Memoria sentimental de una generaci¨®n de espa?oles
La herida que la carrera de Marilyn, y su tr¨¢gico adi¨®s a la vida, ha dejado en nuestras biograf¨ªas personales e ¨ªntimas, cubre una zona sensible que va desde el integrismo cat¨®lico-cerril de Gabriel Arias Salgado a la esperanza kennedista de la Nueva Frontera. Cuando buceamos en el pozo de nuestra memoria sentimental, descubrimos sin esfuerzo que no hubo una, sino varias Marilyn en nuestras vidas.La primera fue la Marilyn que se nos vendi¨® conjuntamente con la macroscopia pol¨ªcroma de cinemascope Fox, a comienzos de los a?os cincuenta, y que tuvo su cristalizaci¨®n en Ni¨¢gara, un filme que ten¨ªa como estrellas a las famosas cataratas y a una rubia que recib¨ªa la alternativa estelar de una ilustre antagonista morena, la hoy injustamente olvidada Jean Peters.
En Ni¨¢gara Henry Hathaway utiliz¨® la astucia de hacerle caminar sobre tacones muy altos, a los que ella no estaba acostumbrada, y a fotografiarla de espaldas, lo que hizo de los pronunciados vaivenes de su culo una atracci¨®n espectacular.
Fue por entonces cuando el sagaz Andr¨¦ Bazin escribi¨® que tras el desplazamiento del centro de gravedad er¨®tico en la pantalla del busto al muslo, Marilyn Monroe lo hab¨ªa resituado entre ambos polos.
La Marilyn intelectual
Esta fue la Marilyn que accedi¨® al mercado de la cultura de masas como sex-symbol de consumo. Pero detr¨¢s de esta mu?eca de lujo para consolaci¨®n de enso?aciones er¨®ticas se dibujaba ya una nueva Marilyn, la Marilyn intelectual, amiga de Lee y de Paula Strasberg, disc¨ªpula del Actor's Studio y esposa del dramaturgo progresista Arthur Miller. Billy Wilder nos hizo atisbar su talento en la autoparodia ir¨®nica de la vampiresa que le hizo interpretar en La tentaci¨®n vive arriba, estrenada muy tard¨ªamente entre nosotros, del mismo modo que Joshua Logan la utiliz¨® como instrumento de desmitificaci¨®n en Bus stop, dos obras culturalmente legitimadas por su origen teatral. De este modo, aquella chica de la que se dec¨ªa que nunca llevaba bragas -aunque Wilder le oblig¨® a llevarlas en la famosa escena de las faldas al aire- empez¨® a ganar un inter¨¦s y un respeto en nuestras conciencias cin¨¦fagas y mit¨®manas. Ni las historias acerca de que lo ¨²nico que se pon¨ªa para domir era Chanel n¨²mero 5 pudieron ya quebrar nuestro respeto sesudo de intelectuales de izquierda hacia ella. Ni siquiera lo pudo el triunfo social y cursi que para ella signific¨® trabajar junto al shakespeariano Laurence Olivier en El pr¨ªncipe y la corista.
Y luego lleg¨® la tercera metamorfosis, la de la Marilyn devorada por la vida, con siniestras historias de orfandad, hospicios y matrimonios arruinados que la convert¨ªan en v¨ªctima predestinada que, como el payaso triste que hace re ¨ªr al p¨²blico, viv¨ªa de la explotaci¨®n radiante de su cuerpo y de su talento, en el naufragio de una tragedia personal.
Entonces conocimos aquel sue?o suyo en el que, dec¨ªa, se ve¨ªa entrando desnuda en la iglesia, o aquella frase lapidaria: "El ¨²nico hogar que he tenido ha sido mi p¨²blico". Esa fue la Marilyn de la depresi¨®n y de los barbit¨²ricos, la que exasperaba a todos sus directores y a la que se lleg¨® a hacer responsable del infarto que mat¨® a Clark Gable despu¨¦s del rodaje de The misfits. Esta pel¨ªcula, necr¨®mana y, testamentaria por muchos motivos, fue traducida en Espa?a como Vidas rebeldes, aunque la traducci¨®n m¨¢s correcta fuera Los desplazados o Los desarraigados. La dirigi¨® un outsider como John Huston, y fue una cinta crepuscular para Clark Gable, Montgomery Clift y la estrella, cada vez m¨¢s sola, m¨¢s desesperada y m¨¢s enferma. El desenlace lleg¨® una noche tr¨¢gica de verano, en forma de un tubo de Nembutal, en ese d¨ªa terrible que evoc¨® Terenci Moix en El d¨ªa en que muri¨® Marilyn, un d¨ªa que signific¨® el final de muchas cosas.
Fue, por ejemplo, el final de un cap¨ªtulo glorioso del star-system hollywoodiense, final anunciado ya con la muerte de James Dean. A partir de entonces habr¨ªa actores y actrices a secas, pero no estrellas cinematogr¨¢ficas, salvo las m¨¢quinas y efectos especiales convertidos en estrellas -tiburones, robots, terremotos- en la triste d¨¦cada de los a?os setenta. Fue tambi¨¦n el final de una etapa de nuestra dif¨ªcil educaci¨®n sentimental, el despertar amargo de una ilusi¨®n en la nueva Espa?a desarrollista y tecnocr¨¢tica.
Y fue, por fin, el inicio de un mito pr¨®spero, explotado y comercializado a fondo por la industria de la nostalgia, con supuestas confesiones de alcoba, con historias novelescas de amores y desamore secretos, de presuntos asesinato y hasta de rocambolescos compl¨®s por parte de CIA contra la vida de Marilyn. Ni siquiera la muerte ha dejado en paz a la estrella que no pudo ser feliz en vida.
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