La reciente visita del Papa a Espa?a
Escribimos como matrimonio de cristianos que han escuchado respetuosamente por los medios de difusi¨®n la homil¨ªa sobre la familia pronunciada por el Papa en la plaza de Lima, y, con el mismo respeto, quieren exponer su tristeza por la forma en que se desarroll¨®, al menos parcialmente, la celebraci¨®n lit¨²rgica.Esper¨¢bamos de Juan Pablo II, ante todo, que iluminara la reflexi¨®n de los creyentes espa?oles sobre unos temas en los que la teolog¨ªa cat¨®lica sigue profundizando sin haber dicho a¨²n la ¨²ltima palabra, y en los que debe cobrar un protagonismo especial el di¨¢logo evangelio-sociedad. Sin embargo, el Papa nos ha ofrecido s¨®lo, penetrados de un tono dogm¨¢tico, una conocida lista de preceptos morales imperativos que pretenden haber sido dictados de una vez para todas las conciencias. Y la respuesta m¨¢s notoria a ellos, al parecer, no ha sido tanto la interiorizaci¨®n fecunda del creyente como el aplauso ruidoso de la masa. Como resultado, una reuni¨®n que recordaba a ciertos actos. pol¨ªticos muy concretos de la pasada campa?a electoral, m¨¢s que a una celebraci¨®n comunitaria nutrida por el evangelio de los pobres.
Nuestra sociedad laica tiene reconocido el derecho a su autonom¨ªa frente a los dictados del Vaticano; y la Iglesia debe hacer cre¨ªbles asimismo sus postulados de independencia respecto a los poderes temporales. No tiene sentido, pues, que se anatematicen leyes civiles desde un p¨²lpito que, en cualquier caso, deber¨ªa situarse m¨¢s al nivel de los problemas de la calle. Si alguna opci¨®n pol¨ªtica puede tomar la Iglesia, no es otra que la de los pobres, a los que, sin duda, les son reveladas muchas verdades que permanecen obstinamente ocultas para los sabios. /
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