Oscar Peterson, gran maestro de ceremon¨ªas
El pasado domingo, ¨²ltimo d¨ªa del Festival Internacional de Jazz de Madrid, el Palacio de los Deportes registr¨® una entrada igual de absoluta que los cuatro d¨ªas que le precedieron. En realidad nadie se lo hab¨ªa cre¨ªdo hasta que Oscar Peterson arranc¨® el ¨²ltimo acorde de su piano y las luces se encendieron. Fuera se hac¨ªa tarde y el domingo por la noche arroj¨® a unas masas cansinas y felices, en parte reci¨¦n descubridoras de esta m¨²sica, hacia sus casas con la satisfacci¨®n de haber asistido a una gran experiencia musical.
Los aficionados que han acudido a este espl¨¦ndido certamen tratar¨¢n ahora, en sus casas, a trav¨¦s del pl¨¢stico negro y surcado, de revivir lo que ha sucedido, lo que han sentido. Porque adem¨¢s no pudo haber mejor final.Un final que, como todos, tuvo un principio. Y una presentaci¨®n en sociedad. La realizada por el pianista franc¨¦s Jean Luc Vallet, que aprovech¨® su actuaci¨®n para mostrar, frente a 8.000 personas y todos ustedes, las capacidades de su hija Sonia, cantante. Previamente hab¨ªa pateado junto a su grupo los caminos de Bill Evans, con un peque?o problema en cuanto a la excesiva duraci¨®n de los solos. Ella, la joven Sonia, tiene un largo camino por delante; sabe convertir las notas bajas en susurros, aunque su expresividad no es muy personal y parece m¨¢s bien prestada de los creadores de los temas que interpret¨®, es decir, Sarah Vaughan y Stevie Wonder. Por lo dem¨¢s, muy elegante y simp¨¢tica.
Luego llegar¨ªa el cuarteto de Arthur Blythe. Era una formaci¨®n extra?a, con tuba, chelo, guitarra, bater¨ªa y el mismo Blythe al saxo alto. Su actuaci¨®n fue interesante, pero demasiado larga. Es una vanguardia muy idiosincr¨¢sica, en la que cada uno de los temas se desarrollaba sobre una base libre, en ocasiones con la ¨²nica apoyatura del continuo tintinear de uno de los platos manejados por Bobby Battle. En tomo a eso se produc¨ªa el discurso de Blythe, mucho m¨¢s lineal, con menos distracciones que el de Sonny Rollins, por ejemplo. Mientras, la guitarra iba dando notas sueltas, de cuando en cuando acordes, y la tuba y el chelo adoptaban alternativamente un papel r¨ªtmico o arm¨®nico. Tales construcciones s¨®lo ten¨ªan una pega: que en su rigor resultaban escasamente entretenidas y requer¨ªan un tipo de compromiso y de atenci¨®n que no suele lograrse con tanta facilidad. En todo caso, fue un buen concierto, en el que destacaron Abdul Wadul al chelo, y en el que hubo ocasi¨®n de escuchar c¨®mo Bob Stewart sacaba dos notas de la tuba, truco este cl¨¢sico de algunos trombonistas, como el alem¨¢n Mangelsdorf. En fin, que muy interesante y muy largo.
Largo result¨®, porque luego vendr¨ªa una de las grandes atracciones del festival. Un hombre, Oscar Peterson, de quien el pianista espa?ol Jes¨²s Pardo dec¨ªa que era imposible pillar una nota falsa en cualquiera de sus grabaciones. Un hombre con unos recursos t¨¦cnicos tan formidables que abruma. No soy yo qui¨¦n para negar este y otros muchos m¨¦ritos a un m¨²sico incontestable y en tan buena forma, pero tampoco puedo dejar de decir que, en el v¨¦rtigo provocado por sus torrentes de notas, Peterson parece sacrificar parte del sentido y de la sensibilidad que demuestra cuando limita su virtuosismo, como en las baladas.
Dicho esto, admirar de- nuevo ese piano que parece trucado, de tantas notas como de ¨¦l fluyen. Quedarse alucinado cuando compruebas que eso de la mano izquierda orquestal no es una frase sino una realidad audible. Prestarle atenci¨®n al bajo de Niels Henning Oersted-Pedersen y escuchar una catarata de graves que no se producen s¨®lo en las improvisaciones, sino en cualquier momento. Y es que el tr¨ªo, completado con Martin Drew a la bater¨ªa, pose¨ªa la agilidad necesaria para intercambiar papeles en cualquier momento. No es que Peterson abandonara su funci¨®n como voz de l¨ªder; no es que Drew dejara de mantener, sobre todo, el swing, o que Pedersen montara un acompa?amiento arm¨®nico incre¨ªble; es que su flexibilidad y su sentido como m¨²sicos les permiten pasear por todas las habitaciones como si fueran la suya propia.
El p¨²blico, feliz por la culminaci¨®n de sus gozos, tuvo a bien levantarse al final de cada composici¨®n para aplaudir enloquecido aquella muestra de evidente genio, aquella m¨²sica cercana a lo incomprensible, de puro intrincada, aquellas explosiones de vitalidad que se derramaban sobre el teclado y desde ¨¦l hacia las alturas. En resumidas cuentas: muy grande, muy r¨¢pido y muy intenso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.