Anto?ete y su leyenda
Siempre favorece que los h¨¦roes tengan a sus espaldas la leyenda de un pasado tormentoso. Los cin¨¦filos de barrio admiran ciegamente al m¨¦dico dips¨®mano llamado a la desesperada para salvar la vida de un desahuciado, al boxeador mujeriego que retorna al ring para recuperar el t¨ªtulo o al soldado desertor que devuelve a sus arrogantes compa?eros las cuatro plumas de la cobard¨ªa. La biografia taurina de Anto?ete tambi¨¦n se ajusta al arquetipo del viejo campe¨®n que, tras ser expulsado temporalmente del para¨ªso de la fama por una existencia disoluta, consigue triunfar al llegar a la madurez, en un merecido homenaje tributado por la virtud al vicio.Pero Chenel no necesita del atractivo de ese regreso inici¨¢tico desde lo prohibido, para suscitar entusiasmo. A partir de la memorable tar de de los garzones (un cartel de junio de 1982 amenazado por la lluvia y pbr las noticias procedentes de Campamento), Anto?ete ha zanja do la vieja querella entre los antiguos y los mo demos, al mostrar la falsedad del dilema que obligar¨ªa a elegir entre el oficio y la inspiraci¨®n, la sabidur¨ªa y el arte, el poder y la gloria.
No es f¨¢cil encontrar palabras adecuadas para elogiar en lo que se merece al veterano matador madrile?o. La, literatura taurina se mueve entre la bambolla del lenguaje figurado y el hermetismo de la jerga de los expertos. De un lado, el mundo de los toros es tan rico en met¨¢foras aplicables a otros ¨¢mbitos humanos, que la simetr¨ªa invita a la tentaci¨®n inversa de buscar trasposiciones anal¨®gicas en otros terrenos, para devolv¨¦rselas a la fiesta. Se podr¨ªa decir, as¨ª, que Anto?ete, un cincuent¨®n de huesos fr¨¢giles, llena el ruedo como un gran actor ocupa el escenario, o construye sus faenas como una gran dramaturgo escribe sus obras. Pero los toros son un punto de referencia irreductible, m¨¢s apto para ilustrar realidades extra?as que para ser iluminado por otros paralelismos.
El mando y la facilidad, rasgos sobresalientes de Anto?ete, en absoluto re?idos con la belleza cl¨¢sica de su toreo, parecen exigir, en cambio, el veredicto t¨¦cnico. Los pasmos y desmayos causados en los tendidos por los exquisitos del arte o los legionarios del valor tienden a abstraer al bicho de ese negocio, como si fuera una m¨¢quina autom¨¢tica o un carret¨®n de tracci¨®n humana. ?C¨®mo valorar la labor de un matador sin conocer, gracias a la experiencia adquirida en ruedos o tentaderos, los problemas que un toro puede ir ofreciendo a lo largo de la lidia, las posibilidades aprovechadas o las oportunidades desperdiciadas por el diestro a medida que transcurren. las suertes y el animal entra en el enga?o o aprende a no dejarse burlar?
El juego de los preteribles o de los contraf¨¢cticos, tan frecuente en los tendidos, nunca probar¨¢ que un bicho ten¨ªa otra faena alternativa, frustrada porque el torero equivoc¨® los terrenos y las distancias. Tal, vez por esa raz¨®n Domingo Domingu¨ªn -firme defensor de la hip¨®tesis seg¨²n la cual Domingo Ortega entend¨ªa m¨¢s de filosof¨ªa que Jos¨¦ Ortega y Gasset de toros- siempre mostr¨® un mordaz escepticismo acerca de la capacidad de los aficionados urbanos, en especial si eran escritores o profesores, para comprender de verdad lo que ocurre en los ruedos.
El toreo de Anto?ete posee, en cualquier caso, el sello inconfundible de la belleza, el temple, la sabidur¨ªa y la autenticidad. Queda por ver si repetir¨¢ en esta isidrada su triunfo del a?o pasado o -decisi¨®n irreprochable- moderar¨¢ sus ¨ªmpetus para asegurarse una temporada tranquila. Ahora bien, mientras el nombre de Chenel figure en los carteles, muchos seguiremos acudiendo a la plaza aunque s¨®lo sea para verle caminar hacia los medios. Toreros como Curro V¨¢zquez, que hoy alterna con Anto?ete y que lleva dentro a una gran figura, no deben tener prisa para ocupar el sitio que el prodigioso matador madrile?o s¨®lo dejar¨¢ libre cuando resuelva retirarse.
Babelia
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