F¨²tbol
El f¨²tbol no es un deporte m¨¢s. Tampoco un espect¨¢culo o un negocio m¨¢s, ni una diversi¨®n cualquiera. Cada a?o, cuando retorna el f¨²tbol oficial, se reabren los campos y prorrumpe la hinchada, una vaharada de sexo viril asciende como una recia densidad de temporada. No importa que los estadios se salpiquen de mujeres o asistan ni?os tendidos entre las manos de pap¨¢ y mam¨¢. Son elementos de adopci¨®n dentro de la boca ardua y hombruna que hace al f¨²tbol. La bronca, la gestualidad, las decepciones de plomo e incluso el gozo pectoral son t¨ªpicamente masculinos. S¨®lo una actitud indulgente y resignativa les presta esa residencia estrecha a las mujeres. Y esto a cambio de que la mujer altere en parte sus modales, abunde esforzadamente en su adscripci¨®n y se sumerja en el clamor de ese reino que los machos controlan como una reminiscencia de cabalgaduras.El f¨²tbol es el recinto de los hombres. Y ?c¨®mo decirlo aun m¨¢s? Su casino al aire libre y abrumando el horario. Cada vez que la Liga vuelve, hay un fragor de pantal¨®n y gabardina con el sexo empotrado, un arduo aliento de co?¨¢ y un verdoso eructo desde la pr¨®stata. Un idiolecto o lenguaje peculiar, en suma, cuya sede pr¨ªstina se ubica en las atestadas mezquitas que son los urinarios en el medio tiempo.
VICENTE VERD?
J.,
Hay hombres no aficionados al f¨²tbol, pero son en general m¨¢s finos, propensos a querer a las mujeres como amigas. Los t¨ªos del f¨²tbol son por el contrario m¨¢s ape?ascados y secuaces. Desde ese ambiente futbolero, exactamente desde ese ambiente, la mujer o es una madre que prepara candorosamente el bocadillo con Albal o es una hembra de color rosado que nos espera acical¨¢ndose.
Un alboroto de tribu, una humareda de puros y polvo de almohadillas, de gargantas ¨¢cidas y digestiones sin zanjar, dan la referencia del estadio. Pero no se trata s¨®lo de los domingos. Toda la temporada, desde esta primera jornada que acaba de cumplirse, es una exaltaci¨®n de la m¨¢s gruesa masculinidad y de sus escombros. Las mujeres pueden contemplar esto con docilidad, con horror, con asco inmenso; pero m¨¢s frecuentemente callan con esa conmiseraci¨®n, entre biol¨®gica y sabia, tan patente en sus miradas.
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