independencias: que aqu¨ª no hay "penas ¨²nicas" que valgan fuera de las sanciones que dictamine esta Corte, probablemente con sorpresas para los espectadores pol¨ªticos y judiciales. En tanto se teme alguna retirada por parte de un letrado -si lo manda De Miguel- y, por supuesto, cualquier salida de pata de banco de un justiciable en sus alegaciones finales. A Mil¨¢ns le han llamado al orden para que deje en paz al general Armada, y al Servicio Geogr¨¢fico Militar llegan cartas procedentes de Venezuela, dirigidas a todos los defensores, e inculpando al Rey y hablando de traici¨®n hacia estos m¨¢rtires.
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